Capital | Nicholas Davis, el lobo azul
Por: María José Gutiérrez
Nicholas Davis (47) está en el piso 22 del edificio EuroAmerica, compañía financiera que preside desde 2010. En la muñeca izquierda tiene una pulsera de pelotitas transparentes atravesadas por un cordel azul. La cuerda está elaborada a partir de botellas de agua recicladas y las pelotas son vidrio reciclado. Cada pulsera representa una libra de basura que ha sido eliminada del océano o de las playas.
“Es una forma de acordarme de la urgencia. Si nos seguimos comiendo el planeta a la velocidad que lo estamos haciendo y aumentando la cantidad de personas, no sé dónde vamos a terminar. Pero si uno proyecta esto, termina mal. Tenemos que hacer cosas hoy”, asegura.
Quienes lo conocen, dicen que no es el mismo Nicholas Davis que aterrizó con 26 años –luego de estudiar un Master en Finanzas en London School of Economics– en la compañía que fundó su padre en 1989. Si bien está a cargo de ese buque, gran parte de su tiempo y recursos los dedica a temas medioambientales.
Acaba de inaugurar la casa donde opera la Fundación Punta de Lobos, organización que fundó con el apoyo del surfista y ambientalista Ramón Navarro, que pretende conservar esa zona de Pichilemu para luego escalar la iniciativa al resto de la costa chilena. El proyecto llamó la atención de destacadas ONG estadounidenses, que aportaron tanto recursos como gestión, al igual que la empresa Patagonia, ligada al empresario Yvon Chouinard.
En paralelo, como una inversión personal, está desarrollando proyectos de agricultura regenerativa en campos de la IX Región, que comenzarán a ver los primeros resultados en dos meses más. Pero eso es solo el principio.
Hace un mes, Herbert “Beto” Bedolfe, fundador de Oceana y director ejecutivo de Marisla –una de las instituciones aportantes de la Fundación Punta de Lobos–, lo invitó a participar como miembro del directorio global de Oceana, la mayor ONG mundial dedicada a los mares. En abril viajará a una reunión en México, luego, en septiembre se llevará a cabo el segundo directorio en Londres, y el tercero se celebrará en diciembre en Nueva York. En ellos compartirá con David y Susan Rockefeller, el ex presidente colombiano César Gaviria y otros 21 representantes de todo el mundo expertos en temas medioambientales.
Primer capítulo: el Alaia y Ramón Navarro
Todo comenzó en 2010. Como tantos que partieron a ayudar a las zonas afectadas por el terremoto y tsunami del 27F, Nicholas Davis y su mujer, Paulina Catafau, llegaron a Pichilemu a la casa de unos amigos que vivían allá. “Queríamos ayudar en algo que fuera tangible. Y mi amigo, que trabajaba en Sernapesca, me dijo ‘si quieres hacer una ayuda directa, aquí están los recolectores, que entre los pescadores son los más ancestrales, que tienen como método su traje de agua y su red. Al perderlos a causa del maremoto, se quedaron sin pega’”, recuerda Davis. De inmediato, el empresario hizo un levantamiento de todos los pescadores de este tipo que había en la VI Región, y les donó lo que necesitaban: alrededor de 200 trajes y redes. Al día siguiente, cuenta, los recolectores pudieron retomar su trabajo.
Durante el proceso fueron varias veces al lugar para ver “cómo estaba andando la cosa”, y se quedaron con un “bichito” con la zona. Compró un terreno de tres hectáreas en Punta de Lobos, en el que luego de darle algunas vueltas decidió construir un hotel. Era un proyecto familiar, donde su concuñado, Nicolás Pfenniger, iba a hacer la arquitectura; su mujer, la decoración, y él le pondría la cabeza financiera y gestión. Así nació Alaia.
“No había muchos hoteles de playa en un lugar tan especial como este desde el punto de vista de su geografía, su mar salvaje y en un entorno muy distinto a las playas de la V Región”, cuenta. La idea desde el principio fue construir algo que no alterara mayormente el paisaje, de un piso, que se camuflara en la naturaleza y con poca densidad, enfocado en el mundo del surf. Pero apenas comenzaron los movimientos de tierra, la comunidad completa se le tiró encima.
“Nos faltó poder leerlos”, reflexiona Davis en su oficina, seis años después del episodio. “Hubo una falla de comunicación nuestra de explicar bien el proyecto. Y cuando no hay información, se genera un correo de brujas, se agrandan los problemas, se crean las desconfianzas”, asegura. “Ellos tienen un lugar muy sagrado y cuando empieza a llegar la hotelería, dices ‘chuta, se va a poner en peligro’. Obviamente ganas muchas cosas, pero también pierdes otras, y esa era una preocupación de la comunidad de Punta de Lobos”, agrega.
