El estudiante de psicología de 21 años, Gustavo Gatica, fue herido por balines de la policía en sus dos ojos el 8 de noviembre, en algún momento entre las 18:07 y las 18:27 horas, en las calles de Santiago de Chile.
Esta semana se supo que quedó ciego. Es el más grave de los más de 200 casos de lesiones oculares ocurridas durante las protestas masivas que sacuden al país sudamericano desde el 18 de octubre.
Testigos reconstruyen aquí ese día. Y su hermano y su novia retratan su calvario.
*Esta nota fue publicada originalmente en La Tercera el 22 de noviembre. El martes 26 un parte médico corroboró que el joven había perdido completamente la visión en ambos ojos. Ese mismo día otra chilena, Fabiola Campillay, de 36 años, recibió el impacto en el rostro de una bomba lacrimógena disparada por Carabineros (la policía) mientras se dirigía al trabajo. Según informó el Instituto Nacional de Derechos Humanos (INDH), la mujer perdió la visión en ambos ojos.
Se tomaron de la mano como cuando eran niños.
Gustavo Gatica Villarroel (de 21 años) y su hermano Enrique (30), instintivamente entrelazaron los dedos el viernes 8 de noviembre en la Urgencia de la Clínica Santa María en Providencia, en Santiago de Chile.
Luego se abrazaron. Eran pasadas las 19:00 horas. Alrededor de 30 minutos antes, los dos ojos de Gustavo habían sido impactados por balines en medio de las protestas.
"Le dije 'estoy contigo, no te preocupes, vamos a salir de esto'", cuenta Enrique sobre el momento en que miró el rostro de su hermano y entendió que él ya no lo podía ver.
Gustavo estaba ese día, como otros, tomando fotos.
Hacía un mes había comprado una cámara Sony con la que salía a la calle a captar imágenes. Desde el estallido social del 18 de octubre, el estudiante de tercer año de psicología retrataba las concentraciones masivas en los alrededores de la plaza Baquedano (el núcleo de la celebración de logros y manifestaciones nacionales).
A las 18:07 horas, el muchacho -vegano, animalista, músico autodidacta- le envió un mensaje de audio a Matías Campos, uno de sus compañeros de la Universidad Academia de Humanismo Cristiano con el que acudía a las protestas.
Había avanzado en solitario por la calle Vicuña Mackenna hacia el sur de la Alameda (la principal avenida de Santiago) y buscaba reencontrarse con él.
En ese momento, la convocatoria pacífica, de más de 75.000 personas según cifras de la intendencia, coincidía con el inicio de disturbios: grupos de encapuchados causaban un incendio en la sede de la Universidad Pedro de Valdivia y saqueaban la Parroquia de la Asunción.
Otros intentaban ingresar a la embajada argentina. La zona cero hervía.
Los dos amigos fijaron un punto de reunión en una construcción cercana a la calle Carabineros de Chile, pero Gustavo no llegó.
En esos momentos, la policía uniformada disparaba proyectiles disuasivos cuya composición hoy está en entredicho, lo que forzó a Carabineros (la policía de Chile) a restringir el uso de escopetas. Gustavo, delgado y de 1,80 metros de estatura, tambaleó herido.
Sus párpados estaban cerrados y su rostro, cubierto por dos hileras de sangre.
Un trabajador social del Sename, Jaime Andrés Bastías (50), estaba a su lado. No lo conocía, pero lo tomó del brazo y le prometió acompañarlo. Cumplió su palabra.
A las 18:27 horas, Matías Campos llamó, inquieto, a su amigo. Le contestó Jaime y le relató el horror. Ese desconocido que socorría a Gustavo le dio también, poco después, la noticia a Enrique.
"Todo se escuchaba muy mal por la bulla. Me dice 'tu hermano está herido, anda a la Posta Central [el principal centro de atención de urgencias médicas en Santiago] lo vamos a llevar para allá'", relata Enrique.
El profesor de Historia cruzó corriendo las cuadras que separan el Parque Forestal, donde estaba él, del Hospital de Asistencia Pública (ex Posta Central).
En paralelo, el enfermero José González (28) -voluntario que integra una unidad creada para brindar primeros auxilios en las marchas- comenzó a atender a Gustavo en la calle.
