¿Te imaginas si cada vez que fueras al supermercado a hacer la compra semanal te encontraras con que los precios han subido?
Pues eso es lo que les pasa, entre otros, a quienes viven en Argentina, que conviven con una inflación interanual del 52,1%, según los últimos datos del Instituto Nacional de Estadística y Censos (Indec).
Sacando la hiperinflación de Venezuela, la de Argentina es, por lejos, la más alta de la región.
La tercera economía de América Latina tiene casi cinco veces más inflación que el país más grande de la región, Brasil (11,1%) y más de ocho veces la de la segunda economía, México (6,2%), de acuerdo a lo que indican los Índices de Precios al Consumidor de octubre en esos países.
Tener costos que aumentan 1% cada semana, en promedio, pulveriza los ingresos de los argentinos, y es uno de los principales motivos por los que se ha disparado la pobreza, que hoy alcanza a entre el 42% y la mitad de la población, según diversas cifras oficiales.
Vivir con inflación alta no es nada nuevo para los argentinos.
Aunque una inflación mensual cercana al 4% suena descomunal en muchos otros países, donde ni en todo un año se alcanza esa cifra, Argentina ha tenido aumentos de precios mucho más vertiginosos en los últimos 50 años.
El peor fue la hiperinflación de 1989, cuando los precios subieron más del 3000%, llevando a la caída del gobierno de Raúl Alfonsín, que había asumido tras el retorno de la democracia, y a la adopción del peso, que aún se utiliza hoy.
En la década de 1990, la llamada "convertibilidad" -que ató la moneda local con el dólar- hizo que la inflación desapareciera, pero concluyó de manera catastrófica con el "corralito" sobre los depósitos bancarios en diciembre de 2001, que terminaría provocando violentas protestas y la renuncia del presidente Fernando De la Rúa.
Esa crisis económica y política de comienzos de este siglo reabrió el ciclo inflacionario, que se empezó a acelerar nuevamente durante el segundo gobierno de Cristina Fernández de Kirchner (2011-2015), y superó la barrera del 50% al final del mandato de Mauricio Macri (2015-2019).
Aunque la desaceleración de la economía en 2020, por la pandemia de coronavirus, redujo la inflación al 36%, este año volvió a colocarse en una tasa interanual del 52%, y muchos economistas pronostican que en 2022 será mayor.
Por qué tan alta
¿A qué se debe que Argentina tenga desde hace tanto tiempo este problema que no afecta a casi ningún otro país de la región?
Los economistas ortodoxos, que son mayoría, aseguran que la razón de fondo es sencilla: el país sistemáticamente gasta más de lo que debe.
Las estadísticas lo muestran con claridad: en los últimos 60 años, solo hubo 6 sin déficit fiscal (entre 2003 y 2008, cuando los precios internacionales de las materias primas fueron récord, generando un gran aumento de la recaudación).
Y no es que Argentina tenga pocos impuestos... todo lo contrario: según el Banco Mundial, es uno de los países con la mayor carga fiscal sobre la economía formal de todo el mundo.
Pero como, aún así, la recaudación no alcanza para mantener el gasto público, los sucesivos gobiernos han apelado a dos herramientas para financiarse: el endeudamiento y la emisión monetaria.
El primero ha llevado a Argentina a entrar en default -o cesación de pagos de la deuda- nueve veces, lo que ha dificultado sus posibilidades de acceder a créditos a tasas similares a los que pagan sus vecinos.
Esta limitación ha hecho que el país dependa cada vez más de la segunda opción para mantener la abultada billetera del Estado: la impresión de billetes (o lo que los economistas llaman una "política monetaria expansiva").
Es esta emisión la que, según la visión ortodoxa, genera inflación.
El ciclo inflacionario actual
Marina Dal Poggetto, directora ejecutiva de la consultora económica EcoGo, le explicó a BBC Mundo por qué hoy Argentina es el único país de la región -salvo Venezuela- que tiene un problema de inflación tan alta.
"En la década de 1980 varios países latinoamericanos sufrieron crisis inflacionarias y en los años 90 todos entraron en esquemas de desinflación, incluyendo Argentina", señaló.
Pero a comienzos de este siglo, "a diferencia del resto, Argentina desaprovechó la oportunidad inédita para construir una moneda y mantener tasas de inflación baja".