A medida que fue conociendo a los vecinos, se dio cuenta de que había un movimiento de personas vinculadas al surf y al turismo que querían conservar el lugar. Y que existía un “Comité de Defensa de Punta de Lobos”, donde participaban distintos actores, entre ellos, Ramón Navarro, campeón mundial de surf, nacido y criado en Pichilemu. Llegar a él no fue fácil. “Ramón nos vio mucho tiempo como enemigos. Decía que no iba a pisar el hotel. Es una persona muy directa, con sus principios bien puestos y a pesar de que queríamos ayudar, yo tenía un hándicap en contra, que era ser empresario”, relata.
En ese entonces, el surfista y cineasta Chris Malloy comenzó a rodar la película El hijo del pescador, que narra la historia de Navarro. Aún sin lograr amistarse con el surfista chileno, Davis viajó a California a la gira del lanzamiento del film, con el fin de conocerlo. “Yo encontraba a Ramón súper intransigente, porque queríamos hacer una ayuda fidedigna y existían desconfianzas naturales, que para romperlas primero teníamos que abrirnos”. En ese viaje, luego de muchas conversaciones, Navarro y Davis llegaron a un amigo en común, Víctor Señoret, padrino del empresario. A los pocos días se dieron cuenta de que estaban en el mismo bando: los dos querían cuidar Punta de Lobos.
Segundo capítulo: la punta ícono
En marzo de 2014, en la misma oficina del piso 22 en que está ahora, Nicholas Davis se reunió con el francés Bruno Puntous. En una servilleta cerraron el negocio: Davis le compró un terreno de 2,2 hectáreas en Punta de Lobos para conservación. Pero no era cualquier tierra: era la punta de la península, el ícono del lugar. Por él pagó 600 millones de pesos.
Apenas se supo la noticia localmente, los temores de la comunidad revivieron. “Cometimos el mismo error porque el ser humano es el único animal que se tropieza dos veces con la misma piedra”, dice hoy: comenzaron a pensar un proyecto de conservación –básicamente dejar el terreno como estaba y tratar de reconstruir su flora, cactus y quebrada– sin hacer partícipes a los vecinos. El ruido fue gigantesco. Y por un año y medio, el plan estuvo congelado.
El empresario, con sus asesores más cercanos en el proyecto –Arturo Roa, gerente inmobiliario de EuroAmerica y Matías Alcalde, entonces gerente del hotel– mapearon quiénes eran las personas y líderes que estaban en contra y comenzaron un trabajo de hormiga con cada uno, invitándolos a sumarse la idea.
Aunque Ramón Navarro ya era parte del círculo de confianza de Davis, no participó directamente en el proceso. “Nadie es profeta en su tierra, y para Ramón era difícil porque él es lo que ha logrado en su vida y lo que él cree, y quería ser cuidadoso con su comunidad”, explica.
Davis tenía la película clara: había que crear una fundación que fuera dueña de las tierras, donde participara la comunidad. La primera en sumarse a la iniciativa fue la ONG Save the Waves, que llevó a cabo un estudio económico sobre el valor de un proyecto de este tipo de conservación al turismo. Su rol fue clave como catalizador: tras ella, varias organizaciones internacionales pusieron sus ojos en Punta de Lobos. Así llegaron las fundaciones Marisla, Waitt y Packard, y la empresa Patagonia, que donó medio millón de dólares. Entre todos compraron parte del terreno al presidente de EuroAmerica, quien a su vez cedió el resto a la recién creada Fundación Punta de Lobos, dirigida por Alcalde, y con Davis, Roa, Navarro y Mauricio Godoy, vecino del lugar, en el directorio.
Inspiración: California
“Esto no es conservación”, dice el empresario. “Conservación es cuando logras cuidar un ecosistema y lo nuestro son poquititas hectáreas. Pero lo importante es cómo generas la protección de un lugar que es muy icónico para una comunidad, y cómo le das uso al borde costero: hay zonas que son de sacrificio, otras de turismo, lugares que son de conservación, otros que pueden tener potencial para hacer un puerto. Un proyecto como este te empieza a decir cómo ordenamos el territorio costero chileno”, señala.
El ejemplo que toma es California, por su parecido con Chile: tiene una costa muy larga, además de desierto, cordillera y bosque; los mismos desastres naturales, como terremotos e incendios, y una corriente que funciona similar a la de Humboldt. “Pero hay una diferencia grande, ellos van 100 años más adelante. Entonces ven en Chile lo que era California, y que hay un potencial infinito de poder ordenar y darles uso a los distintos lugares de la costa racionalmente”, explica.
