(Advertencia: algunas imágenes podrían herir la sensibilidad de algunos lectores)
Es una isla escocesa famosa por su producción de whisky, en particular por su malta ahumada con turba, y por su cálida hospitalidad.
Pero la Isla de Islay, en las Hébridas Internas, ahora está siendo reconocida por ser un ejemplo casi olvidado de gran valentía y humanidad.
Hace cien años, durante la Primera Guerra Mundial, Islay estuvo en la primera línea de una batalla marítima.
La isla debió lidiar con las bajas masivas generadas por el hundimiento de dos grandes buques de transporte de tropas, ocurridos con solo ocho meses de diferencia.
Los hundimientos del SS Tuscania en febrero de 1918 y del HMS Otranto en octubre del mismo año, se cobraron la vida de alrededor de 700 hombres en el último año de la guerra.
Ambos desastres fueron oficialmente conmemorados en Islay a comienzos de mayo.
Hace un siglo, la isla sufría un dolor considerable. Ya había perdido unos 150 hijos en el frente occidental, de una población de solo 6.000.
En cada hogar ya se lloraba la muerte de alguien conocido en un territorio lejano, cuando la matanza de la guerra llegó a sus costas.
El Tuscania casi había completado su viaje transatlántico, llevando tropas estadounidenses en un convoy de buques.
Cuando llegó hasta el canal norte entre Escocia e Irlanda, el 5 de febrero de 1918, el peligro acechaba bajo las olas.
Un submarino alemán acechó al convoy, puso al Tuscania en su mira y disparó dos torpedos, uno de los cuales abrió una gran grieta en su costado.
Fue un golpe fatal. El antiguo crucero de lujo, convertido para servir en la guerra, pronto estaría en el fondo del mar.
El Tuscania llevaba a unos 2.500 soldados estadounidenses y tripulación británica.
Increíblemente, la mayoría fueron rescatados por la Royal Navy, la marina británica. Pero algunos de los que pudieron acceder a los botes salvavidas no tuvieron tanta suerte.
Fueron arrastrados hacia los acantilados y las rocas de la península de Oa, en Islay, y naufragaron por segunda vez.
El soldado Arthur Siplon cayó al mar cuando su bote salvavidas volcó.
"Pensó que iba a morir", me contó su hijo más joven, Bob.
"Pero se agarró de una roca y cuando el mar retrocedió logró aferrarse y trepar a la orilla".
Siplon fue rescatado por uno de los dos granjeros de Islay que arriesgaron sus propias vidas para llevar a los hombres a un lugar seguro.
Robert Morrison y Duncan Campbell dieron comida y refugio a decenas de sobrevivientes y luego serían condecorados con la Orden del Imperio Británico.
Tengo motivos para sentirme particularmente orgulloso de Duncan Campbell porque, mientras investigaba esta historia, descubrí que era mi tío bisabuelo.
Bob Siplon sabe que él y su familia no existirían si su padre no hubiera encontrado ayuda en Islay.
"Es como si las acciones de esas personas hace 100 años se propagaran a través del tiempo para afectarme 100 años después".
"Me enseña que lo que hacemos marca una diferencia", afirmó.
Este fue un desastre masivo para una pequeña isla. En 1918 Islay no tenía electricidad, ni servicio aéreo, y había pocos vehículos a motor.
La autoridad civil en esta isla donde casi no había crímenes era un sargento de policía que se trasladaba en bicicleta, llamado Malcolm MacNeill.
El sargento MacNeill y sus tres agentes tuvieron que recuperar, identificar y enterrar los restos de casi 200 personas.
Su nieto, Lord Robertson, exsecretario general de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), considera que la tarea que tuvieron fue comparable con lo que ocurrió con ataques terroristas más recientes.
"Esto es como si Lockerbie (un desastre aéreo ocurrido en Escocia en 1988) o los ataques del 7/7 en Londres o incluso del 9/11 hubieran ocurrido en una comunidad pequeña".
"Un gran evento que acontece con muertes, cuerpos, sobrevivientes... hay que imaginar la escala del desastre".
A pesar del trauma que ya vivían, los isleños trabajaron incansablemente para enterrar a los muertos con dignidad.
No tenían una bandera estadounidense para los funerales, por lo que un pequeño grupo de locales cosió una a mano con los materiales que tenían, trabajando hasta altas horas de la noche.
Esa bandera ha sido preservada por la Institución Smithsonian en Washington DC, que la envió a préstamo a Islay para la conmemoración del centenario.