"Todo el resto de la región aprovechó el escenario de devaluación del dólar a nivel global y precios de los commodities (materias primas) altos que tuvo la economía latinoamericana en la década del 2000 para atar sus monedas con tasas de interés positivas. Así se apreciaron y construyeron sus monedas", afirmó.
"Pero Argentina, que venía de la crisis de 2001, tuvo sistemáticamente una tasa de interés que era la mitad de la tasa de inflación".
El gobierno de Néstor Kirchner (2003-2007) "priorizó el corto plazo", y mantuvo el peso barato para hacerlo más competitivo, lo que le permitió al país crecer "a tasas chinas" (muy altas) por unos años.
Con ese inédito superávit fiscal, dice Dal Poggetto, "el gobierno de Kirchner entró en un escenario de políticas muy expansivas, con una agresiva política de distribución del ingreso".
Pero, a pesar de que el boom de la soja se había desacelerado cuando asumió su esposa y sucesora, la actual vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner (2007-2015), y "se acabaron los dólares", el gobierno siguió ampliando su gasto y en 2009 Argentina volvió a tener sus cuentas en rojo.
Durante el kirchnerismo el salario real subió un 50% y se incorporó a 3 millones de jubilados (duplicando la cantidad total) que no habían realizado los aportes correspondientes, algo "insostenible", según la economista.
"Aunque la recaudación creció de 19 a 34 puntos del Producto Interno Bruto (PIB), con las políticas fiscales expansivas del kirchnerismo el gasto público aumentó de 25 a 41 del PIB", afirma.
Esto generó "un deterioro muy grande de la macroeconomía", con un tipo de cambio que se atrasó y una tasa de inflación que alcanzó los dos dígitos en 2006 y desató el proceso inflacionario que continúa hoy.
El único gobierno no kirchnerista que tuvo Argentina durante este siglo -el de Mauricio Macri (2015-2019), que llegó al poder en gran medida debido al descontento popular por el aumento de la inflación- mantuvo el gasto alto del Estado durante los primeros dos años, pero en vez de imprimir dinero, se financió emitiendo deuda.
Esto logró brevemente desacelerar la inflación en 2017. Pero los fondos especulativos del exterior que compraron gran parte de los papeles emitidos por Macri, atraídos por las altísimas tasas de interés, terminarían generando una grave crisis económica.
Una corrida cambiaria en 2018 llevó a una "megadevaluación" del peso, que se trasladó automáticamente a los precios. La inflación se duplicó en un solo año, llegando casi al 48%.
Macri perdió las elecciones en 2019 y terminó su mandato con la inflación más alta de las últimas dos décadas: 53,83%.
Además, dejó a Argentina en una nueva crisis de deuda, tras haber negociado con el Fondo Monetario Internacional (FMI) el préstamo más grande su historia -que finalmente no llegó en su totalidad, pero que ha dejado al país nuevamente con una pesada mochila, que, de no ser negociada con éxito, podría terminar en un nuevo default-.
Como si todo esto no fuera suficiente, en marzo de 2020 llegó la pandemia.
Sin acceso a crédito, el flamante gobierno de Alberto Fernández debió apelar a más emisión monetaria para paliar la crisis sanitaria y económica.
Pero su decisión de imponer una de las cuarentenas más largas del mundo obligó al Banco Central a imprimir una cantidad récord de billetes, que suponen una presión inflacionaria extra.
El problema del dólar
Además de una alta emisión monetaria, Argentina tiene otra particularidad que influye sobre el alza de precios.
Tener una moneda que constantemente se devalúa, y tasas de interés en pesos que históricamente están por debajo de la inflación, ha hecho que los argentinos ahorren y piensen en dólares.
Pero como Argentina no genera los suficientes billetes verdes como para satisfacer la demanda, los gobiernos aplican controles de capitales, conocidos localmente como "cepos cambiarios".
Estos generan otro fenómeno que pone presión sobre la inflación: la "brecha" cambiaria.
Al no poder acceder a comprar dólares en el mercado oficial -que además de estar restringidos a US$200 por persona por mes tienen tasas que hoy alcanzan el 65%- las empresas y los ahorristas se vuelcan a los mercados paralelos, el más famoso de los cuales es el informal, llamado localmente el "blue".