Cambia, todo cambia
-¿Cómo cambió su mirada empresarial sobre la forma de hacer las cosas en Chile?
-Hay un click, que tiene que ver con los momentos de Chile también. Pero tenemos que pensar que el desarrollo del país en los últimos 30 años es realmente impresionante. Y las capacidades que necesitábamos el año 80, 85 o 90 y adelante, eran distintas. Los empresarios más antiguos le pusieron empuje y fuerza a este país. Hoy nos encontramos con un mundo que es más exigente en ciertas cosas, pero a la vez, más fácil para hacer negocios.
-Pero antiguamente una minera se quería instalar y lo hacía, lo mismo si se quería hacer un embalse. Esos proyectos son cada vez más difíciles de concretar.
-Pero había condiciones externas distintas, un país que estaba desarmado, no tenías economías locales. Por eso, uno no puede juzgar con la misma regla lo que se hizo antes y hoy, pero sí, ciertamente, el mundo cambia alrededor nuestro. Y por eso hoy las cosas hay que hacerlas de otra manera. La familia Tompkins hace un tremendo sacrificio por conservar, con un país y un gobierno totalmente en contra, se corrían todo tipo de rumores sobre ellos. Y en realidad a lo que venían era a cuidar una zona que les parecía increíble, de una geografía impresionante, un lugar prístino. Y nosotros como país no supimos hacer esa lectura. Afortunadamente, ellos tuvieron el empuje y las ganas de seguir adelante porque lo que crearon es inédito en el mundo.
-¿Conoció personalmente a Douglas Tompkins?
-Estuve hace mucho tiempo con él en Pucón, en sus primeras incursiones en el santuario El Cañi. Ahí lo conocí, pero después me perdí, me dediqué a trabajar y no estaba tan metido en estos temas. Con Kristine Tompkins he estado mucho. Gran mujer.
El terreno de la discordia
Mientras la fundación estaba en proceso de constituirse, Davis se enteró de que en el terreno que estaba entre el hotel Alaia y la punta recién comprada se desarrollaría un agresivo proyecto inmobiliario en el borde costero, con departamentos de siete pisos. Rápidamente, compró el 25% de esa tierra a uno de los dueños y con eso logró bloquear la construcción. Sin embargo, el día antes de ir a la notaría a firmar la compra del 75% restante al otro propietario, este le dijo que había recibido una oferta 30% más alta. No le creyó. Ese mismo día, el paño restante del terreno Diamante fue adquirido por el empresario supermercadista Tino Gracia.
La aspiración de Davis, a través de la fundación, es comprar a futuro ese 75%. Pero para eso no hay apuro: el Diamante se encuentra en una disputa legal con un vecino por superposición de títulos. “Nosotros tenemos los estudios de título al año 1800 y no hay duda de que sea nuestro”, dice, pero mientras la justicia no zanje el caso, el paño se mantiene congelado. En la causa es asesorado por el abogado José Miguel Huerta, de Claro & Cia, y por un equipo legal de la fundación Geute. Con el Diamante, la fundación tendría 10 hectáreas de parque.
“Más que un masterplan, que sería el equivalente al plano de una casa, tenemos un plano conceptual, que es entender los usos del lugar, y tiene que ver con la visión de la comunidad. Tenemos uso recreativo: deporte, playa, caminata, paseos; usos tradicionales: pesca artesanal con un área de manejo donde actuamos de la mano de la cooperativa Los Piures”, asegura.
En diciembre pasado, y luego de más de un año de trabajo para remodelar la casa donde alguna vez habitó el francés Jean Robert Pistone –patrulla de esquí en Valle Nevado y uno de los primeros surfistas que se instalaron en el lugar–, la sede de la fundación abrió sus puertas. Adentro hay una especie de co-work, con mesas elaboradas a partir del reciclaje de plásticos, un invernadero donde se reproducen cactus nativos que luego serán instalados en el parque y un laboratorio donde se realizan distintas pruebas de reciclaje. Ese mismo mes, la fundación tomó la concesión de la playa, con el objetivo de establecer una alianza de largo plazo que les permita ordenar actividades que no están reguladas, como las escuelas de surf y algunas tomas.
La ONG está trabajando además en una propuesta que entregará a la Municipalidad de Pichilemu para modificar el plano regulador, que si bien acaba de restringir la construcción en altura en el borde costero, aún permite altas densidades hacia el interior. En paralelo, están reconstruyendo una antigua panquequería, donde Pistone cocinaba a los surfistas que llegaban ahí todas las tardes. En el mismo lugar se desarrollará un centro científico para mostrar la flora y fauna del lugar, en asociación con alguna universidad, y se instalará un café.
