Café delicioso, café injusto
No hay nada comparable al aroma de un café recién hecho por las mañanas al despertar. Incluso quienes no lo consumen, disfrutan de ese delicioso olor, que abre el apetito y nos anima a empezar el día con buen pie. A los alemanes les gusta el café. Solo en 2016, se consumieron 162 litros por persona, más que agua y cerveza. Y la cifra va en aumento. Hamburgo es el principal puerto de entrada del café en Europa. Y Alemania es el mayor importador, tostador, consumidor e incluso exportador de la Unión Europea.
El actual impuesto alemán sobre el café data del siglo XVIII y, precisamente, se trataba de gravar su consumo para beneficiar a la cerveza. Gracias a eso, Alemania recauda alrededor de mil millones anuales de euros procedentes del café. "Es inaceptable que Alemania en el siglo XXI recaude 2,19 euros en impuestos por kilogramo de café tostado y 4,78 euros por kilogramo de café instantáneo, mientras los productores y campesinos en las regiones rurales donde se producen reciben precios inaceptablemente bajos por su producto”, critica Fernando Morales de la Cruz, fundador de CafeforChange.
Foro Mundial de Productores en Medellín
Además, Morales de la Cruz denuncia que "las regiones productoras de café son testimonio de la injusta distribución del valor del grano." Afirma que "en las montañas cafeteras abunda la miseria, la malnutrición y el trabajo infantil, además de que hay escasos recursos públicos para inversión social e infraestructura”. Solo en América Latina, hay unos diez millones de personas involucradas en laproducción. "Muchos de ellos son pequeños productores. La mayoría ronda el límite de la pobreza”, dice a DW Joel Brounen, director del programa global para el café de Solidaridad Network.
Entre los días 10 y 12 de julio se celebra en Medellín, Colombia, el Foro Mundial de Productores de Café, donde se debatirá sobre la problemática con expertos de todo el mundo, pero en el que esos pequeños productores no están representados. Se presenta de forma ambiciosa, con conceptos que a todos nos vienen a la mente cuando pensamos en los retos de la agricultura: sostenibilidad económica del productor, volatilidad de los precios internacionales, cambio climático, aumento de la demanda… Pero ¿se tendrá en cuenta la situación del primer eslabón, el más débil, de la cadena cafetera?
¿Consumidores con la conciencia tranquila?
El consumidor alemán, cada día más concienciado en cuanto a temas de sociales y de sostenibilidad, observa en las estanterías de los supermercados cómo aumenta la oferta de cafés con distintas certificaciones de comercio justo. Hay diversas organizaciones que aseguran que el producto que certifican contribuye a la mejora de la calidad de vida de los productores. Ello implica que estos se organizan en cooperativas democráticas con condiciones de trabajo justas y que no existe trabajo infantil ni discriminación.
El porcentaje sigue siendo pequeño. Tan solo un 8 por ciento del café consumido en Alemania lleva ese sello, pero lo cierto es que los consumidores parecen crecientemente dispuestos a pagar un poco más, e incluso mucho más, por un producto que garantice unas condiciones de vida dignas a quienes están en el otro extremo de la cadena cafetera. Pero Morales de la Cruz echa por tierra la ilusión del amante del café justo: "El impacto económico del Comercio Justo representado por Fairtrade International, la organización más grande de certificación, se reduce a menos de cuatro céntimos de euro por persona por día (cálculo hecho a partir de un informe del propio Fairtrade International). ¿Cómo puede esa cantidad insignificante erradicar la pobreza? ¿Cómo puede alguien, especialmente una institución gubernamental o estatal, la ONU, la UE, la OCDE, el ITC o cualquier otro organismo multilateral, atreverse a llamar eso justo, ético o sostenible? ", argumenta Morales de la Cruz.
¿Empresas comprometidas?
"Lo que necesitan los productores es el equivalente a treinta veces lo que en Alemania se llama ‘fair trade", continúa. Y no solo es una cuestión de dinero. Diversos medios han documentado que el trabajo infantil existe entre los agricultores de café. Se trata de algo prohibido en Alemania y en la Unión Europea, pero que se apoya de forma indirecta si se forma parte de la cadena de importación y consumo.
Por su parte, las empresas que hacen del café su negocio saben que los consumidores cada día son más exigentes en cuanto a temas sociales y tratan de dar una imagen de compromiso con los agricultores, lanzando campañas e incluso programas de apoyo. Pero Morales de la Cruz también duda de que estas iniciativas tengan impacto alguno, y argumenta su opinión tomando como índice el número de niñas que concluyen la escuela secundaria en las zonas oprimidas. Para él, mientras ese marcador no crezca, esos programas de apoyo son inútiles.