Ante la desconfianza que genera el peso, el precio del "dólar blue" es considerado por muchos argentinos como el referente a la hora de realizar transacciones, como alquileres o la compra de insumos para la construcción, productos electrónicos o autos.
Por eso, cuando la cotización de este dólar de mercado está muy por encima del dólar oficial -como ahora, que la "brecha" entre uno y otro alcanza el 100%- esto lleva a un alza de algunos precios en pesos, y genera una sensación de que la moneda local está devaluada.
Esto, a pesar de que, como afirma Dal Poggetto, "hay un montón de precios de la economía que están a un dólar más parecido al oficial que al blue".
"Si devaluaran el dólar oficial, la inflación sería mucho más alta", advierte.
Los monopolios
Pero el gobierno y los economistas heterodoxos están convencidos de que no es ni la emisión monetaria ni la brecha cambiaria la que lleva al alza de precios, sino que son los "grupos concentrados de poder".
"La inflación es multicausal, pero uno de los principales factores es que tenés sectores concentrados de la economía, sobre todo en la producción y distribución de alimentos, que tienen la capacidad de fijar precios", señala a BBC Mundo Alan Cibils, investigador y docente del Área de Economía Política de la Universidad Nacional de General Sarmiento (UNGS).
"Estos sectores fijan rentabilidades en dólares, porque la mayoría son extranjeras. Entonces, quieren poder remitir dólares al margen de cuál sea el tipo de cambio", afirma.
"Ellos fijan los precios en pesos, porque pueden, y eso contribuye fuertemente a la inflación".
Siguiendo la misma línea de pensamiento, el gobierno de Alberto Fernández ha restringido las exportaciones de carne para que el precio local baje, una medida que ya había adoptado el kichnerismo en el pasado y que llevó a una reducción de la producción ganadera.
A días de las elecciones legislativas de este domingo 14 de noviembre, el gobierno también apeló a otra herramienta utilizada durante el gobierno de Cristina Kirchner: los precios congelados.
La Secretaría de Comercio Interior emitió a finales de octubre una resolución que establece la "fijación de precios máximos" para más de 1.400 productos de consumo masivo hasta enero de 2022.
Aunque ambas medidas fueron duramente criticadas por la oposición, el jefe de gobierno de la ciudad de Buenos Aires, Horacio Rodríguez Larreta, considerado el sucesor político de Macri, coincidió en que los sectores concentrados de la economía son parte del problema inflacionario.
"Tenemos que ir sobre los monopolios para que haya una verdadera competencia, los monopolios no ayudan a bajar la inflación", dijo en declaraciones a Radio Urbana Play.
Una rueda que no para
Más allá de las discusiones sobre qué causa la inflación en Argentina, hay algo en lo que parecen coincidir todos: se trata de un proceso muy difícil de frenar.
El gran problema, señalan, es la inercia inflacionaria, que hace que todos establezcan los precios sobre la base de la inflación pasada.
Según un informe de la consultora EconViews, "al menos un 40% de la inflación núcleo de un mes se explica por la inflación del mes pasado".
"Se tienden a indexar contratos, alquileres. Los sindicatos negocian aumentos de sueldo anuales", ejemplifica Cibils.
"Hay gente que aumenta sus precios todos los meses un x por ciento por las dudas. Como no sabés qué va a pasar, en la medida de los posible te cubrís", explica.
Son estos comportamientos "inerciales" los que hacen que la inflación "se autopropague", afirma.
¿Cómo se frena este círculo vicioso?
Para el gobierno y quienes tienen una visión heterodoxa: con más intervención del Estado.
En cambio, organismos como el FMI y muchos economistas, como Dal Poggetto, creen que la solución es corregir el problema de fondo. Es decir, reducir el gasto.
El tema es cómo hacerlo sin golpear aún más a una población ya abatida, y sin generar las crisis de gobernabilidad que se vivieron en otros países que quisieron ajustar el gasto, como Colombia y Ecuador, afirma.
"Siempre digo que el problema es que estamos todos de acuerdo en que hay que reducir el gasto, pero estamos todos de acuerdo en que el ajuste lo haga el otro".