La conservación como negocio
Nicholas Davis pide un café expreso y un vaso de agua. Luego reflexiona: “Comprar la punta nos dio el propósito para armar la fundación. Sin embargo, han pasado cuatro años y esto va mucho más allá. Nos dimos cuenta de que Punta de Lobos era un buen faro para orientarnos y darnos visibilidad, pero empezamos a meternos en temas de ordenamiento territorial, áreas marinas protegidas y de manejo sustentable. Y lo que nos enseña el lugar, más allá de la conservación, es cómo vivimos del borde costero. Si tenemos un área de concesión donde hay una zona pesquera importante, no es decir ‘aquí no se puede sacar nada’, sino hacerlo bien para que a ese producto de extrema calidad –como pocos que vienen de un lugar salvaje, sin anabólicos, sin antibióticos, sin pesticidas– le demos el valor que tiene y logremos colocarlo en un consumidor final. Ahí conservamos el lugar de la extracción y le damos un mejor negocio al pescador. Cuando ves un área de manejo como la de Punta de Lobos, que son 57 hectáreas marinas, esa zona impacta a 15 kilómetros al norte por las corrientes, entonces te puede impactar 20 mil hectáreas. Por lo tanto, no es el cuidado de Punta de Lobos, es el cuidado del océano”.
-¿Se reúnen con el gobierno para hablar de estos temas, discutir sobre marcos regulatorios?
-Somos malos para conversar con los gobiernos, tendemos a ser más buenos en la acción, y a partir de eso, crear un modelo exitoso para que otros se sumen.
-¿Qué lo diferencia de otros conservacionistas?
-Uno puede tener diferencias, pero al revés del mundo de los negocios, donde uno tiende a ser competitivo, este mundo es colaborativo. La visión de un Tompkins a la mía quizás es muy parecida. Nosotros tenemos una visión un poco más de negocios a lo que es preservación. Yo soy un convencido de que las empresas son un motor de cambio, entonces, tenemos que generar modelos de negocios de cara al siglo XXI, donde seamos capaces no solo de ganar plata, sino de ser sustentables. Si, por ejemplo, mejoramos las condiciones de la gente que está haciendo actividades pesqueras, estamos protegiendo el ecosistema marino, porque los que más van a cuidar el lugar van a ser ellos mismos. Y eso es lo mejor que puedes hacer, porque puedes tener un gobierno, una ley, pero finalmente es imposible controlar la costa chilena. Como fundación, queremos incentivar esta economía circular.
-¿Por qué está haciendo esto?
-Tengo una convicción de que hoy tenemos una crisis ambiental que pone en riesgo en el largo plazo al mundo como lo conocemos. A mí me gusta agrupar en tres los riesgos que tenemos. Lo primero, todo lo que es la quema de combustibles fósiles: carbón, gas, petróleo, hoy están causando gran parte del efecto invernadero y cambio climático. Entonces energías renovables no es capricho, es sí o sí, no hay otro camino. Luego, y esto se lo escuché a la fundación Di Caprio, debiéramos tener el 50% del planeta en algún estado de conservación, y eso es mar y tierra. Y la manera de llegar a la conservación no es comprando o teniendo áreas marinas protegidas –porque no existen lucas en el mundo para adquirir la mitad del planeta–, sino con áreas de manejo sustentable y siendo muy efectivos en el reciclaje. Y tercero, tiene que ver con la agricultura: directa e indirectamente representa alrededor de 30% de la producción de gases invernaderos, eso significa que tiene que cambiar la forma que se están haciendo las cosas.
Paralelo a la fundación, Nicholas Davis está desarrollando en la IX Región proyectos de agricultura regenerativa y de ganadería, con crianza y engorda de animales a través de pastoreo, cuenta. Actualmente está produciendo leche y carne que vende a terceros. Pero más adelante pretende ampliar el rubro a verduras, frutas y cereales. “Lo que hacemos es colaborativo y open source, como dicen los gringos. Es algo que es conocido y queremos demostrar que se puede hacer, vender, y es rentable. Y los que se quieran subir a este carro, encantados. Nosotros capacitamos y fomentamos”, señala.
-¿La venta del área de seguros de EuroAmerica tiene que ver con esta “volada” verde?
-No, nada. Yo me dedico al negocio financiero y tengo esta otra pata a la que le destino mucho tiempo, cabeza, recursos y donde trato de generar modelos de negocios que sean sustentables. Esto ha sido un proyecto familiar. Mis hijos, el día de mañana tendrán que elegir cuál es su camino en la vida, dónde quieren estar.