Una Investigación de la Universidad de Chile y la Universidad de Edimburgo resolvió el misterio de unos fósiles encontrados en la costa de la región de Atacama que se mantuvieron sin identificar por cerca de 18 años.
Se trata de una nueva especie, nombrada Micrauchenia saladensis, que sería el representante más pequeño de los macrauquénidos a la fecha, un extinto grupo de extraños mamíferos sudamericanos parecidos a los guanacos, aunque no emparentados con ellos, que se especula podrían haber tenido una trompa en el hocico.
Una revisión de las colecciones existentes en los depósitos del Museo Nacional de Historia Natural en el año 2016 fue el inicio de un trabajo que permitió resolver la identidad de unos enigmáticos fósiles encontrados en 2005 en Bahía Inglesa, localidad costera de la Región de Atacama, donde abundan los registros paleontológicos de animales marinos y aves que vivieron entre 2 a 10 millones de años atrás.
La particularidad de estos restos unió a investigadores de la Universidad de Chile y de la Universidad de Edimburgo, quienes concluyeron que esta vez no solo se trataba de un vertebrado terrestre, sino además de una nueva especie de macrauquénido.
Hans Püschel, investigador principal de este estudio -publicado en la revista científica Journal of Mammalian Evolution- relata que la anatomía del animal indicaba que no se trataba de un vertebrado marino, sino que de un ungulado, término descriptivo para mamíferos placentarios que se apoyan y caminan con el extremo de los dedos, típicamente con una pezuña, como los caballos.
“A partir del estudio de la anatomía de este ejemplar, llegué a la conclusión de que se trataba de un macrauquénido. El más famoso de estos animales es Macrauchenia patachonica, el primer ungulado nativo sudamericano que encontró Charles Darwin durante una expedición en Argentina en 1834, hace ya casi 200 años, un animal de anatomía tan extraña que no sabían cómo categorizarlo. Cuando se describió el primero de ellos se les asoció a los camélidos, como las llamas o los camellos. Se pensaba que eran parientes, pero ahora sabemos que no es así”.
Sergio Soto, investigador de la Red Paleontológica de la Universidad de Chile y uno de los autores del estudio, tuvo un rol clave al distinguir la particularidad de estos restos mientras trabajaba en el registro y documentación de colecciones en el Museo Nacional de Historia Natural.
"En esa búsqueda de material me encontré con una bolsa llena de ejemplares provenientes de la Formación Bahía Inglesa, con muchos restos de pingüinos y tiburones. Hasta ahí nada fuera de lo común, pero de pronto apareció algo muy singular: restos de metacarpos, falanges y vértebras que claramente no eran de un organismo marino", inició.
"La cosa se puso más interesante cuando al seguir hurgando hallé una radioulna y unos metacarpos que incluso articulaban entre sí, más un resto de mandíbula. Todo esto indicaba que se podía tratar de un Macraucheniidae. Como no soy experto en este grupo, le sugerí a Hans trabajar con este material, que sería el primer vertebrado continental bien documentado de esta formación", relató el paleontólogo.
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¿Cómo era Micrauchenia?
Si bien el aspecto de los macrauquénidos tiene similitud con guanacos y camellos modernos, los investigadores afirman que no existe parentesco entre ellos y que todos los representantes de esta familia eran herbívoros con una dieta vegetal mixta.
Especifican, además, que en cuanto a su masa corporal y proporciones, la Micrauchenia saladensis podría estar entre un guanaco y una vicuña.
“Yo diría que son muy parecidos, con un cuello muy elongado y miembros alargados y gráciles. Otra cosa que vimos es que toda su anatomía indica que es un animal cursorial, especializado para correr, para moverse en velocidad. Por eso el parecido con vicuñas o guanacos, que son animales cuya anatomía es muy eficiente en el trote, en moverse rápido y correr”, comenta Hans Püschel.
Una de las características más peculiares de este grupo de mamíferos nativos de Sudamérica son sus fosas nasales retraídas, rasgo a partir del cual se especula que podrían haber tenido una trompa o un labio superior prominente. Al respecto, Jhonatan Alarcón plantea que, “en general, este grupo cuenta con una apertura nasal desplazada hacia atrás, en la parte superior de la cabeza, de una manera similar a lo que se observa en animales que tienen trompa, como los elefantes o tapires, por ejemplo. Por eso es que a los macrauquénidos se les suele reconstruir un apéndice alargado y tubular en la punta del hocico, como trompas”.
No obstante, los investigadores enfatizan que aún no se tiene total certeza de si tenían esta trompa o qué tan largas eran y qué forma tenían. “Macrauchenia tiene una especie de forado que hace pensar que hay una inserción muscular de algún tipo, pero no se parece a nada de lo que tenemos actualmente. Un estudio sugiere que era parecido al labio más desarrollado de los alces, pero no como la trompa que tienen los elefantes o los tapires. Entonces, tampoco podemos especular cuál habría sido su función, porque no estamos seguros si la tenía”, complementa Püschel.
Sergio Soto, por su parte, plantea que se ha asumido la presencia de estas trompas debido a las narinas retraídas que poseían estos animales, lo que normalmente se observa en otros mamíferos con trompa. "Sin embargo, al observar el cráneo de una Macrauchenia no se ven marcas musculares ni otros indicios de musculatura asociada a una trompa, como sí se puede ver en otros animales con trompa. Por supuesto, la ausencia de estas marcas no implica la inexistencia de una trompa, pero falta más evidencia. Sería maravilloso contar con tejido blando preservado que confirmara su existencia. No sería imposible para una Macrauchenia, género que habitó hasta hace unos miles de años solamente", comenta.
¿Por qué se extinguieron?
Otro de los enigmas asociados a este linaje tiene relación con los eventos que marcaron la extinción de sus distintas especies. Respecto a Micrauchenia saladensis, que vivió hace unos 7 millones de años, Püschel observa que el fin del Mioceno estuvo marcado por cambios climáticos y una disminución de la diversidad del grupo.
“En el Plioceno empiezan a haber mayores glaciaciones y se empieza a consolidar la corriente polar alrededor de la Antártica, lo que empieza a generar la baja de temperaturas en todo el planeta y períodos de glaciaciones que ya en el Pleistoceno se hicieron muy intensos. Creo que eso obviamente tuvo efecto en la fauna, que estaba adaptada a un entorno mucho más cálido y con menor variación de temperaturas”, señaló.
Por otra parte, destaca que “hay una tendencia en el grupo, que en el Mioceno tardío es muy diverso y después empieza a decaer. Ya para el Pleistoceno tardío, cercano al presente, solamente había dos géneros de este grupo, que en su distribución les iba bastante bien. Para estos últimos representantes, uno podría pensar que el humano tuvo que ver en su extinción. A mí no me sorprendería que algunas tribus las hayan cazado, también es muy posible que se haya dado una disrupción o fragmentación de su entorno. Además, hay episodios de cambio climático que también pueden haber aportado”. En este sentido, afirma que la extinción total del grupo fue probablemente multifactorial.