El caso del cabo Valdés, a 40 años del episodio más célebre de la ufología chilena
En la pampa Lluscuma, a unos cuatro kilómetros de Putre, no demasiado lejos de las fronteras con Perú y Bolivia, nació la historia que le dio fama mundial al cabo del Ejército Armando Valdés, un reconocimiento que con el tiempo se le hizo incómodo y del que ha buscado renegar desde hace años, describiéndolo como una broma y haciendo creer que todo fue una mentira.
Los que estuvieron junto a él ese día y los que la han investigado creen otra cosa. No saben muy bien qué, pero nada parecido a un producto de la imaginación.
Ocurrió en la madrugada del lunes 25 de abril de 1977, hace ya 40 años, y se le conoce como el Caso del cabo Valdés, el episodio más importante de la ufología chilena y uno de los más reconocidos en el mundo, debido a la presencia de testigos.
El cabo Valdés, de 22 años, no debió estar ahí esa gélida noche, cerca de las 4 de la mañana. No era él quien estaba destinado a encabezar la guardia de ocho militares que debían preocuparse de los más de 300 caballos –también se han dicho que eran mil- que había en las pesebreras del destacamento Huamachuco. Pero hubo un cambio de planes y le tocó a él.
Junto a Pedro Rosales, Iván Robles, Germán Riquelme, Juan Reyes, Julio Rojas, Raúl Salinas y Humberto Rojas, jóvenes de entre 18 y 19 años que cumplían el servicio militar, esa jornada se dirigió a la pirca ubicada en el sector de Lluscuma para cumplir con su turno de 24 horas.
Como suele suceder en esa zona, hacía frío y los soldados se encontraban reunidos alrededor de una fogata. Conversaban sobre cuánto les faltaba para licenciarse, entonaban canciones románticas y fumaban cigarrillos, cualquier cosa con tal de no sucumbir al sueño ni a la helada.
Dos de ellos realizaban la ronda, cuando uno de ellos, Pedro Rosales, apareció de vuelta agitado y le dijo a Valdés, el único militar de profesión del grupo, que saliera, que afuera había una luz extraña, estática, que alumbraba todo el lugar.
“Concurrí al lugar de los hechos y vimos una cosa luminosa que descendía y que se perdía detrás de los cerros, a unos 1.500 metros. Después apareció un segundo aparato, que se posó a unos 500 metros. Parece que les llamó la atención el fuego que teníamos, así es que les pedí a mis hombres que lo apagaran. Tras eso, el fenómeno se retiró (unos metros) y se mantuvo ahí por una hora, al menos. Ordené que se identificaran, lo que corresponde a cualquier militar. Después me separé de ellos (los soldados) y ahí pierdo la película. Ellos cuentan que me desaparecí delante de ellos. Después volví por arte de magia. La versión verdadera es de ellos; yo no me acuerdo, se me borró la película”, le contó Valdés al periodista Pablo Honorato, de Canal 13, unas semanas después del acontecimiento.
Y lo que contaron los demás soldados, que tomados de las manos observaron perplejos los acontecimientos, fue que perdieron el rastro de su oficial por un lapso de 15 minutos, que asustados lo buscaron vanamente por los alrededores y que, cuando por fin reapareció, lo hizo cayendo desde el cielo, hablando incoherencias con una voz distinta la suya. “Ustedes no saben quiénes somos ni de dónde venimos”, le escucharon decir.
Concurrí al lugar de los hechos y vimos una cosa luminosa que descendía y que se perdía detrás de los cerros, a unos 1.500 metros. Después apareció un segundo aparato, que se posó a unos 500 metros. Parece que les llamó la atención el fuego que teníamos, así es que les pedí a mis hombres que lo apagaran.
Hubo dos hechos que llamaron poderosamente la atención de los presentes. Aseguran que la barba de Valdés era mucho más profusa y que la fecha de su reloj se había adelantado cinco días, un tiempo que calcularon similar al tamaño de los vellos faciales.
La conclusión surgió espontánea: había sido abducido.
A los pocos días, después que el 17 de mayo el diario La Estrella de Arica publicara en exclusiva el acontecimiento, por primera vez en la historia el Ejército emitía un comunicado oficial reconocimiento los hechos vinculados a objetos voladores no identificados.
Hubo ciertos acomodos a la historia por parte de la dictadura, eso sí.
Como se acercaba el centenario del fin de la Guerra del Pacífico, se creía posible un conflicto bélico con Perú y Bolivia –al que incluso podía sumarse Argentina-, por lo que se prefirió cambiar la denominación del grupo de cabos.
Se les llamó patrulla militar y no una guardia, lo que en realidad era. La razón fue estratégica: mientras una patrulla militar lleva se moviliza armada y con equipos de comunicación, una guardia se mueve desprovista de esos elementos, una información a la que no podía acceder el “enemigo”.
