En la década de los 70 se produjo una de las carreras tecnológicas más frenéticas de la historia. El objetivo: producir el primer avión supersónico.
Los competidores más fuertes y rivales del momento eran Francia y Reino Unido, con el Concorde, y la entonces Unión Soviética, con el Tupolev TU144.
La esperada cita para medir el poderío tecnológico de cada uno, que a su vez era una extensión de la Guerra Fría, fue el Salón Aeronáutico de Le Bourgetla, en París, en 1973.
La mirada de todos se concentró en el momento en que cada uno de estos prototipos supersónicos hiciera una demostración.
Quien ganara el duelo viajando dos veces por encima de la velocidad del sonido, sin duda se convertiría en el rey de la aviación comercial. O al menos eso se pensaba en la industria aeronáutica en esa época.
La competencia, sin embargo, culminó en tragedia y muerte.
Carrera tecnológica
La competencia por desarrollar el avión supersónico más potente ya tenía una década cuando se produjo la tragedia del Tupolev en París.
Cada fabricante creía que el ganador de esa feroz carrera tecnológica conquistaría los cielos para siempre. Desde el punto de vista comercial y militar, los diseños supersónicos dominaban la escena.
Para sorpresa de muchos, los soviéticos lograron poner a volar su prototipo primero que los británicos y franceses en diciembre de 1968.
El Concorde, construido de manera conjunta entre British Aircraft Corporation y Aérospatiale, fue segundo, registrando su primer vuelo en marzo de 1969.
Como era de esperar, la maquinaria propagandística de la Unión Soviética hizo una enorme difusión de este logro de la ingeniería de los países orientales por encima de los occidentales. Los noticieros mostraron orgullosos películas sobre el vuelo del Tupolev.
Guerra Fría al máximo
En un contexto de máxima intensidad de la llamada Guerra Fría, los británicos dijeron que los soviéticos habían robado los planos del Concorde para usarlos en su propio modelo.
Las similitudes entre ambas naves confirmaban los rumores. Sus alas delta en ángulo recto y la nariz retráctil como la del prototipo francés, generaban una inevitable carga de suspicacia.
"Había mucha gente que ni siquiera sabía que los rusos estaban trabajando en tener su propio avión supersónico comercial. Por eso, los periodistas le dieron el apodo del "Concordski", para caricaturizar el diseño del Tupolev dado el parecido con el de los franceses, según explica el expiloto de pruebas británico John Farley.
La conclusión apresurada era que se trataba de espionaje industrial, pero Farley cree que no era verdad.
El desastre
El primero en volar fue el Concorde, el cual hizo una demostración impecable alrededor del campo aéreo, exhibiendo sus innovadoras líneas y su "nariz" tan característica.
El Tupolev despegó 9 minutos después. Entre las 300.000 personas congregadas ese sábado en el salón aeronáutico, estaba John Farley.
"El avión ascendió rápidamente en una línea empinada y de repente la nariz de la nave cambió violentamente de posición para iniciar un descenso. Tú no haces ese tipo de movimiento con un avión de esa clase. Comenzó a precipitarse rápidamente y como piloto de pruebas sabes que una maniobra como esa demuestra que hay algo que no está funcionando bien".
El Tupolev continuó su vertiginoso descenso hasta que estalló en el aire y una lluvia de pedazos del avión cayó sobre una población aledaña al campo aéreo. Murieron los seis tripulantes de la nave y ocho personas más, tres de ellas niños.
¿Qué había ocasionado esta tragedia?
Una versión poco creíble
Hubo muchos rumores. La historia oficial, que según Farley nadie creyó, fue que en mientras se producía el ascenso del avión había un fotógrafo en la cabina de los pilotos documentando el vuelo y accidentalmente cayó sobre los controles, provocando la nefasta maniobra que ocasionaría la tragedia.
Esa versión dejaba bien a los rusos, porque no revelaba que hubiese algo malo con su tecnología, y a los franceses, porque evitaba sospechas sobre sus presuntas acciones para espiar al Tupolev durante la exhibición en salón aeronáutico.
Para Farley, en este último elemento, pudiera estar la clave: el espionaje industrial francés pudo haber tenido algo que ver con el accidente.
"Ellos querían tener la mayor información inteligencia posible sobre cómo volaba el Tupolev. Sabemos que tenían un avión Mirage sobrevolando el campo aéreo a varios miles de pies de altura, para grabar los detalles de las maniobras de la nave soviética", recuerda el piloto.
"En mi opinión, los pilotos del Tupolev detectaron repentinamente el avión de reconocimiento francés sobre ellos. Y por eso detuvieron repentinamente el ascenso y trataron de pasar por debajo del Mirage, cambiando bruscamente el rumbo, lo cual provocó la pérdida de estabilidad".
El ocaso
Después del accidente no se escuchó mucho de la nave. El hermetismo característico de la Unión Soviética se impuso.
Para algunos, la tragedia de París puso en evidencia que quizás el desarrollo mecánico de la nave no estaba a la altura del nivel alcanzado por las empresas occidentales, por lo que decidieron no continuar.
Después de muchos secretismo, iniciaron vuelos comerciales en 1977, y una nueva versión destinada al transporte de carga –el TU144D- voló durante la década de los 80.
Se sabe que esta versión de carga voló nuevamente en los años 90, como parte un convenio con la NASA, siendo modificada para realizar un proyecto de investigación.
Sin embargo, ambas versiones tuvieron una vida corta.
Irónicamente, un grave accidente de uno de los Concordes el 25 de julio de 2000, el único en 27 años de servicio, sumado a otros factores como la escasa rentabilidad, pusieron fin a la generación de los aviones supersónicos.
Al final, se puede reducir la historia a que el Concorde le ganó el duelo al Tupolev, pero ambos perdieron la carrera.