Miedo, ansiedad, incredulidad, culpa, rabia, irritación, tristeza, insomnio, falta de apetito, fatiga, sensación de desconexión con la realidad, ideas suicidas...
Estos son algunos de los síntomas que, según que el Ministerio de Salud de Chile, presenta una parte de la población del país como reacción ante el estallido social que se inició el pasado 18 de octubre.
Y es que el costo psicológico de vivir en un país donde las denuncias de abusos policiales son diarias, igual que los incendios y saqueos en lugares públicos y privados, empieza a sentirse.
En las noticias, la gente escucha consternada casos como el del joven fotógrafo Gustavo Gatica, quien perdió ambos ojos tras ser herido por balines de Carabineros en una protesta, o el de Fabiola Campillay, una madre que recibió una bomba lacrimógena en la cara mientras esperaba el bus camino a su trabajo.
También son diarias las informaciones sobre saqueos de hoteles, quema de negocios y destrucción del patrimonio.
En distintas ciudades de Chile, las personas enfrentan su día a día sin certezas en torno a cuestiones básicas como cuánto demorarán en llegar a casa, qué encontrarán en el camino y hasta qué hora estará abierto el comercio del barrio.
"Ha aumentado la ansiedad, la incertidumbre y el miedo", explica Karent Hermosilla, directora ejecutiva de la ONG Psicólogos Voluntarios, formada tras el terremoto del 2010 en Chile.
La ONG tiene una línea telefónica ayuda así como talleres de primeros auxilios sicológicos y de autocuidado. Han visto situaciones diversas, en las que se tienden a repetir las mismas emociones: temor y rabia.
Entre los trabajadores de organizaciones cuyas instalaciones han sido quemadas o saqueadas después del 18 de octubre, Hermosilla asegura que hay "ansiedad, angustia e incertidumbre respecto a lo que puede venir o ir sucediendo la gente mira con inseguridad su futuro laboral".
Entre los funcionarios públicos, han atendido a personas "que no se sienten resguardadas en ninguna parte", describe la psicóloga.
"Sienten que su trabajo es cuestionado, desvalorizado. Han salido a marchar como trabajadores y han experimentado tanto las bombas lacrimógenas lanzadas por Carabineros como las recriminaciones de otros manifestantes: se sienten doblemente expuestos".
En la ONG también han recibido llamadas de trabajadores que han visto quebrantadas sus relaciones simplemente por diferencias de opinión. "Una persona que nos contactó había sido despedida porque su opinión sobre las protestas era distinta a la de su jefatura. Sentía ansiedad, angustia... y se sentía un poco desorientada ante lo que había pasado", cuenta la psicóloga.
También han atendido casos de personas que, siendo muy activas en el movimiento social, han optado por replegarse y aislarse, asustadas ante la violencia de la respuesta policial. Otras sienten impotencia porque perciben que las demandas son claras y las respuesta del gobierno no.
La ONG genera espacios de tratamiento sólo para casos que evalúan como urgencias: "La mayoría son crisis de pánico, de angustia, depresiones; sintomatologías que han ido creciendo", cuenta la directora, que también ha visto cómo ha aumentado el consumo de alcohol como forma de evadir las emociones que genera la contingencia.
"Frente a situaciones de emergencia es esperable que se dé una cierta sintomatología; es natural reaccionar así frente a una situación anormal. La diferencia de hoy es que no hay un horizonte claro respecto a cuándo y cómo esto va a finalizar y eso aumenta la incertidumbre", advierte la psicóloga.
Según las autoridades sanitarias, la solicitud de sedantes o antidepresivos casi se ha duplicado desde el inicio de las protestas en el país.
Todos los casos que se dan son difíciles de atender en un país donde la salud mental se describe como "el pariente pobre" sanidad, cuyo presupuesto es tan solo un 2,5% del total, la mitad de lo que recomienda la Organización Mundial de la Salud.
Una psicóloga que quiere mantenerse en el anonimato describe a BBC Mundo lo que observa en su consulta privada.
"Veo principalmente mujeres de entre 19 y 45 años. Las personas jóvenes tienden a ser participativas, con posturas políticas firmes. Pero muchas transitan además entre la culpa y la vergüenza. Cuando intentan hacer desconexiones, salir a comer, ver amigas, sienten que están haciendo algo incorrecto, como si no pudieran permitirse esas actividades, como si estuvieran viviendo un luto social. Son emociones muy disruptivas, muy problemáticas", cuenta.
Ansiosos, expectantes
"Hoy la sensación en Chile es que en cualquier momento puede suceder algo que uno no controla", le dice a BBC Mundo el psicólogo clínico y académico Juan Yañez.
"Uno habita la casa, el barrio, el país, la tierra con baja exigencia personal. Cuando esos territorios se alteran se pueden volver amenazantes: se genera incertidumbre, ambivalencia, ambigüedad. Y el sistema personal tiende a responder con un nivel de alerta mayor, con hipervigilancia", describe.
"Por eso la gente duerme mal. Se altera la alimentación. Se eleva la irritabilidad. Se pueden activar emociones como la pena, que a su vez puede llevar a la inactividad. O la rabia, que te puede llevar a tomar riesgos o a poner en riesgo a otros", agrega.
