En 2007, un nuevo plan de recorridos del transporte público urbano logró modificar la manera en que los santiaguinos se desplazaban por la capital. Con la promesa de un traslado expedito, mejores vías y mayor seguridad en los servicios de locomoción colectiva, la red de largos buses se impuso por sobre las icónicas micros amarillas que decoraron la ciudad durante 15 años.
Transantiago se estableció con un sistema de buses compuesto por los alimentadores, que funcionaban bajo un distintivo sistema de colores por comunas, y los troncales, cuya tarea primordial se enfocaba en la realización de los recorridos más largos para una mayor conectividad.
A cinco años de su implementación, el nuevo sistema de transporte público sufrió una importante modificación, orientada en la entrega de recorridos más expeditos para los usuarios. Esto pues una de las principales críticas que hacían los usuarios apuntaba a un excesivo tiempo de espera, producto de los transbordos. De esta forma, Transantiago quedó organizado en siete unidades de operación, controladas por el mismo número de empresas concesionarias, las que idearon nuevas rutas para cruzar la ciudad.
Sin embargo, los cambios no culminaron ahí. Un novedoso plan de reasignación de recorridos, acabó por desechar algunos de los trayectos que presentaban mayores problemas en materias de frecuencia y ruta, creando tramos nuevos para apaciguar las necesidades de los pasajeros.
Tal es el caso del recorrido 712, que comenzó a operar el día 24 de septiembre de 2016 como parte de la segunda etapa de reasignación. Este tramo, se originó producto de la fusión del servicio 112 de la empresa Alsacia y el alimentador F21, y se convirtió en el más largo del Transantiago.
En T13.cl nos subimos a este recorrido para contar la experiencia de viajar durante dos horas y media en el recorrido más largo del sistema público que este viernes cumple una década.
De Santiago a Rancagua
El viaje comienza en el terminal, ubicado en Calle 27 de Septiembre con Los Tilos, en Puente Alto, donde una solitaria calle rodeada de pequeñas casas es circundada por verdes cerros florecidos. Allí, en la "comuna dormitorio", los buses aguardan por varios minutos antes de comenzar su viaje.
Es un día caluroso en el que los termómetros ya superan los 30°C, y a sólo unos minutos de camino, el bus es detenido por un par de pasajeros que ubicados sobre la acera, bajo el alero de un pequeño paradero que los protege del sol.
El recorrido más largo del Transantiago lleva poco más de cuatro meses funcionando, y desde entonces, se ha convertido en el puente de conexión de los habitantes de Bajos de Mena - el denominado "gueto más grande de Chile"- con el resto de la capital.
La ruta completa de la línea 712 tiene una extensión de 97 kilómetros entre ida y vuelta, distancia que equivale a un viaje desde Santiago a la ciudad de Rancagua, en la región de O'Higgins.
El destino de los pasajeros es desconocido, pero no es difícil concluir que estos viajeros cargan con una gran paciencia, ya que cada uno de sus viajes está acompañado por el inevitable expendio de un par de horas dentro del bus.
"Son cien personas bajo tu responsabilidad"
En el paradero de la Calle Eduardo Cordero con Santa Helena suben dos mujeres, una de las cuales carga un coche con un pequeño niño que no supera los tres años de edad. Son las 16:28 de la tarde y ya ha transcurrido media hora desde que la 712 dejó el terminal.
"Buenas tardes", dicen las mujeres dirigiéndose al chofer, antes de desplazarse hasta la parte trasera de la micro para alcanzar un asiento. "Hola, buenas tardes", replica el conductor.
Rodrigo Roldán (43) vive en Recoleta, es contador, lleva dos semanas conduciendo el recorrido más largo del Transantiago y esta es la última vuelta que dará antes de terminar su turno. Proviene de una familia dedicada a los transportes y forma parte de los 90 choferes que componen el equipo de la 712.
Hay gente que se sube y ni siquiera dice permiso. Y otras personas se paran, les suena la tarjeta como que no tienen plata, y se complican enteros (...) A mí me dijeron desde un principio 'usted dedíquese a manejar, no se dedique a cobrar, esa no es su pega', pero la actitud incomoda
"Hasta ahora no he tenido grandes problemas fuera de acostumbrarse al recorrido, a no equivocarse o aprenderse los paraderos, que es lo que la gente reclama más", comenta.
Una historia distinta a la de sus compañeros en la empresa, quienes según recuerda, han debido enfrentar la tensión producida por los asaltos perpetrados dentro del bus. "Me han dicho algunos colegas que en algunos sectores, sobre todo de noche en Puente Alto, se pone difícil", señala.
Hace un par de días, uno de sus colegas le contó que un grupo de jóvenes intentó asaltar a los pasajeros. En ese instante, relata, la micro fue interceptada por otro conductor del recorrido, quien le ayudó a ahuyentar a los delincuentes.
Para Rodrigo, no se trata solamente de transportar pasajeros. "Además de conducir por la calle, tienes que conducir con la gente adentro. Son cien personas bajo tu responsabilidad", dice.
Travesía multicultural
Ha transcurrido una hora desde que la micro comenzó su viaje. Son las 17:36 de la tarde, cuando en uno de los paraderos de la comuna de La Florida aparece una mujer de edad. "Ella va a conversar todo el camino", dice Rodrigo antes de detener la máquina.
Su estatura difícilmente supera el metro y cincuenta centímetros. Su rostro agrietado alberga un ceño fruncido con el que rechaza a quienes duden de sus capacidades, debido a que usa dos muletas. Pese a sus dificultades de desplazamiento, lleva una mochila en su espalda y una bolsa verde en sus brazos.