De inmediato detectó que su caso era grave.
El reloj marcaba exactamente las 18:38 horas cuando un amigo de González, el fotógrafo Osvaldo Pereira, capturó una de las imágenes más tristes de la crisis: Gustavo sentado en la vereda, en shock y con sus dos ojos mutilados.
El enfermero cuenta que no podían moverse debido a la intensidad con que la fuerza pública lanzaba lacrimógenas y perdigones que rebotaban en las paredes.
"Carabineros daba y daba [disparaba], no pudimos sacarlo y tuvimos que esperar más de 15 minutos con él en el lugar. Después se acercó un tipo con la camiseta de Colo-Colo, preguntó: '¿qué les pasa?'. Él fue a hablar con alguien más. De pronto vemos que se fue toda la Garra Blanca [grupo organizado de fanáticos del club deportivo] por Vicuña para tirar a Carabineros para atrás y despejar la salida".
Entonces pudieron caminar con Gustavo y los demás heridos hacia el pasaje Santiago Bueras, donde está ubicada la ONG Voluntad Pura, del humorista Paul Vásquez, que los brigadistas ocupan como base de emergencia. Desde allí llamaron una ambulancia.
Enrique recibió en ese momento la información de que Gustavo no iría a la ex Posta, sino a un recinto privado. Salió corriendo nuevamente, tan rápido que ninguno de los amigos que llegaron a acompañarlo pudo seguirle el ritmo.
Dice que no recuerda cómo atravesó entre la multitud los 2,1 kilómetros que lo separaban de su hermano, pero que tiene grabada la imagen de Gustavo en la camilla de la clínica y lo que hicieron cuando al fin se encontraron:
"Nos tomamos de la mano, nos tomamos de la mano".
El diafragma de una máquina fotográfica funciona de forma similar al iris del ojo frente a la luz. Y el sistema de enfoque es una especie de cristalino que entrega nitidez.
Gustavo manejaba por instinto -no había tomado un curso formal- esos conceptos al observar el mundo por un visor. Hoy el estudiante tiene la mirada rota. Recién el miércoles le extrajeron en una operación los balines. La esperanza de que pueda recuperar la vista es mínima.
El martes 19, un día antes de ser intervenido quirúrgicamente, el persecutor Francisco Ledezma, de la Fiscalía Centro Norte, le tomó declaración.
Fue un trámite corto que quedó grabado en video.
El testimonio sobre aquella tarde se complementa con otras pruebas: declaraciones de testigos de lo ocurrido, la reconstrucción de los 20 minutos clave para determinar quiénes rodeaban a Gustavo y la tarjeta de memoria de su cámara, que fue, junto a su teléfono, incautado.
"Él estuvo un buen rato dando vueltas, tomando fotografías muy cerca del monumento a Baquedano, hay harto registro del momento cuando él es herido", detalla Enrique con serenidad.
Cuenta que su familia ha sido remecida más de un vez por el dolor. En 2006, con 19 años, su hermana Carol murió por un cáncer en los huesos de la pelvis.
"Es súper fuerte porque perdí a una hermana y que mi hermano sufra algo tan brutal, tan cruel, remueve muchos recuerdos y es bien doloroso. Tengo esa cuestión de hermano mayor de querer cuidarlo, de querer protegerlo".
En el barrio de clase media en que los hermanos Gatica Villarroel crecieron, en la Villa Pacífico en Colina, 37 kilómetros al norte de Santiago, ambas tragedias -la de Carol y la de Gustavo - son comentadas con tristeza.
Prudencia (54) y Enrique (65), los padres de los hermanos Gatica Villarroel, son profesores queridos en el barrio, según vecinos y otros docentes. Ambos han ejercido en colegios públicos y particulares y sus hijos son considerados, dice una vecina, como "niños buenos, quitados de bulla", con una conciencia social muy desarrollada.
"Siempre hemos estado involucrados en temas de justicia. Fue natural que participáramos en estas movilizaciones. Íbamos a las marchas de No+AFP. Mi hermano está muy involucrado en el tema de los derechos de los animales, es vegano, es activista en ese ámbito", afirma Enrique.
Hace unos años, el hermano mayor entrevistó a su papá para su tesis profesional como historiador, en la misma universidad donde Gustavo hoy es alumno.