Por lo mismo, hubo unos días en los que se prohibió comunicar sobre los hechos. De hecho, la identidad del grupo, salvo por Valdés, se mantuvo en secreto por años.
La noticia se volvió nacional e, incluso, apareció en la portada de El Mercurio, lo que ayudó a reafirmar la veracidad -o seriedad, si se prefiere- del suceso.
El caso también alcanzó notoriedad internacional. El escritor español J. J. Benítez, reconocido por su saga “Caballo de Troya” se interesó por él y viajó a Chile para investigarlo. Incluso, se reunió con Augusto Pinochet al respecto y recibió de su parte una carpeta con documentación.
Ante el interés que empezó a despertar el caso, Valdés fue llamado a Santiago, donde le realizaron exámenes siquiátricos en el Hospital Militar, los que, de acuerdo a la información recopilada por el periodista Patricio Abusleme para su libro “La Noche de los Centinelas" (2010, disponible en Amazon), se concluyó que sufrió una alucinación y que podría traerle desprestigio a la institución.
Poco después, fue trasladado al sur.
No fue hasta 1999, cuando se retiró del Ejército, que Armando Valdés retomó públicamente el episodio en Lluscuma. Asistió al programa de “Pé a Pá”, de TVN, donde relató la historia utilizando un plumón y un mapa del sitio.
Sobre esos 15 minutos que sus hombres le perdieron el rastro, dijo que fue un momento de “sueño e inactividad”. Comentó también que sintió una risa, que la entidad con la que se reunió tenía una inteligencia no humana y que en esos momentos estaba trabajando en regresión hipnótica para conseguir más detalles sobre lo ocurrido.
A los pocos años comenzó una serie de entrevistas, algunas de ellas fuera del país, en las que cambió la versión y negó que hubiese desaparecido.
Nunca fui abducido, no existe contacto de primer, ni de segundo, ni de tercer tipo (…) En ese momento quería partir a ver dónde había caído esa luz, para sacar un trocito de oro y hacerme millonario, pero no fue.
En una entrevista en 2002 con el periodista Patricio Abusleme, publicada en su libro ocho años después, Valdés dijo que todo fue una broma y que, inclusive, aprovechó la situación para orinar.
En febrero de 2013, luego de relatar esto en el II Encuentro Ufológico en Maipú, le dijo lo siguiente a La Cuarta: “Nunca fui abducido, no existe contacto de primer, ni de segundo, ni de tercer tipo (…) En ese momento quería partir a ver dónde había caído esa luz, para sacar un trocito de oro y hacerme millonario, pero no fue (…) Estábamos con mis muchachos agazapados en las pesebreras, cuando en eso la luz del OVNI se puso tan fuerte que decidí salir a ver desde un costado, y probablemente me pegué una orinada. Cuando regresé a la pesebrera mandé un salto desde la entrada hacia el interior desde una piedra, a lo que los muchachos interpretaron que me habían dejado caer desde una nave intergaláctica y que mi barba era más larga que de la mañana”.
Abusleme cuenta que, en un principio, creyó esta confesión.
Sin embargo, luego cambiaría de opinión. “Pasa que los dichos de todos los demás testigos coinciden, salvo la de Valdés (…) Él fue quien dio aviso a su unidad en Putre, a su amigo el oficial Antonio Flores. Y es quien le cuenta la historia a Pedro Araneda, el ufólogo del lugar (...) Es más, en una hipnosis que se realizó en 1999 no contó que fue a orinar, sino que se acercó y entró al aparato, que vio a tres personas con casco blanco”, comenta.
No fue una broma. No sabemos qué paso, pero sí se trató de algo anómalo, quizás una operación militar de una potencia extranjera o chilena, como se ha dicho, aunque en este último caso no lo creo. Esa es mi tesis hoy.
Entonces, ¿por qué Armando Valdés cambia su versión? La tesis de Abusleme es que se debe a “un tema religioso; hace más de 20 años que es pastor evangélico y esta situación le genera algún tipo de problemas con su iglesia”.
Tras la participación del ex militar en el II Encuentro Ufológico en Maipú, en 2013, el caso más célebre de la ufología cayó en el absoluto desprestigio. “Mucha gente lo dio por cerrado y por falso”, dice Abusleme.
El escritor no lo cree así.
“No fue una broma. No sabemos qué paso, pero sí se trató de algo anómalo, quizás una operación militar de una potencia extranjera o chilena, como se ha dicho, aunque en este último caso no lo creo. Esa es mi tesis hoy”, sentencia.
La historia del cabo Valdés se resiste al cierre definitivo.