Productos nativos con sello de calidad: El valor agregado que impulsa la exportación chilena
Todavía muchos llaman “champaña” a cualquier vino espumoso, aunque no venga de la famosa región francesa. ¿Da lo mismo el origen o el nombre? Las denominaciones de origen e indicaciones geográficas certifican una serie de cualidades únicas y evitan la competencia desleal. Pero mientras en Europa hay una larga tradición, en América Latina la protección de un producto y su nombre es un tema bastante nuevo.
“Hay un valor agregado. En Europa los productos con denominación de origen pueden tener un precio hasta un 20% más alto”, destaca Jeannette von Wolffersdorf, ingeniera alemana y experta en el tema, quien vive hace 13 años en Chile.
En este país, en 2010 fue reconocido el primer producto bajo la nueva normativa. Hoy ya hay 21 diferentes, con distintas certificaciones. Uno de ellos es el codiciado atún de Isla de Pascua. Los pescadores de la Isla estaban indignados porque en restoranes de la capital se ofrecía supuestamente el pescado isleño, cuando en realidad era ecuatoriano.
Cuando le contaron su problema a Jeannette von Wolffelsdorff –en ese entonces en la isla por motivos de trabajo–, ella se dio cuenta de que había todo un campo por desarrollar en Chile. Junto al abogado chileno Gonzalo Sánchez –especialista en propiedad intelectual– emprendió la tarea de ayudar a productores locales a obtener el debido reconocimiento. “Para un extranjero puede ser más fácil darse cuenta de las características únicas que tiene un país. Esa fue una de mis motivaciones, ayudar a tener conciencia de los productos únicos que hay en Chile”, cuenta.
Recuerda que levantaron los primeros casos, involucraron a la comunidad, invitaron a expertos en el tema, congregaron organizaciones, contactaron a proveedores y consiguieron financiamiento para estudios técnicos.
Contra la competencia desleal
En Chile, tras un comienzo lento, está tomando vuelo. El pequeño y aromático limón de Pica, proveniente de un oasis del norte de Chile, fue el primero en tener indicación geográfica. Luego le siguieron la langosta de la isla Juan Fernández y el atún de Isla de Pascua, entre otros. Por su parte, la sal de Cáhuil y la alfarería de Pomaire obtuvieron denominación de origen. Como marca colectiva, se acaba de acreditar a la cerveza valdiviana, producida en el sur de Chile y heredera de la tradición cervecera de colonos alemanes.
“Esto permite evitar la competencia desleal, igual que con las marcas. Es importante tanto para el productor como para el comprador”, explica Carolina Belmar. “A veces algunos productores se aprovechan de una reputación que no es suya y sin una indicación de origen es muy complejo. Ahora, en cambio, pueden defenderse contra prácticas ilegales y abuso de nombre”, agrega Jeannette von Wolffersdorff.
Rescatar tradiciones
De paso, el proceso de documentar y preparar las solicitudes ha fortalecido a las comunidades locales. “Esto potencia su forma de vida, favorece la identidad y el orgullo local y rescata sus tradiciones y cultura, lo que es muy importante en Latinoamérica”, destaca Carolina Belmar. Un sello que certifica el origen y prestigio de un producto atrae también a turistas, a veces en sectores rurales de mucha pobreza, y estimula a las nuevas generaciones a seguir oficios tradicionales que estaban en peligro de desaparecer.
El Instituto Nacional de Propiedad Industrial, INAPI, tramita las solicitudes. Su subdirectora Carolina Belmar explica que el sistema de denominación de origen e indicación geográfica es esencialmente europeo. Hasta hace dos décadas, muy pocos países en el resto del mundo se ocupaban del tema.
Hoy el tema está instalado y con un futuro prometedor. “Hay un gran potencial para productos con procedencia única o endémicos –destaca von Wolffersdorff–. Es también un tema social: ayudar a pequeños productores que compiten en un mercado cada vez más globalizado, donde se va a buscar cosas más únicas y auténticas. Y también evitar que vayan desapareciendo, pues son parte de nuestra identidad cultural”.