Gonzalo Rojas, un poeta chileno -libertino y divino- que Google homenajeó con un doodle
"Me arranco las visiones y me arranco los ojos cada día que pasa. / No quiero ver ¡no puedo! ver morir a los hombres cada día".
Así comienza el poema "Contra la muerte", del libro homónimo de Gonzalo Rojas, quien falleció en Santiago de Chile en abril de 2011 y al que hoy, cuando se cumplen 106 años de su nacimiento, Google homenajeó con un doodle.
"¿Qué sacamos con eso de saltar hasta el sol con nuestras máquinas / a la velocidad del pensamiento, demonios: qué sacamos / con volar más allá del infinito / si seguimos muriendo sin esperanza alguna de vivir / fuera del tiempo oscuro?".
Cuando lo escribió, en 1964, vaticinaba que le faltaban "unos diez o veinte años para irme de bruces, como todos, a dormir en dos metros de cemento, allá abajo".
Por suerte para él y para sus lectores, vivió mucho más.
Reconocimientos
"Contra la muerte" era apenas su segundo libro. El primero, "La miseria del hombre", lo había publicado en 1948.
Según don Gonzalo, mientras su primer poemario tuvo "un grado de audiencia dispar, pero intensa", el segundo "situó mi nombre en América Latina".
Cuando por fin se fue de bruces, a sus 93 años, su obra ya era conocida en toda Hispanoamérica, se había traducido a muchas lenguas y le había merecido reconocimientos como el Premio Nacional de Literatura de Chile y el Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, ambos en 1992, el José Hernández de Argentina y el Octavio Paz de Poesía y Ensayo de México, en 1998, el Walt Whitman en 2001 y el Cervantes en 2003.
Muchos apostaban a que sería el tercer Premio Nobel chileno, después de Gabriela Mistral y Pablo Neruda, pero él se reía de eso.
Según le dijo a BBC Mundo cuando ganó el Cervantes, no le importaban mucho los premios, aunque reconocía que algunos lo ayudaban desde el punto de vista financiero.
Lo que sí le alegraba es que en Chile, a pesar de que en su opinión todavía era un país "muy conservador", los jóvenes estuvieran leyendo cada vez más su poesía.
Infancia
El poeta nació el 20 de diciembre de 1916 en Lebu, la capital de la sureña provincia de Arauco, en la VIII Región del Bío Bío.
Su padre, un minero, murió cuando él tenía cuatro años y su madre se tuvo que hacer cargo de él y de sus siete hermanos.
"Todavía soy ese niño al que le gustaban el mar, las piedras y un potro colorado que mi padre me regaló. Me gustan mucho los caballos", me dijo, una vez que lo visité en su casa, en la ciudad de Chillán.
"Sigo siendo ese niño. Seguramente a ti te pasa igual. La infancia es la edad más fecunda y es muy decisiva para la creación poética. Por eso, no quiero dejar de jugar", añadió.
Exilio
Rojas estudió Derecho y Pedagogía en la Universidad de Chile y durante muchos años dio clases en Valparaíso y Concepción, donde enseñó lo que para él era, según me confesó, "el tema más aburrido del mundo, la teoría literaria".
A principios de la década del 70 fue diplomático en China y Cuba.
Tras el golpe militar de Augusto Pinochet, estuvo exiliado en la República Democrática Alemana, donde fue empleado por la Universidad de Rostock aunque, según él, no lo dejaban enseñar. Y en Venezuela, donde fue profesor en la Universidad Simón Bolívar.
De 1980 a 1994 vivió principalmente en Estados Unidos e impartió clases en las universidades de Columbia, Chicago y en la Brigham Young University de Utah.
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"¿De qué más se te acusa?"
En 1994 regresó a Chile y varios de sus libros más memorables aparecieron en los años siguientes, incluidos "Diálogo con Ovidio" (1999), "Metamorfosis de lo mismo" (2000), "¿Qué se ama cuando se ama?" (2000) y "Réquiem de la mariposa" (2001).
Su último poemario publicado fue "Con arrimo y sin arrimo", en 2010, en cuyo título le hacía un guiño a San Juan de la Cruz, uno de sus poetas favoritos, junto a Ovidio, Santa Teresa de Jesús, Ezra Pound, Miguel Hernández y Marina Tsvietáeieva, entre muchos otros.
En él incluyó "De qué más se te acusa Gonzalo Rojas", un poema que demuestra que hasta el final de su vida seguía jugando.
La lista de las acusaciones es larga, entre ellas de ser "libertino y adivino, ciego por fuera pero no por dentro, de bazofia y más bazofia"; "de mear contra el cielo, de escupir a Dios por escupir"; "de apestado por los premios, yo no concursé"; "de viudo inconsolable sin ninguna de las dos" (las dos mujeres con quienes se casó, María Mackenzie e Hilda May, madres de sus hijos Rodrigo y Gonzalo); "de no haberme encatrado con la Tsvietáieva y esa sí que hubiera sido" y "de llegar desnudo a los diez mil y que se hunda el Mundo".
Al final, por ahí andará don Gonzalo, con su risa de muchacho y un vaso de whisky en la mano, burlándose de sus acusadores y hasta de la Muerte, a la que en "Materia de testamento" le legó "un crucifijo grande de latón".