"En este momento estamos operando con el sistema nervioso simpático, el que responde a las amenazas. Se llama síndrome de activación: uno está alerta, eleva las respuestas, implica defensa. Pero es un sistema costoso, y si se mantiene, nos puede llevar a niveles dañinos. En un tercer nivel, pueden generar un "burn out", o sea quedar quemados, reventados, con todas las consecuencias físicas y emocionales implicadas", advierte Yañez.
El psicólogo forma parte del centro de atención de la Universidad de Chile donde están recibiendo pacientes que llegan por iniciativa propia o derivados de otras instituciones. En algunos casos, basta con generar conversaciones individuales y en grupo para manejar el estrés y dar un significado pertinente a las personas frente a lo que están viviendo. Pero también hay casos más graves.
"Me ha tocado atender a personas que fueron muy maltratadas durante la dictadura. Según la forma en que ellos hayan podido tramitar ese trauma hoy pueden padecer un poco más que el resto de la población", describe Yañez.
"También están las personas a las que les tocó sostener a personas con experiencias en la dictadura o familiares de detenidos desaparecidos. Ellos también están sobre el promedio en términos de impacto emocional", plantea.
"Y están los jóvenes de 20 o 25 años que miran los acontecimientos con más perplejidad y que están ensayando respuestas ante esta situación traumática social generalizada", describe.
Yañez compara la ansiedad que hoy se vive en Chile con lo vivido tras la caída de las Torres Gemelas en Nueva York: "Allí se genera un trauma por exposición, pero que dura un período determinado. En Chile, no sabemos cuál es la deriva, hacia dónde vamos. La respuesta va a ser de ansiedad".
Pese a lo anterior, el académico es optimista: "El fenómeno mayoritario sin embargo, es que los chilenos no sólo nos despertamos: nos despertamos para reencontrarnos. Este proceso está siendo duro, porque todos los procesos de crecimiento son duros. Hay dolores de crecimiento. Pero soy optimista".
En los zapatos de otras personas
En medio de este clima, los ciudadanos además enfrentan un desafío mayor: llegar a ciertos acuerdos que permitan destrabar la crisis y desencallar el conflicto social. Pero cuando más diálogo necesitan, menos preparados están para dialogar, advierte la sicóloga social Mónica Gerber.
"Cuando las emociones están muy activadas, tendemos a ser más dogmáticos, pensamos con menos matices, clasificamos entre los nuestros, los otros, los buenos, los malos. Eso nos pasa a todos, y puede nublar nuestra capacidad de ser más razonables. Simplificamos y pensamos que la emoción y las necesidades de los otros son tus enemigas, que el otro es tu enemigo", dice la académica de la Universidad Diego Portales.
La irritabilidad, la sensación de amenaza afectan a familias, a amistades, se esparcen por redes sociales. Los discursos de quienes exigen restablecer el orden y quienes piden justicia por abusos a los Derechos Humanos se plantean como irreconciliables.
"Pero las personas no somos blanco y negro", explica Berger, también investigadora del Centro de Estudios del Conflicto y la Cohesión Social.
"Cuando sentimos que no tenemos certeza sobre el futuro, ni sobre lo que va a pasar con la economía, si podemos o no confiar en la policía, si podemos volver del trabajo, esas cosas son básicas para una estructura que necesitamos y si no las tenemos las buscamos. Para algunos hoy el orden y seguridad son primordiales. Son las personas más sensibles a los saqueos y la violencia, que hoy ven todo como una amenaza. Otras le dan más importancia a la justicia, y son capaces de soportar cierta incertidumbre en pos de avanzar en igualdad y justicia", explica.
"Pero es necesario entender que para todos la seguridad y la justicia son importantes. A algunos el tema de los Derechos Humanos les da mucha rabia, la injusticia, el miedo vinculado a la dictadura. Para algunos, eso es central. Para otros, lo esencial es la seguridad y la certidumbre: vivir en un Chile más estable es lo primordial. Y esos dos discursos hoy no dialogan, y eso genera un conflicto", explica Gerber.
¿Cómo se puede destrabar ese conflicto?
"Pensando en estas diferencias de valores, asumiendo que a nadie le parece irrelevante la seguridad o la justicia, entendiendo que tenemos distintas prioridades, que hablamos desde distintos miedos y emociones, lograr ponerse en el lugar del otro, empatizar con el otro: preguntarse, ¿qué ha vivido esta persona? Ponerse en la emoción del otro antes de denigrarlo", proponer Berger.
Y si bien el miedo es hoy una sensación prevalente en la sociedad chilena, la experta cree que se ha de reducir esa sensación y generar un diálogo "desde una posición más tranquila, con respeto".
"La clave es la voz: dar espacios de voz, que las personas se sientan escuchadas. Por eso la discusión sobre una nueva constitución será una oportunidad, si todas las voces son escuchadas: no sólo de partidos, también de distintos niveles socioeconómicos y edades. Porque a menos que personas se sientan escuchadas, llegaremos a lo mismo", concluye.