En 2019 los salvadoreños apostaron por elegir a un millennial de 37 años, que prometió, como tantos otros políticos suelen hacer, combatir el crimen, las pandillas y la inseguridad: Nayib Bukele. En Chile, en 2021 fue electo como presidente otro millennial, Gabriel Boric. Joven magallánico que con 35 años, prometió hacer de nuestra nación un país más justo, con menos abuso y mayor dignidad.
Respecto de la promesa original, claramente es Bukele quien se la está tomando más en serio, quizás demasiado. En poco tiempo El Salvador pasó de ser un pseudo estado fallido a ser un pseudo estado policial. En paralelo, la promesa del Presidente Boric se desvanece en medio del auge de la corrupción y la criminalidad.
En Chile son cada vez más frecuentes las decapitaciones, sicariatos y hasta balaceras en el metro. Para qué hablar de la corrupción, hasta la fecha, la Contraloría ha declarado ilegales 29 convenios en el marco del caso fundaciones por un monto equivalente a 13 mil millones de pesos. ¿En qué momento Chile se comenzó a parecer al viejo El Salvador y el nuevo El Salvador comenzó a parecerse al antiguo Chile?
Boric y Bukele son amados y odiados, en distinta magnitud. Bukele cuenta con un transversal 85% de aprobación entre sus compatriotas y como indica el The Economist dentro de la gran mayoría de los países de América Latina es incluso más querido que el Papa Francisco. Por su parte, Boric cuenta con un 30% de adhesión, muy segmentada en la izquierda y jóvenes de ingresos altos. De acuerdo con cifras de Cadem, inclusive en Chile, la imagen de Bukele es calificada por un 67% como “excelente”, siendo con distancia, el presidente extranjero con mayor nivel de aprobación.
¿Qué hace que el 65% de desaprobación de Boric sea equivalente a la aprobación de Bukele en nuestro país? La respuesta es sencilla: mientras Boric indultaba delincuentes, Bukele construía la cárcel más grande de Latinoamérica con capacidad para 40.000 reos. Mientras la tasa de homicidios en El Salvador cayó desde 106 por cada 100 mil habitantes en 2015, a 18 por cada 100 mil habitantes en 2021, representando una disminución de un 83%, en Chile, las estadísticas de homicidios no paran de crecer y alcanzan máximos históricos.
Es cierto, la comparación puede parecer tosca, pero es real. Ante la angustia del auge de la criminalidad, la ciudadanía no matiza: si el costo de la seguridad es la libertad, se asume. Así lo muestra la última encuesta CEP: un 50% de los chilenos está de acuerdo con que se deben suprimir las libertades públicas y privadas para controlar la delincuencia.
Si el Gobierno no reacciona, el adversario de Boric dejará de ser Kast o Matthei, será Bukele. No el joven millennial salvadoreño de jockeys y barba esculpida, sí su método e ideas.
Pero la intensidad de la respuesta Bukeliana a la criminalidad, tiene un costo, un daño colateral. No todo es miel sobre hojuelas en El Salvador. Bukele ha implementado juicios colectivos para pandilleros, detenciones desde los 12 años, muchas de ellas por sospecha. En ocasiones, el debido proceso ha sido puesto en vilo en el contexto de un estado de excepción constitucional que, en principio, duraría 15 días, pero que ha sido extendido en 15 oportunidades.
En Chile algo sabemos de estados de excepción. El caso del conflicto en la macrozona sur es un buen indicador de hacía dónde vamos. En La Araucanía y provincias aledañas el estado de excepción constitucional se ha debido renovar 28 veces. Con la diferencia de que Boric se opuso permanentemente a esta idea cuando era parlamentario, pero la necesidad, tiene cara de hereje y la realidad, a fin de cuentas, siempre termina por imponerse. Seguramente Boric no siente orgullo como Bukele por aplicar un estado de excepción, pero lo aplica igual. No deja de haber algo de hipocresía en aquello.
Recientemente Boric y Bukele tuvieron un primer intercambio de declaraciones. Fue Gabriel Boric quien en una entrevista a BBC criticó la estrategia de Bukele para combatir la criminalidad en El Salvador, señalando que era “pan para hoy y hambre para mañana”. Bukele respondió “Qué difícil ha de ser liderar un país, teniendo tan poco sentido común. Gracias a Dios los chilenos son más que su Presidente“.
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Tanto Boric como Bukele saben que son perfectos contradictores, uno es némesis del otro. Boric es consciente de que el punto débil del presidente salvadoreño es el respeto a los derechos humanos y ciertas garantías fundamentales de los reos salvadoreños. De hecho, el Ministro de Justicia y Seguridad Interna de ese país Gustavo Villatoro ha señalado que “no trabajamos para los organismos de derechos humanos, nosotros trabajamos para los ciudadanos salvadoreños”. Nuevamente, para marcar el contraste, en Chile, Boric se vio forzado a sacar del cargo de coordinador de la conmemoración por los 50 años del golpe de Estado, a su amigo, Patricio Fernández, por la presión de los organismos de derechos humanos. Entonces, ¿para quién trabaja Boric?
Por su parte, Bukele sabe que Boric y la izquierda chilena no han exorcizado sus complejos atávicos con la seguridad pública. Buena parte de la desafección ciudadana hacia la gestión de Boric tiene que ver con una mirada un tanto frívola e indolente ante la angustia que representa para la ciudadanía, y en particular para los más desfavorecidos, el vivir con un miedo permanente.
Pareciera ser mejor reconocer que ya no somos la excepción latinoamericana en materia de orden y seguridad. Como señala Emmanuel Carrere en El Adversario “la lucidez dolorosa es mejor que una ilusión aplacadora”. Bukele está mucho más cerca de lo que creemos.
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