Por qué el extraordinario invento de la electricidad fue tan decepcionante hace un siglo
Para los inversionistas de Boo.com, Webvan e eToys, el estallido de la burbuja .com fue un shock.
Empresas como estas lograron recaudar mucho dinero bajo la promesa de que la World Wide Web lo cambiaría todo.
Luego, en 2000, los mercados bursátiles colapsaron.
Algunos economistas habían mostrado escepticismo desde hacía tiempo sobre las ventajas de las computadoras.
En 1987 no tenías la red, pero ya aparecían hojas de cálculo y bases de datos en todos los trabajos.
Sin embargo, no parecían generar ningún impacto.
El experto por excelencia en crecimiento económico, el estadounidense Robert Solow, señaló: "Puedes ver la era de la computación en todos lados, excepto en las estadísticas de producción".
No es fácil cuantificar el impacto económico general de una innovación, pero la mejor manera de medirlo es a través de algo llamado Productividad Total de los Factores (PTF).
Cuando la PTF crece, significa que la economía está aprovechando mejor sus insumos como la maquinaria, la labor humana y la educación.
En los '80, cuando Robert Solow escribía esa frase, la PTF crecía al ritmo más lento en décadas. Incluso más que durante la Gran Depresión.
La tecnología parecía estar en auge, pero la productividad estaba prácticamente estancada.
Los economistas lo llamaron "la paradoja de la productividad".
¿Qué lo explicaba?
Para que tengan una pista, rebobinen cien años.
Otra increíble nueva tecnología estaba resultando decepcionante: la electricidad.
Algunas corporaciones estaban invirtiendo en generadores eléctricos y motores e instalándolos en las oficinas.
Sin embargo, no se vio un aumento en la productividad.
El potencial de la electricidad parecía claro.
Thomas Edison y Joseph Swan habían inventado por separado bombillas de luz a finales de la década de 1870.
En 1881 Edison construyó centrales de generación eléctrica en Pearl Street en Manhattan (EE.UU.), y en Holborn, Londres (Reino Unido).
Las cosas se movieron rápido: para el año siguiente ya estaba vendiendo electricidad como una mercancía.
Un año después los primeros motores eléctricos se empezaron a usar para movilizar máquinas manufactureras.
Y sin embargo, para 1900 menos del 5% de la energía mecánica en las fábricas de EE.UU. provenía de motores eléctricos.
La vasta mayoría de las fábricas seguía en la era del vapor.
Una fábrica potenciada a vapor debe haber sido algo increíble de ver.
La energía mecánica provenía de un solo enorme motor a vapor.
Todo estaba conectado a un eje de transmisión central que corría a lo largo de la fábrica, al cual se adicionaban todas las máquinas que debían funcionar.
A veces ese eje se conectaba con máquinas en un segundo piso o en otro edificio.
Todo el sistema estaba continuamente lubricado y rodeado por un costoso mecanismo antiincendios.
Los motores a vapor casi nunca paraban.
Si una sola máquina de la fábrica tenía que usarse había que alimentar el fuego a carbón.
Todo se movía continuamente y siempre estaba el riesgo de que una manga o un cordón quedara enganchado en la máquina y arrastrara a algún trabajador.
Algunos dueños de fábricas hicieron el experimento de reemplazar los motores a vapor con uno eléctrico, trayendo energía limpia y moderna desde alguna cercana central eléctrica.
Pero luego de una inversión tan grande solían estar decepcionados con los beneficios.
Y no era solo que la gente seguía apegada a sus viejos motores a vapor. Seguían instalando nuevos.
Hasta 1910 muchos empresarios optaron por el viejo y conocido motor a vapor por sobre el nuevo sistema eléctrico.
¿Por qué?
La respuesta es que para aprovechar las ventajas de la electricidad los empresarios tenían que empezar a pensar de manera diferente.
Por supuesto que podían usar un motor eléctrico de la misma forma que usaban el viejo a vapor, encajaba perfecto en el sistema.
Pero los motores eléctricos podían hacer mucho más.
La electricidad permitía que la energía fuera llevada exactamente adonde era necesaria.
Los pequeños motores a vapor eran muy ineficientes pero los pequeños motores eléctricos funcionaban perfecto.
Así que una fábrica podía tener varios motores más chicos, cada uno alimentando un pequeño eje de transmisión.
