Por Nancy Castillo
Javier Cámara primero pensó que era una broma de su hermano, que también se llama Jorge y tiene sentido del humor, cuando un domingo cualquiera contestó el teléfono que sonaba en el escritorio de su casa en Córdoba, Argentina.
Hacía ya varios meses que este periodista de un diario de provincias había comenzado a investigar historias que pudieran ser de interés para su público tras la noticia de marzo de 2013, cuando por primera vez el Vaticano eligió a un Papa de América Latina. El Papa Francisco, nacido y criado en Buenos Aires, había vivido dos períodos en Córdoba: entre 1958 y 1960, su etapa de noviciado, y décadas más tarde, entre 1990 y 1992.
A medida que Cámara buscaba información sobre esas estadías se fue dando cuenta que faltaban piezas del puzzle. Después de que Bergoglio había sido la máxima autoridad de la Compañía de Jesús en Argentina -nombrado Provincial entre 1973 y 1979 con apenas 36 años-, y desde ese puesto haber dirigido la orden durante la dictadura militar; y después de haber liderado la formación de los jesuitas como rector del Colegio Máximo en Buenos Aires (1980-1986), era, a lo menos curioso, que lo enviaran a hacer nada a Córdoba por dos años. Algo no cerraba.
Javier Cámara, entonces, siguió investigando. En el camino se sumó Sebastián Pfaffen, y empezaron a trabajar en un libro.
Ese domingo cualquiera en que el teléfono de su escritorio sonó, Cámara y Pfaffen ya le habían pedido al obispo de la diócesis de Córdoba -que visitaría al Papa Francisco-, que le contara de su investigación. El prelado lo hizo, y les trajo de regreso una dirección de correo electrónico escrita a mano por el Papa en una hoja. Para ese domingo, Bergoglio ya había recibido un mail de los periodistas con el anteproyecto del libro.
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-Hola, ¿si?
-¿Javier Cámara?
-Sí, ¿quién habla?
-Jorge Bergoglio.
- ¡Padre! ¿Realmente es usted?
-Sí ¿Querés que te lo diga en cordobés? –dijo el interlocutor en alusión a esa tonada tan particular que tienen los cordobeses a oídos del resto de los argentinos.
El Papa Francisco lo llamaba desde Casa Santa Marta en Vaticano para decirle que sí, que le interesaba darles una entrevista y preguntarle cuándo querían hacerla.
-No sé, cuando usted guste.
-Puede ser mañana lunes o el viernes.
-Mañana.
Al día siguiente el Papa volvió a llamar, hablaron 45 minutos. Otro día hubo otra media hora de entrevista y, en varias otras ocasiones, el teléfono celular de Cámara sonó con un mensaje en pantalla que decía “Número desconocido”. Era el Papa. Para aclarar o ahondar en temas o personajes que había olvidado mencionar. Esas conversaciones, más la investigación periodística se convirtió en el libro “Aquel Francisco” (2014), la primera investigación que ahonda en ese período de la vida de Bergoglio y que el que el propio Francisco ha llamado “un tiempo de oscuridad interior”.
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Hoy Cámara responde al teléfono desde ese mismo escritorio en Córdoba y está contento, porque el Papa, justo hoy, ha vuelto a responder a un email que le envió hace unos días contándole de su viaje a Chile. Aquí, el periodista participará del III Encuentro Preparatorio para Comunicadores, una de las tantas actividades previas a la visita del Papa Francisco.
En el mail, Cámara le pregunta por los recuerdos que mantiene de su paso por este país hace más de cinco décadas, cuando era un joven en plena formación jesuita. Lo que le responde el Papa en ese mail será parte de la charla que dictará el periodista el lunes. Porque, lo que acá continúa es la entrevista con Cámara sobre esos años de oscuridad en Córdoba.
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En el recorrido que hicieron por la vida de Bergoglio ¿Cuál fue el periodo más difícil que lograron identificar?
Hay dos momentos fuertes cuando era sacerdote, que él mismo nos dijo que habían sido complicados. El primero, cuando asumiendo la responsabilidad de ser el provincial de la Orden Jesuita (1973 a 1979) tuvo que dirigirla en el medio de la dictadura militar. La situación del país era dramática y él lo vivió de manera particular, porque tenía que tomar decisiones importantes. Él tenía a muchos de sus sacerdotes muy comprometidos, que trabajaban en las villas, ayudando a gente muy pobre y que enseñaban cosas con las que la dictadura militar no estaba de acuerdo, por lo que los perseguían. En esos momentos Bergoglio tuvo que tomar decisiones que fueron muy dramáticas, como el caso de estos dos sacerdotes jesuitas que fueron secuestrados por la dictadura militar.
