Eran las 11.00 de la mañana y Alejandra Fuentes, activista de Rancagua, lloraba a gritos por los niños del Sename y por el silencio de la Iglesia frente a los abusos. La mujer encabezaba una manifestación de unas 200 personas justo frente a la entrada principal de Parque O´Higgins, cerrado en todas sus salidas y fuertemente custodiado por cientos de Carabineros a caballo, a pie y con trajes de Fuerzas Especiales.
Las puertas del parque se habían cerrado a las 9.00 y miles de personas que no pudieron entrar, decidieron quedarse alrededor de las rejas. Había mal humor en el ambiente por varias razones: la rabia de no haberse enterado de los horarios de ingreso, el calor, los manifestantes anti Papa y el contingente policial siempre a punto de querer usar el chorro lanza aguas con bombas lacrimógenas.
Un grupo de argentinos de Mendoza reclamaba frente a varias cámaras de televisión por la “falta de organización” del evento. “Nadie nos avisó de los cierres, tampoco de las entradas, es una falta de respeto esta organización chilena”, reclamaba Daniela Pérez, generando la rabia de chilenos igual de frustrados y acalorados que ella, pero molestos con el reclamo de la trasandina a la logística nacional.
Así, mientras el Papa hacía llamados a la paz y a la justicia en su homilía, chilenos y argentinos se enfrascaban en una disputa de la que se escuchaba poco, porque a sólo unos metros, manifestantes en contra de la visita de Francisco comenzaron a acercarse al cordón de Carabineros que rodeaba el parque.
“Dentro de la catedral se protege al criminal”, gritaban con pancartas y lienzos directamente hacia un grupo de carabineros que transpiraban inmóviles detrás de sus escudos antidisturbios. Los manifestantes comenzaron a lanzarles piedras y botellas, los policías a acercarse en bloque y desde los carros lanza aguas se escuchó la primera advertencia: “Es una manifestación no autorizada, deben desocupar el área”.
Pero no hubo mucho tiempo para hacerlo, porque menos de un minuto después del aviso un chorro de agua gigante comenzó a empapar todo lo que se moviera en el perímetro: manifestantes, comerciantes, curiosos, periodistas, fotógrafos y niños. Todos estilaban con la cara inflamada por el efecto lacrimógeno.
Entre medio de la trifulca entre manifestantes y Carabineros, los comerciantes entraron a la batalla criticando que estaban siendo perjudicados. “Váyanse a manifestar a otra parte, acá queremos trabajar”, gritaban vendedores de chapitas, de banderines del Papa, de botellas de agua, galletas o empanadas.
La batalla campal terminó solo cuando Francisco se retiró del parque, se abrieron las puertas, salieron los feligreses y los comerciantes se lanzaron a venderles sus productos.
El carro lanza aguas comenzó otra vez su trabajo sobre los manifestantes desde Avenida Matta hacia la cordillera y Carabineros optó por preocuparse del colapso del metro para el retorno de las cerca de 400 mil personas que participaron de la misa.
En pocos minutos, el entorno del Parque O’Higgns cambió por completo. De ser escenario de enfrentamiento pasó a convertirse en la emotiva salida de la misa papal. Pocos de los presentes se enteraron que hubo una trinchera de dos horas, ni tampoco supieron de los frustrados fanáticos que jamás pudieron ver o escuchar al Pontífice.