El suelo está lleno de plumas negras en una zona en la que los dos buitres se disputan los restos de un perro muerto. Esta es la primera imagen que recibe este lugar al que unas 50 personas llaman casa. Es el cementerio de Vila Nova Cachoeirinha, en la zona norte de Sao Paulo.
Caminando por el recinto cuesta trabajo controlar los mareos que provocan el olor de los animales en descomposición. Bajo los pies del visitante se acumulan los huesos de aves muertas. El aire de abandono es innegable a lo largo de los 350.000 m² que ocupa este cementerio, el segundo más grande de la ciudad más poblada de Sudamérica.
Hay 21.000 sepulcros y tumbas, parte de ellos cubiertos por matorrales que pueden alcanzar la cintura de una persona adulta.
Apenas 500 metros después de atravesar la entrada, el silencio se rompe. Es en este punto donde ya pueden avistarse las primeras lonas colgadas de bambúes y trozos de madera.
Hay al menos cinco chabolas construidas allá adentro. Es el hogar de unas decenas de personas.
Un espacio entre los osarios -dos paredones donde se depositan los huesos que se retiran de las fosas- se ha convertido en el baño para los habitantes del lugar. Junto a los desechos humanos hay vómitos, restos de comida, ropa y escombros.
Prohibidos los niños
Entre los sin techo que allí conviven hay hombres, mujeres (una de ellas con una deficiencia física), ancianos y transexuales. Todos son bienvenidos excepto los niños, debido al aspecto insalubre y al consumo constante de drogas.
Lúcio, de 28 anos, no se cansa de hablar de lo mucho que extraña a su hija de 8 años.
Lúcio dejó Belo Horizonte (capital de Minas Gerais) junto con su mujer y su hija para trabajar como vendedor en el centro de Sao Paulo. El negocio no salió bien, él se acabó divorciando y la niña se fue para Minas con la madre.
"Sin trabajo no conseguía pagar la renta y me fui a vivir con mi madre a Vila Nova Cachoeirinha (el mismo barrio del cementerio). Pero me impuso muchas reglas y no salió bien. Acabé viviendo en la calle, me convertí en vendedor ambulante y llegué aquí hace cinco meses", cuenta con lágrimas en los ojos.
Lúcio es relativamente nuevo en el cementerio pero Igor*, de 41 años, lleva los últimos 12 viviendo aquí. Es uno de los más antiguos.
Sentado en un banco, abre una lata de la que extrae un tubo metálico, un pedazo de papel de aluminio y una bolsita de plástico. Cuidadosamente se monta una pipa con la que fuma dos piedras de crack mientras le cuenta su historia a BBC Brasil.
"La primera vez que fumé crack fue a finales de 1993. Aunque consumía de forma habitual, todavía podía trabajar como operador de carretilla elevadora, en el área de comunicación en varias empresas, además de como traductor e intérprete de japonés en el barrio de la Libertad", cuenta.
Asegura que aprendió japonés cuando en 1995 se fue a vivir a Japón, la tierra natal de su abuelo, pero la aventura no salió bien.
"Me detuvieron por tráfico de drogas, vandalismo, atropello y corrupción de menores. Me deportaron de vuelta a Brasil en diciembre de 1997. Mi familia no quiere saber nada de mí ahora. Solo nos vemos cuando hay un funeral, un casamiento o una fiesta", confiesa.
Igor dice que intentó rehacer su vida en Brasil pero la adicción a las drogas fue más fuerte.
"Solo consigo trabajar si tengo a mi lado a alguien 24 horas motivándome para que lo haga. A día de hoy consigo dinero recolectando material para reciclar. En un día bueno en que que me hago con bastante aluminio puedo ganar hasta R$100 (US$30) pero normalmente obtengo unos R$20 (US$6). Lo suficiente para costear mi vicio".
Cuenta que la ropa y la comida la obtiene de la basura y la reparte con los demás. Para informarse, sin posibilidad de acceder a una televisión, lo hacen a través de los diarios viejos que encuentran en los contenedores y papeleras. Parece adaptado al ambiente, a pesar de la falta de comodidades.
"Lo que más me entristece es no poder abrir la nevera y tener el placer de tomarme una Coca-Cola bien fría o comer una fruta", reconoce.
Igor llega a admitir que "en momentos de desespero" llegó a robar para obtener crack. "Estoy enganchado a lo químico en general. He consumido thinner, cristal de Estados Unidos, hachís, opio y mucha cocaína".
Noches en las tumbas
La presencia de plagas de ratas y cucarachas, es constante donde los sin hogar instalaron su refugio. Por la noche, los insectos se multiplican, pero lo peor llega en la época de lluvias.
Durante el verano, las precipitaciones mojan los sofás que usan para dormir y reunirse. Para protegerse tienen que arrastrar las grandes losas de mármol que cubren las tumbas y duermen dentro de las tumbas, al lado de los féretros.
Se negaron a mostrarno esto pero los funcionarios del cementerio confirmaron esta información.
El gobierno de Sao Paulo reconoce que "los drogadictos montan tiendas dentro y fuera del cementerio de Vila Nova Cachoeirinha para tener un lugar donde consumir".
Las autoridades aseguran que los funcionarios retiran las chabolas pero pronto aparecen otras nuevas. También que hay una empresa encargada de recoger los restos de animales muertos y el exceso de matorrales.
Pero el gobierno local no informó de cuánto dinero gasta en el mantenimiento de la zona, cuántas personas trabajan allí y desde cuándo hay gente viviendo en el cementerio, aunque hay varios reportajes de ya hace cuatro años en la prensa local que hablan de este vecindario marginal.
Sin visitas
"Nunca nadie del gobierno apareció para ayudarnos, solo vienen para tirar abajo nuestras viviendas. La Pastoral (una ONG) nos visita una vez al año para saber si estamos vivos pero la Policía Militar solo viene a 'saludarnos'", dice con sorna un hombre que prefirió no ser identificado.
"Ya fui golpeado y torturado por los policías durante horas. Nos llaman drogadictos, nos preguntan donde están nuestras pipas y acaban derrumbando nuestras chabolas. ¿Qué quieren que hagamos? No tenemos donde ir", protesta.
La Secretaría de Seguridad de Sao Paolo y la Policía Militar hablaron con BBC Brasil después de la publicación de este reportaje.
"La Policía Militar esclarece que toda esta información se pasó a la autoridad local competente para que se haga una investigación", afirmaron.
Durante los dos días que duró la visita para realizar este reportaje la BBC recorrió toda el área del cementerio y caminó kilómetros entre tumbas. Ningún rincón estaba libre de basura.
Algunos funcionarios que pidieron no ser identificados dijeron que no alcanzan para limpiar ni siquiera la mitad del área.
"Cuando terminamos con un lado, el otro ya está todo sucio y con el matorral muy crecido".
Pero la situación podría agravarse todavía más.
La favela del Boi Malhado, que limita con uno de los lados del cementerio, está creciendo hacia el interior del recinto. La BBC pudo identificar hasta tres casas. Las viviendas empiezan, literalmente, donde terminan las tumbas.
La alcaldía dijo que sabe que hay casas dentro del cementerio y que ya ha pedido la acción de la justicia.
"A petición de la Justicia, se celebró una audiencia de conciliación en la que los ocupantes acordaron salir voluntariamente del área como fecha límite enero de 2018, lo que no se ha cumplido, y ya se ha solicitado la apertura de un nuevo expediente".
*Los nombres de los entrevistados son ficticios con el fin de proteger su anonimato.