Este sábado 7 de septiembre se vivirá un nuevo cambio de hora en Chile. En concreto, ese día se deberán adelantar los relojes en gran parte del territorio nacional cuando marquen las 23:59 horas, pasando a las 01:00 horas del día siguiente. Así, comenzará una temporada marcada por días extensos gracias a más horas de luz natural en las tardes, pero con menos luz al levantarnos.
Desde el punto de vista comunicacional se da una situación curiosa, ya que si se le pregunta a alguien: ¿Qué horario prefiere, de invierno o verano?, es probable que de forma intuitiva tienda a contestar “de verano”, ya que el concepto se asocia a cosas más agradables. Sin embargo, si la pregunta se formulara como: ¿prefiere despertar a oscuras o con algo de luz?, probablemente la respuesta sería la misma que la que tiene nuestro cuerpo: “¡despertar con luz!”.
Si bien esta discusión es una dinámica que se repite cada año, no deja de reabrir el debate en torno a las reales conveniencias y problemas. Para el doctor Luis Larrondo, director del Instituto Milenio de Biología Integrativa (iBio), lo recomendable es mantener un solo horario de manera constante todo el año, priorizando que a la hora que despertamos, haya la mayor cantidad de luz posible.
Según el especialista, esto significa quedarse permanentemente con el horario de invierno. ¿La razón? Evitar exponer el organismo a cambios fisiológicos dos veces al año, siendo mucho más drástico el que se experimenta en septiembre cuando pasamos al llamado horario de verano. Además, las consecuencias de estas modificaciones pueden ser perjudiciales para la salud. “Esto se puede sumar a sensación de fatiga, dificultades para levantarse, episodios de ansiedad, irritabilidad y potencialmente, efectos en la salud debido a que el reloj biológico se desincroniza con el reloj social”, asegura.
En esta misma línea, Larrondo explica que dormir de noche y estar despierto durante el día es la manifestación más evidente de lo que se conoce como ritmo circadiano (del latín circa diem “cercano a un día”). Pero estos ritmos, controlados por este “reloj biológico”, regulan mucho más que eso, ya que modulan diariamente nuestra fisiología, así como mucho de lo que ocurre en nuestras células.
Por lo mismo, el experto plantea que cuando la regulación normal de estos ciclos circadianos se altera, se pueden llegar a ver una serie de problemas fisiológicos, con mayor incidencia de cuadros de depresión, mayor propensión a accidentes, o problemas de rendimiento escolar y laboral. Es más, cuando la alteración del reloj circadiano es frecuente y severa (como en ciertos trabajos por turno), se ha podido evidenciar mayor frecuencia de casos de cáncer, o diversos problemas de salud en la población afectada.
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“La alteración de nuestro reloj circadiano es más notoria cuando se pasa al horario de verano, que es lo que ocurrirá ahora (mucho más que con el cambio que efectuamos en abril, pasando al horario de invierno), pues implica pedirle a nuestro cuerpo despertar a oscuras, previo a lo dictaminado por nuestro reloj biológico, ya que estaremos desalineados respecto a la hora de salida del sol”, detalla Larrondo, explicando que las consecuencias inmediatas pueden ir desde “mayor riesgo de accidentes cardiovasculares e incremento de accidentes de tránsito, hasta fatiga y menor rendimiento, ya sea en el trabajo, el colegio o la universidad, especialmente durante las primeras semanas”.
¿Qué acciones entonces debemos tomar para minimizar estos y otros riesgos asociados a este cambio? El investigador del iBio destaca la importancia de priorizar la actividad física y de exteriores en la mañana, así como evitar el uso de pantallas digitales al acostarse en la noche para no retrasar la capacidad de conciliar el sueño y así evitar amanecer cansados la mañana siguiente.