Para ese trabajo, Enrique padre -quien hace clases a reos en la cárcel de Colina- hablando acerca del Chile de los años 60 y particularmente de los niños, le narraba a su hijo: "Normalmente estudiaban hasta tercero o cuarto, porque el patrón del fundo decía 'para qué quieres que tu hijo estudie, hombre, si aquí tienes trabajo'. Era para que no abrieran los ojos".
"Hace poco arreglamos nuestras bicis y salíamos a andar. Eso ya no podremos hacerlo". Javiera Sánchez es polola (novia) hace seis años de Gustavo, desde que ambos estaban en primero medio en el colegio subvencionado San Sebastián, en Colina, donde su mamá es parvularia.
Cuando habla del doble estallido ocular de su pareja, Javiera piensa en las cosas cotidianas que se han interrumpido.
"Ha habido días en que él se despierta bajoneado. Lo primero que uno hace al despertar es abrir los ojos y ver luz. Y él no ve nada".
Esos días, los grises, son los menos. Gustavo ha mantenido una calma que sus cercanos no entienden, pero agradecen. Ella cree que se debe a que fue violentado mientras "era parte de una manifestación que para él es justa".
Para Álvaro Ramis, rector de la Academia de Humanismo Cristiano, esa actitud "contemplativa" es lo que más lo estremeció ese viernes.
"Salió de su habitación una enfermera llorando. Al poco rato pude entrar a verlo. Gustavo estaba muy sereno".
Ramis, además de Enrique Morales, presidente del departamento de derechos humanos del Colegio Médico, contactaron el domingo 10 al exfiscal, Carlos Gajardo, para que asumiera la representación de Gustavo y su familia. Lo hizo ad honorem (sin percibir dinero a cambio).
Mientras en la universidad los compañeros de Gustavo planean estudiar braille para facilitar su retorno, incierto por el largo camino médico, Gajardo -quien pidió en su querella por lesiones graves gravísimas que se cite a declarar al ministro de Interior Gonzalo Blumel y al general Mario Rozas- considera que este es "un caso emblemático del uso desproporcionado de la fuerza policial en contra de manifestantes por las consecuencias dramáticas que los disparos le han provocado".
La historia de Gustavo ha causado conmoción. El cantante Nano Stern le compuso un tema, "Regalé mis ojos", y en la clínica fue visitado por Marcelo Barticciotto y Esteban Paredes, figuras de Colo-Colo, el equipo del que es socio.
Dennis Cortés, presidente de la Sociedad Chilena de Oftalmología, cree que los ojos de Gustavo son el símbolo de un fenómeno que denunciaron desde el inicio de la crisis: la gravedad de las lesiones oculares, 220 pacientes con trauma ocular severo hasta el 20 de noviembre, obligaba a revisar los protocolos de la fuerza pública.
En Carabineros, la comandante Andrea Rebolledo afirma que la institución "ha lamentado tanto este caso como los otros casos que se han conocido de lesiones donde se ha visto a la comunidad involucrada", y agrega que por tratarse de una causa judicializada "no podemos referirnos ni entregar ningún tipo de detalles porque pasaríamos a interferir en esa investigación, tanto interna como la que está haciendo la fiscalía".
Enrique Gatica opina que "difícilmente hay errores o excesos o casualidades".
"Aquí hay distintos niveles de responsabilidad: quien aprieta el gatillo, que es el responsable material, pero también la institución, por la acción sistemática que han tenido. También hay responsabilidades políticas por quienes no han detenido esto teniendo cifras tan dramáticas. El Estado es finalmente un responsable en esto. Y se necesita justicia y reparación".
¿Cómo se repara un daño tan grande?
"Con justicia en el sentido amplio de la palabra, ya sea justicia para quienes han sido violentados por el Estado, que paguen quienes tengan que pagar, pero a la vez que haya una sociedad distinta".
"La normalidad que se nos ha querido imponer es la normalidad de la que queríamos salir: la normalidad de pensiones miserables, de listas de espera, de salud precaria, de educación de mercado. De eso era lo que queríamos salir y si eso cambiara, eso sería un sentido de justicia. Lo más doloroso que podría pasar sería volver a esa normalidad de la que queríamos arrancar, de la que queríamos salir y, a la vez, que haya impunidad".