Incluso cuando se desarrolló la tecnología, cada banco de trabajo podía tener su propia maquinaria con su propio motorcito.
La energía ya no era transmitida desde una gran máquina que giraba sino a través de cables.
Una fábrica alimentada a vapor tenía que ser lo suficientemente robusta como para poder contener a un gigantesco eje de transmisión.
En cambio, una que funcionara con electricidad podía ser espaciosa y liviana.
La electricidad permitía ya no tener que organizar todo en la fábrica siguiendo la lógica del eje de transmisión, sino que se empezó a seguir la lógica de la línea de producción.
En las viejas fábricas, que eran densas y oscuras, el motor a vapor marcaba el ritmo de trabajo.
En las nuevas fábricas, más expandidas y luminosas, eran los trabajadores quienes marcaban el ritmo de producción.
Estas fábricas podían ser más limpias y seguras, y más eficientes, porque las máquinas solo se encendían cuando había que usarlas.
Pero no podías aprovechar todo esto si simplemente sacabas el motor a vapor y lo reemplazabas por uno eléctrico.
Tenías que cambiar todo: la arquitectura, el proceso de producción.
Y debido a que los trabajadores tenían más autonomía y flexibilidad, incluso tenías que cambiar la forma en que eran contratados, entrenados y pagados.
Es comprensible entender por qué los dueños de las fábricas vacilaron.
Es lógico que no quisieran deshacerse de su capital existente.
Pero quizás también simplemente les costó pensar en un nuevo mundo en el que todo debía adaptarse a la nueva tecnología.
Al final el cambio ocurrió. Era inevitable.
La red eléctrica se hizo más barata y más fiable.
Los trabajadores estadounidenses se tornaron más caros gracias a una serie de leyes nuevas que limitaron la inmigración procedente de la Europa en guerra.
Los salarios ascendieron y contratar a trabajadores se tornó más un asunto de calidad que de cantidad.
Los trabajadores entrenados podían aprovechar la autonomía que les daba la electricidad.
Y a medida que más dueños de fábricas empezaron a comprender cómo aprovechar mejor el motor eléctrico, comenzaron a circular nuevas ideas sobre cómo producir.
Para 1920 la productividad manufacturera estadounidense había crecido como nunca antes (y como nunca después).
Quizás pienses que ese salto para adelante se deba a la aparición de nueva tecnología, pero no.
El historiador económico Paul David lo atribuye, en reglas generales, al hecho de que los fabricantes finalmente lograron entender cómo usar una tecnología que ya tenía casi medio siglo.
Les tardó como 50 años encontrar la forma de cambiar su arquitectura, su logística y su personal para aprovechar las ventajas del motor eléctrico.
Todo esto pone en contexto el comentario de Robert Solow con respecto a cómo la era de la computación se veía en todos lados en 1980, pero no tenía efectos sobre la producción.
Recién en el año 2000, unos 50 años después de que se empezara a usar el primer programa de computación, empezó a subir la productividad.
Dos economistas, Eric Brynjolfsson y Lorin Hitt, publicaron una investigación que mostraba que muchas empresas que habían invertido en computadoras no habían obtenido beneficios, mientras que otras habían logrado enormes recompensas.
Lo que explicaba la diferencia era si la compañía había estado dispuesta a reorganizarse para aprovechar las ventajas que ofrecían las computadoras.
Eso muchas veces implicaba descentralizarse, tercerizar, reestructurar la cadena de suministros y ofrecer más opciones a los clientes.
No podías simplemente seguir usando tu viejo sistema y agregarle computadoras, tenías que hacer las cosas de otra forma.
E internet es aún más joven. Tenía apenas una década de existencia cuando explotó la burbuja .com.
Cuando el generador eléctrico era tan viejo como lo es hoy la red, muchos dueños de fábricas seguían apegados al vapor.
Los cambios grandes recién comenzaban a verse.
La cosa que tiene una tecnología revolucionaria es que cambia todo, ¡por eso la llamamos revolucionaria!
Y cambiar todo lleva tiempo, imaginación y coraje. Y a veces simplemente muchísimo trabajo.
Este artículo es una adaptación de la serie de la BBC "50 cosas que hicieron la economía moderna". Abajo encontrarás otros episodios de la serie.