Cristián Labbé, quien fuera alcalde de Providencia y coronel del Ejército, difundió una carta donde aseguró tener la consciencia tranquila luego que se ratificara la pena de tres años de cárcel en su contra por delitos de tortura.
Esta semana la Corte de Apelaciones de Temuco ratificó la condena en contra de Labbé de tres años de cárcel por el delito de aplicación de tormentos a Harry Cohen en noviembre de 1973 en la región de Los Ríos.
Los hechos ocurrieron cuando Cohen fue detenido por una patrulla, en la denominada "Operación Peineta", realizada por militares en la zona cordillerana comprendida entre Concepción y Valdivia, y cuyo objetivo era la captura de personas opositoras a la dictadura.
En la carta, el ex alcalde asegura: "Con la serenidad que da la certidumbre de la inocencia, en esta columna extraordinaria quiero asegurar a mis lectores que sabré mantenerme íntegro, pues mi conciencia está tranquila".
Lee la carta completa de Labbé a continuación:
Imposible que esta pluma, que este viejo soldado, soslaye ante sus leales lectores, ante sus buenos y queridos amigos y ante la comunidad en general -especialmente la juventud-, los momentos que hoy vive a causa de una implacable persecución política.
Con todas mis fuerzas proclamo una vez más mi total inocencia y la falsedad absoluta de lo que se me imputa. Para quien lo ignore, un sujeto, un solo sujeto, dice haber reconocido mi voz, cuarenta años después de ocurridos los hechos que alega; no hay más que su palabra, porque no hay persona en el mundo que sostenga o pueda sostener que lo que él dice es cierto.
El caso ha llegado a la Corte Suprema, mi última esperanza de justicia. Por ello es que reclamo, con mucha humildad, a los hombres de derecho, a los tribunales y a los jueces de mi país, que hagan prevalecer “la verdad verdadera” por sobre la mentira “verosímil”, los falsos testimonios y la manipulación, ya de la letra, ya del espíritu de las leyes. Siempre confiaré en que la justicia triunfe en los tribunales de los hombres de nuestra patria, no importa cuántas desilusiones me lleve.
Reclamo también a parlamentarios y autoridades, que velen por el estado de derecho hoy tan peligrosamente menoscabado, y a Dios le ruego que en su infinita sabiduría pacifique los ánimos de mi país y abra paso a la concordia, la tolerancia, la paz.
Me hice soldado a los 13 años y desde entonces he cumplido el juramento de “servir a mi patria hasta rendir mi vida si fuera necesario”. Lo he hecho desde diferentes “trincheras”, en catástrofes y emergencias, como ministro de estado, como alcalde, como profesor universitario… pero siempre como soldado, y eso no ha cambiado hasta hoy.
En efecto, enfrentado hoy a la adversidad, renuevo mi compromiso con los ideales de nuestra historia y con nuestras tradiciones, así como mi respeto por la grandeza de aquellos que forjaron esta patria libre y soberana.
Comparto aflicciones con aquellos “soldados desconocidos” prisioneros de la mentira, privados hasta de poder comunicar a la sociedad las injusticias que padecen… Soy uno de ellos, y por eso seguiré luchando hasta mi último aliento para que se impongan la justicia justa, la verdad verdadera y la paz realmente pacífica.
Con la serenidad que da la certidumbre de la inocencia, en esta columna extraordinaria quiero asegurar a mis lectores que sabré mantenerme íntegro, pues mi consciencia está tranquila, fortalecida por la dignidad y la fuerza de sentir que por las venas de este veterano soldado corre la misma sangre que derramaron los valientes del 79…
El verdadero soldado sabe que las horas del heroísmo, del sacrificio, de la inmolación, son las horas de la gloria y del honor. Dios, que me condujo al Ejército siendo un niño, me asistirá para ser digno del nombre de soldado por todo el tiempo que a Él le plazca mantenerme en este mundo.