"Ya estamos muertos": habla testigo de la muerte de la activista ambiental Berta Cáceres en Honduras
Era casi medianoche cuando se escuchó un fuerte ruido en la casa de Berta Cáceres.
Ella, con su voz enojada, preguntó: "¿Quién anda ahí?".
Era el 3de marzo de 2016. En la habitación contigua Gustavo Castro Soto despertó sobresaltado, porque horas antes había conversado con la mujer sobre la treintena de amenazas que había contra su vida.
Cáceres era una de las más activas defensoras de los recursos naturales del pueblo Lenca, en Honduras.
Su trabajo recibió el Premio Medioambiental Goldman, el máximo reconocimiento mundial en la lucha por el medio ambiente.
Pero también la puso en riesgo. Semanas antes la activista escapó de los sicarios en la misma casa donde se encontraba, en el pueblo La Esperanza, a unos 300 kilómetros de Tegucigalpa, la capital del país.
Por eso Gustavo Castro, fundador de la organización mexicana Otros Mundos, se alarmó. "En ese momento dije: ya estamos muertos", le cuenta a BBC Mundo.
"No lo acababa de pensar cuando en mi habitación se oyeron unas patadas y abrieron la puerta". En el quicio un joven de piel muy morena, "como mulato", le apuntó con una pistola.
"No tardó mucho"
Lo siguiente ocurrió muy rápido. A unos metros alguien entró violentamente a la otra recámara.
"Se oyeron tres disparos", recuerda. "Ya se tenían que ir y entonces el que tenía enfrente me dispara y sale corriendo".
Berta Cáceres tenía decenas de amenazas de muerte en su contra.
Pero un segundo antes Castro movió la cabeza. La bala le rozó una mano y le arrancó un pedazo de la oreja izquierda.
"Me dio por muerto", dice. Entonces escuchó a su compañera que lo llamaba.
Cuando la encontró, en el suelo de la habitación, le pidió que buscara a su exmarido. "No sabía qué hacer, le dije: 'Bertita no te vayas, no te vayas", recuerda.
Ya no lo escuchó. "Fue como un minuto, no tardó mucho en que se fuera".
Berta Cáceres, fundadora del Consejo Cívico de Organizaciones Populares e Indígenas de Honduras (Copinh), que encabezó la mayor resistencia a megaproyectos en Centroamérica, había muerto.
Y el único testigo del asesinato la sostenía en sus brazos.
Incredulidad
Tres meses después el proceso para resolver el crimen sigue envuelto en polémica.
La Agencia de Investigación Criminal de Honduras capturó a ocho personas a quienes acusa de participar en el homicidio.
Entre los detenidos se encuentra el presunto autor material del asesinato, así como un exmilitar y un funcionario de la empresa Desarrollos Energéticos (DESA).
La casa donde murió Berta Cáceres está en un barrio solitario.
Se trata de la compañía que construye la represa de Agua Zarca en el río Gualcarque, en territorio del pueblo Lenca, y al que se oponía el Copinh.
Antes de su muerte, Berta Cáceres había denunciado amenazas de la empresa, a la que también responsabilizó del asesinato de cuatro integrantes de Copinh al inicio de este año.
El director de la Agencia, Ricardo Castro, dice que la causa del crimen fue el trabajo de la activista.
Pero el Consejo desconfía de las autoridades. Copinh afirma que las autoridades les excluyeron de la investigación, la cual fue clasificada como "secreta".
La familia pidió una investigación independiente por parte de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), pero el gobierno de Honduras no está de acuerdo.
Según Gustavo Castro el caso necesita pruebas más sólidas e incluir a los dueños de la empresa DESA.
Y también, añade, a los políticos y altos funcionarios que, según asegura, les protegen.
Coincidencia afortunada
El día que murió Berta Cáceres, el activista mexicano estaba por casualidad en su casa.
Castro Soto era un viejo amigo de la activista y desde hace varios años Copinh y su organización, Otros Mundos, han realizado actividades conjuntas.
Copinh encabeza la resistencia contra megaproyectos ambientales en Honduras.
En marzo pasado, por ejemplo, habían organizado un taller de tres días sobre energías limpias, así como sobre el proceso de construcción de una resistencia "más propositiva" de la que realiza el Consejo.
Cuando terminó la primera jornada del encuentro, Gustavo y Berta revisaron en su casa las actividades del segundo día de trabajo.
Originalmente el activista mexicano estaba hospedado en otro lugar, la Casa de Sanación y Justicia de la Mujer en La Esperanza.
Pero esa noche Berta Cáceres cambió los planes. "Me dijo: hermano, lo voy a llevar a su casa', pero respondí que no iba a regresar sola, era muy peligroso".
Y es que la vivienda era la única habitada de un barrio en construcción, a unos kilómetros del pueblo. Sólo había un vigilante, un hombre de edad mayor que cuidaba la entrada.
Castro Soto se quedó entonces. Nadie, ni en el Copinh ni en Otros Mundos, o sus amigos supieron de esa decisión.
Tampoco los sicarios. Cuando el joven mulato entró a la habitación del mexicano "se quedó sorprendido, como pensando '¿y éste que hace aquí?".
Lo que sigue
El asesinato de la fundadora de Copinh no está aislado de la violencia que existe en América Latina hacia activistas y organizaciones que defienden los recursos naturales, afirma Castro Soto.
El continente enfrenta problemas similares ante las grandes corporaciones trasnacionales, que pueden incluso poner en aprietos la economía de varios países.
Copinh y la familia de Berta Cáceres no están conformes con la investigación de su muerte.
La puerta de entrada son los acuerdos comerciales que obligan a cambiar leyes locales.
Al mismo tiempo existe un proceso de "criminalización" de la protesta social contra los megaproyectos, añade el activista.
El problema puede ser mayor con el Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica, impulsado por Estados Unidos.
"Va a afectar todo: salud, propiedad intelectual, biodiversidad, cultura, comercio, agua, todo. Es tremendo".