El primer eclipse que Mario Hamuy tuvo ante sus ojos ocurrió cuando tenía 12 años. Se trató de un eclipse anular en el sur de Chile y que se vio de manera parcial en Santiago.
"Lo vi desde la calle, muy cerca de mi casa y me permitió reforzar mi interés por la astronomía. Mi interés comenzó cuando era muy niño, me intereso el tema de la carrera espacial entre EE.UU y la unión soviética. Seguí muy de cerca el proyecto Apolo, que culminó un 20 de julio de 1969 con la llegada del hombre a la luna, y también me interesó mucho un cometa, que fue anunciado en 1973 que fue anunciado como el cometa del siglo, que al final fue un fiasco, pero eso me acercó al cielo", recuerda.
Un fenómeno que fue clave para que años más tarde ingresara a estudiar astronomía, disciplina a la que ha dedicado su vida y que lo ha hecho merecedor del premio nacional de Ciencias en 2015, por su trabajo a nivel mundial en la investigación de las supernovas.
Este año Hamuy publicó "El Sol negro", un libro donde explica de manera didáctica qué son los eclipses, su historia y cómo han pasado de ser vistos como un "mal augurio" a la actualidad, donde provocan fascinación tanto en científicos como en la ciudadanía.
"Los primeros registros escritos de los eclipses se dieron en la antigua Mesopotamia, cerca de 3.700 años antes de Cristo, y los antiguos babilonios registraron sistemáticamente muchos eclipses por muchos siglos, y lo que ellos identificaron fue una cierta regularidad: cada 18 años, 11 días y 8 horas, se vuelven a repetir los eclipses lunares o solares", explica.
Es así que, inicialmente, cuando no se conocía una explicación para el fenómeno de los eclipses, "los antiguos babilonios le tenían mucho temor a este fenómeno en el cual el sol -literalmente- desaparecía, y no se sabía si ese abandono del sol iba a ser temporal o permanente. Por este motivos los antiguos babilonios sentían gran temor y ansiedad hacia el fenómenos de los eclipses".
"Pero a medida que pasó el tiempo y se fue entendiendo que había una cierta regularidad, ese temor fue desapareciendo y fue recién hacia el renacimiento, a partir de Nicolás Copérnico que se empezó a entender muy bien la arquitectura del sistema solar, con el sol al centro, la tierra orbitando en torno al sol, y la luna orbitando en torno a la tierra, y con esa información los eclipses pasaron a ser simples e inofensivos juegos de luces y sombras, entre estos tres cuerpos y pasaron a ser motivo más bien de asombro por la capacidad nuestra, de los científicos de predecir milimétricamente el lugar y el momento de los eclipses", cuenta.
El astrónomo explica que "gradualmente los eclipses nos han permitido ir entendiendo mucho mejor la explicación, el origen de este fenómeno".
Y si se trata de definir cuál ha sido el eclipse más emblemático, Hamuy plantea que hay uno que "a mi me emociona mucho". Se trata del ocurrido el 29 de mayo de 1919.
Tal como cuenta, fue "un eclipse que nace en Arica, sobrevuela Brasil, luego África, y desde 2 puntos -uno en Brasil y uno en África- una expedición inglesa logró confirmar la teoría de la relatividad de Einstein, en el sentido que el espacio alrededor del sol se curva y eso se demuestra mediante la observación de un eclipse solar de extraordinaria duración, de más de 6 minutos, en el cual se fotografío el eclipse y se demostró que efectivamente la luz de las estrellas que está detrás del sol y que pasa rosando el disco del sol antes de llegar a la tierra es desviada, es curvada por la curvatura del espacio.
"Con eso cambió para siempre la historia de la física y la ciencia", añade. Y es que sin este descubrimiento, dice, no podríamos explicar qué son los agujeros negros, las ondas gravitacionales, la importancia del GPS ni el Big Bang, entre otras cosas.
Pero no es el único eclipse que ha sido crucial para el desarrollo de la ciencia. Tal como cuenta Mario Hamuy, en 1867 se vivió un eclipse en la India, que fue fundamental para el descubrimiento del Helio.
En este, dice, "se aplicó la técnica espectroscópica para observar la corona del sol durante un eclipse. El espectógrafo es simplemente un instrumento con un prisma, tal como el que usaba Isaac newton, que permite descomponer la luz en un arcoíris, y en el arcoíris aparece la huella digital de los distintos elementos químicos, de los gases que emiten o aborden esa luz".
"Y en un eclipse de 1867 se encontraron huellas digitales que no eran conocidas, y a ese elemento químico desconocido se le llamó corona. Tuvieron que pasar varias décadas para que los experimentos en los laboratorios acá en la tierra demostraran de que ese elemento químico era nada menos que el segundo más abundante de todo el universo, y que es casi inexistente acá en la tierra: el helio,el mismo gas que usamos para inflar globos y que es tan ligero que justamente se evapora en nuestra atmósfera. Y por esas razones tiene muy poca abundancia en nuestro planeta", relata.
Lo que queda por descubrir
Este 2 de julio se presentará un eclipse que convertirá en penumbras los cielos desde Guanaquero, en la región de Coquimbo, hasta Domeyko, en Atacama, pero que será visible de manera parcial por todo el territonio nacional. Un fenómeno que será especial, ya que el área de la totalidad pasará por donde se encuentran emplazados tres observatorios: La Silla, Gemini y el Tololo.
¿Qué cosas todavía nos quedan por descubrir y que el eclipse de la zona norte podría ayudarnos a descifrar? Hamuy responde.
"Hay un halo de gas que envuelve el sol, que se llama corona solar, y que está a un millón de grados celcius, y lo curioso es que la superficie del sol está a 6 mil grados celcius. La pregunta es como un gas que está más lejos del sol llega a tener una temperatura más alta que en la superficie. Ese es un tema de debate, de discusión, de estudio, y el mejor momento para estudiar ese fenómeno es durante un eclipse solar total, en el cual la luna se interpone delante del sol, bloque el disco solar, y podemos estudiar en detalle la corona alrededor de la estrella", asegura.