Tras poner a salvo a su familia, un kurdo iraquí sigue ayudando a otros migrantes en Polonia
Tras poner a salvo a su familia después de cruzar la frontera entre Polonia y Bielorrusia, Aras Palani, no descansa y se dedica a ayudar a otros migrantes atrapados en los bosques del límite oriental de la Unión Europea.
Hace dos décadas, este kurdo de mirada viva, huyó del Irak de Sadam Husein, y dejó atrás a su familia. Después de un largo periplo, consiguió instalarse en el Reino Unido, y hoy es ciudadano británico.
"Desde entonces, he intentado hacer venir a mi familia varias veces. Siempre en vano", explica este hombre de 49 años a la AFP, sentado en la cocina de un centro de ayuda a los refugiados en Bialystok, en el este de Polonia, del que es voluntario.
Hace dos meses, "cuando vi que había una posibilidad de pasar por Bielorrusia, convencí a mi familia de intentarlo por este camino", dice.
Aras Palani no sabía que para frenar el flujo de migrantes, las autoridades polacas declararon el estado de emergencia en la frontera, construyeron una alambrada, desplegaron a miles de soldados y prohibieron el acceso, incluso a la prensa y las oenegés.
Aras logró entrar en la zona polaca. Su familia, siete personas en total, estaba entonces en los bosques del lado bielorruso.
"El peor momento fue cuando estaba justo delante de la alambrada. Sabía que estaban a cinco minutos a pie de allí. Mis hijos morían de hambre. Y mi nieto lloraba al teléfono", recuerda.
Suplicó a los guardias fronterizos polacos que le permitieran lanzar comida por encima de la cerca.
No le dejaron, dice. Lo detuvieron y le pusieron una multa.
"Maltratada por la policía"
Del lado bielorruso, su familia era "maltratada por la policía".
"Una vez echaron a un perro contra ellos. Se lanzó contra mi nieto, mi hija lo cubrió. El perro le mordió el hombro. Todavía tiene una marca visible de varios centímetros. Vivieron un infierno", cuenta.
Su familia estuvo una decena de días en el bosque. Los guardias fronterizos de un lado y otro de la frontera se los iban devolviendo.
"En una noche, ocho veces estuvieron de ida y vuelta con ellos", dice. "Fue duro".
Ahora, la familia de Aras parece estar segura. Acaba de ver a su hija, que está, con otros dos parientes, en un centro para refugiados en Polonia. Su mujer y su yerno ya están en Suiza.
Su hijo y su esposa están escondidos en los bosques en Polonia.
"Les envío comida", asegura.
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El teléfono siempre sonando
Aras no piensa parar.
Ha publicado sus números de teléfono en Facebook y, desde entonces, sus tres aparatos no dejan de sonar, de día y, sobre todo, de noche.
Sin dormir y a base de cafés y cigarrillos, Aras colabora con oenegés polacas que ayudan a los que han conseguido cruzar la zona prohibida: con ropa, comida, medicamentos, ayuda legal...
"Lamentablemente, sólo podemos ayudar a los que han conseguido cruzar esta zona de estado de emergencia", señala.
"Mi apodo es Aras 24/7 (las 24 horas del día, todos los días). Mis teléfonos y mi ordenador están encendidos. Siempre estoy dispuesto a ayudar, explicar, traducir. Hablo siete idiomas, doce incluyendo los dialectos", dice.
Estos refugiados al límite de sus fuerzas, atrapados en los bosques, con mujeres embarazadas, niños, sin comida... No puede soportarlo.
"Bielorrusia utiliza a la gente como piedras contra la UE", denuncia, al mismo tiempo que acusa a Polonia de violar los derechos internacionales.
"Cuando se entra en el territorio de la UE, se tiene derecho a pedir asilo y muchas veces aquí no se respeta".
"Conozco a gente que estaba en un hospital en Polonia y fueron reenviados a la frontera", insiste.
Aras sueña que un día su familia estará en un mismo país. Hasta entonces, seguirá en Polonia, "mientras haya gente que me necesite".