Jennifer Jones, del Smithsonian, está impresionada por el cuidado que mostraron los isleños por los soldados estadounidenses arrastrados hasta sus costas.
"Fue muy sentido, cómo la gente hizo tanto esfuerzo para respetar a aquellos que recientemente habían perdido la vida", dijo.
Los isleños se unieron para responder al hundimiento del Tuscania.
Lo que no podían saber es que esto era solo una preparación para un desastre aún más grande por venir.
Al igual que el Tuscania, el HMS Otranto transportaba tropas estadounidenses a través del Atlántico en un convoy cuando ocurrió el desastre.
Pero no fue un acto de guerra lo que hundió al Otranto el 6 de octubre de 1918, pocas semanas después del armisticio. Fue un error de navegación en medio de una tormenta.
A medida que el convoy se acercaba a la costa oeste de Escocia, en condiciones similares a los de un huracán, hubo confusión sobre su posición exacta.
El Otranto fue embestido por otro barco que formaba parte del convoy -el HMS Kashmir- que partió en dos su casco de acero.
El Kashmir y el resto del convoy siguieron navegando, bajo órdenes de no prestar asistencia por temor a un ataque de submarinos.
Pero a pesar de esa orden y del clima feroz, un destructor de la Royal Navy, el HMS Mounsey, fue al rescate bajo el mando del teniente Francis Craven.
"Desde mi punto de vista el capitán Craven fue un verdadero héroe. Quizás el verdadero héroe del evento", dijo Chuck Freedman, cuyo abuelo, Sam Levy, estaba en el Otranto.
El teniente Levy estaba entre los casi 600 soldados que pudieron saltar con éxito a la cubierta del Mounsey para salvar sus vidas.
Muchos otros lo intentaron y fallaron, muriendo aplastados entre los dos barcos.
Cuando el Mounsey abandonó la escena todavía había cientos de hombres a bordo del Otranto, que se hundía.
Su mejor esperanza era ser arrastrados hacia una de las playas en la costa atlántica de Islay. Pero no tuvieron suerte.
El Otranto fue levantado por una inmensa ola y arrojado sobre un arrecife que partió su casco y destrozó la nave en pedazos.
Solo 21 hombres llegaron vivos a la orilla.
Algunos fueron sacados del mar por miembros de la familia de Donald-James McPhee.
Eran pastores y usaban sus cayados para llegar a los sobrevivientes: la longitud de sus bastones era la distancia entre la vida y la muerte.
Pero fue más que nada una operación de recuperación de cuerpos, que se acumulaban a lo largo de la costa.
"Debe haber sido tan triste para ellos ver eso", dijo McPhee.
"Despertar por la mañana para un día normal de trabajo y ver cientos de cadáveres por la noche. Debe haber sido horrible".
El sargento MacNeill registró minuciosamente los detalles de cada cuerpo arrastrado a tierra en una libreta que ahora tiene un lugar de honor en el Museo de Islay.
Muchas de las víctimas eran del estado estadounidense de Georgia, que está planeando su propia conmemoración para finales de año.
Algunas de las 700 víctimas de los desastres del Otranto y el Tuscania nunca fueron encontradas.
La mayoría fueron enterrados en Islay.
Después de la guerra, los restos de los soldados estadounidenses fueron exhumados y devueltos a su país.
Solo un estadounidense, el soldado Roy Muncaster, todavía está en la isla. A pedido de su familia se lo dejó donde la gente de Islay lo enterró.
En 1918 el desastre del Tuscania representó la mayor pérdida individual de vidas militares estadounidenses desde la guerra civil de EE.UU.
Luego, el hundimiento del Otranto representó una de las pérdidas más numerosas de EE.UU. en el mar durante la guerra de 1914-18.
Sin embargo, las historias de estos barcos no son muy conocidas, quizás se quedaron perdidas en un siglo de niebla en Islay.
Hay un gran memorial en forma de faro en el desolador Risco de Oa en Islay. Pero durante mi infancia en la isla rara vez oí hablar de estos buques.
Eso está cambiando. Hoy, todos los niños que asisten a mi vieja escuela -la primaria Bowmore- están aprendiendo sobre ellos.
El pasado 4 de mayo la Princesa Anne lideró las conmemoraciones en Islay para recordar el centenario de estas tragedias gemelas.
Estos eventos buscan honrar a aquellos que perdieron sus vidas y también recordar lo que la gente de Islay hizo por aquellos que estaban en peligro en sus costas, hace cien años.