"Yo puedo, no necesito ayuda", le dice la anciana, en un tono decidido, a una mujer que intenta ayudarla a subir. "Hola, ¿cómo estai?", le pregunta al conductor, quien la saluda amablemente. Junto a ella, se sube una mujer cuyo acento demuestra que proviene del extranjero, cuya tarjeta Bip! no tiene saldo para pagar el pasaje.
"Esta es la segunda vez que coincidimos en el horario. Siempre es lo mismo. Si alguien la ayuda se enoja", comenta Rodrigo refiriéndose a la anciana. "Ella me habla todo el camino y a veces no le entiendo nada, pero la escucho".
Un par de paradas más adelante, sube un vendedor ambulante, quien ofrece bebidas y agua mineral helada para pasar el calor. La mujer extranjera pregunta con escaso español por el precio de un agua, a lo que este responde "son $800". La mujer paga el costo indicado, pero la mirada atónita de algunos pasajeros se dirigen al vendedor en una clara señal condenatoria, por un producto que saben no cuesta más de $500 en el comercio callejero.
La 712 recorre diez comunas desde Puente Alto a Recoleta y, durante su larga travesía, transporta a cientos de pasajeros de todas las edades, distintas nacionalidades y condición social. Es un transporte multicultural, en el que una decena de realidades, confluyen dentro de la micro.
"Todos los días hay algo que hace la diferencia"
A medida que avanza el recorrido, el paisaje se transforma en un escenario lleno de altos edificios, grandes avenidas y centros comerciales. Dentro de la micro permanecen seis personas, quienes han subido en distintos sectores de La Florida.
En la comuna de La Reina sube un joven de pelo castaño, cuyos rizos logran cubrir parte de su frente. Lleva una polera gris, pantalones de jeans y un rostro que refleja una gran calma. Saluda al chofer, pero evade el pasaje. "Notas una diferencia en cuanto al saludo, al 'permiso'. En todas partes hay gente que no paga, pero aún así hay gente que saluda", observa Rodrigo.
Para él, hay diferencias importantes entre las personas de una comuna y otra en cuanto al trato con los choferes. "Si alguien te hace un reclamo te puede decir, por ejemplo, 'señor, no me dejó en el paradero', a diferencia de otros sectores en donde te dicen 'para po' tal por cual' (sic)", explica.
La micro continúa su tránsito por la Avenida Américo Vespucio y se detiene frente a un centro comercial, donde se sube un hombre con claros signos de estar perdido. Pregunta por una dirección, a lo que los demás pasajeros responden para ayudarlo. "Trato de hacerme el día agradable, hay gente super buena onda", cuenta Rodrigo.
Hace un par de días, tuvo la oportunidad de llevar a una señora quien, según relató, fue rechazada varias veces por otros buses del Transantiago, los que se negaron a llevarla porque cargaba con un carrito de feria. La mujer, agradecida del gesto, le dio un plátano y un yoghurt, para que acompañara su viaje. "Todos los días hay algo que hace la diferencia", dice mientras valora los pequeños gestos de los pasajeros.
Rodrigo acerca el bus al paradero para ayudar a subir a una mujer cuyo cuerpo encorvado ya logra evidenciar el paso de los años. "Gracias hijo", le dice la señora con una voz temblorosa.
"El Transantiago no se ha arreglado nunca"
En Escuela Militar ya es posible vislumbrar el nuevo recambio de pasajeros. Desde este momento, los viajeros terminarán por descender en algún sector de la zona norte de la capital, donde la apertura de grifos para calmar la sensación de calor de los más pequeños, se transforma en una escena constante.
Aquí no hay pequeños almacenes, los kioskos son escasos, las construcciones son cada vez más sofisticadas y la seguridad en ellas aumenta exponencialmente en comparación al sector sur. Está atarceciendo, son pasadas las seis de la tarde y el sol comienza a descender.
El Transantiago no se ha arreglado nunca, pero ésta (la 712) ha logrado salir del paso
A la micro suben dos hombres, uno de los cuales carga una mochila gastada que pone en el piso luego de sentarse en la parte trasera. Es el único recorrido que le sirve, dice Enrique con una voz cansada que se escapa ligeramente entre sus labios.
"Es la más rápida, para mí es súper buena", señala el pasajero mientras recuerda las escasas mejoras que ha experimentado el sistema de transporte urbano. "El Transantiago no se ha arreglado nunca, pero ésta (la 712) ha logrado salir del paso", dice.
La micro se demora sólo veinte minutos desde Escuela Militar hasta su casa ubicada en Zapadores, y lo que más destaca es la frecuencia con que pasan las micros. "Pasan cada diez minutos, yo creo que del Transantiago este es el mejor", señala el usuario.
Quedan tan sólo unos minutos antes de que el recorrido más largo del Transantiago llegue hasta su terminal en Recoleta, y unos jóvenes acaban de subir a la micro. Cargan dos mochilas y parecen cansados. Sus rostros evidencian segundas intenciones, a la espera del descuido de algún pasajero.
Los jóvenes intercambian un par de palabras mientras cruzan miradas con una de las pasajeras, quien advertida por los demás usuarios del recorrido, aseguró sus pertenencias. Ante el fracaso, deciden bajarse de la micro.
Son casi las siete de la tarde y ya no hay nadie dentro de la micro. El recorrido está por finalizar. Rodrigo lleva casi doce horas trabajando y reconoce que a veces le cuesta mantener la comunicación con su familia. Sin embargo, luego de horas dentro del bus con un tramo que muchos calificarían como un traslado tedioso, confiesa que aún hay tiempo para "jugar un rato con la niña más chica".