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Javier Cámara se refiere acá a la detención de los sacerdotes Francisco Jalics y Orlando Yorio, quienes vivieron cinco meses de tortura por parte de la represión, y cuyo caso le ha penado por décadas a Bergoglio, pues sus detractores levantaron el tema cuando fue electo Papa, para así configurar que éste fue ayudista de la dictadura. Sin embargo, testimonios posteriores del propio Jalics y de otras decenas de rescatados por Bergoglio en dictadura, demuestran que el entonces provincial ayudó a los perseguidos con acciones temerarias, pero en silencio.
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Continúa Cámara:
El otro tiempo que fue más complicado para él, no tanto en una responsabilidad política dentro de la congregación, sino más en sí mismo, en su propio discernimiento como sacerdote, fue esta parte que ocurrió aquí en Córdoba, cuando lo mandaron entre 1990 y 1992. Por una serie de diferencias de opiniones, cambios que hizo el nuevo provincial de los jesuitas, cuando lo quisieron sacar del medio.
¿Por qué lo querían aislar?
Para entonces, Bergoglio, tenía un peso muy importante dentro de la provincia argentina jesuítica. Las órdenes que daban los nuevos superiores no tenían fuerza. Cada una de las decisiones que esta nueva administración del Provincial (Víctor Zorzín) tomaba, eran cuestionadas o al menos revisadas por un sector, sobre todo del clero joven. Muchos de ellos tenían a Bergoglio como director espiritual e incluso como padre espiritual, consejero, confesor. E iban y le preguntaban si él estaba de acuerdo o no con las decisiones que se estaban tomando, muchas de ellas revirtiendo decisiones que él mismo había tomado como provincial.
¿La forma de quitarle influencia fue enviarlo a Córdoba a hacer nada?
En nuestro libro, el padre Andrés Swinnen, -quien primero lo sucedió como provincial y que fue muy respetuoso de lo que había hecho Bergoglio-, nos dijo: “A Bergoglio lo mandaron a Córdoba para que se dejara de joder”. Las cuestiones de poder a veces se manejan de esta forma.
Más allá de que su liderazgo debilitaba al de las nuevas autoridades, Bergoglio como Provincial tomó decisiones que le fueron generando detractores y cuando estos ascendieron hasta dirigir la orden se le vino el castigo. ¿Qué hizo en su gestión para generar este ambiente en su contra?
Los detractores empezó a sumarlos ya cuando provincial empieza a tomar decisiones fuertes. Te doy un ejemplo que no es espiritual: cuando él asume, la Universidad del Salvador que estaba en Buenos Aires tenía más de un millón y medio de dólares de deuda y él toma la decisión de desprender a la orden de esa universidad. En esta daban clases un montón de sacerdotes, hermanos y laicos que perdieron sus trabajos. Y muchos sintieron ‘este hombre nos quitó todo’. En Córdoba la orden también tenía una deuda importante y él decidió vender todo el edificio donde estaba el noviciado. Ocupaba una manzana completa. Ahí había un templo inmenso, pero que no estaba terminado. Imagínate que hasta hace muy poco, aquí en la zona de la parroquia -donde ahora hay un templo más moderno- para la gente el culpable de que se quedaran sin parroquia era el padre Bergoglio. Esto fue generándole detractores, y bueno, en las congregaciones como en todos lados surgen estas internas.
Entiendo que Bergoglio tomó decisiones en el plano doctrinal que también molestaron. La teología de la liberación se había expandido en América Latina y él no era su seguidor.
El efectivamente no estaba de acuerdo, pero no con toda la teología de la liberación sino con los fundamentos filosóficos marxistas de ésta. Él lo que impulsó fue la Teología del Pueblo junto con el padre Juan Carlos Scannone, que había sido su profesor y aún da clases. Esta teología, que se enfoca en los pobres, no tiene los conceptos marxistas.
En los 70 entre los jesuitas se comenzó a popularizar la vida en comunidad. Los sacerdotes se iban a vivir en grupo a las villas y desde ahí seguían los estudios. ¿A él lo nombraron provincial para disciplinar a la orden?
Sí. Pero hay que ponerlo en contexto: eran épocas muy complicadas para la iglesia en Argentina y el mundo; todavía estaban los ecos del post concilio y habían muchas salidas de sacerdotes. El padre Swinnen, que era maestro de jesuitas cuando Bergoglio era provincial, recuerda que ‘así como entraban (los novicios) se iban por la ventana’. Bergoglio asume la responsabilidad de ponerle un poco de freno a esta historia, decir ‘aclaremos las cosas, si somos sacerdotes el modelo sacerdotal es este: pobreza, obediencia y castidad’. En ese sentido intentó poner orden. Y están los que dicen que lo logró y los que dicen que no.
Después de dejar el provincial, Bergoglio es nombrado rector del Colegio Máximo ¿Qué acciones realizó que le sumaron más detractores? ¿Fue muy estricto con la disciplina en la formación?
En esa época también incomodó a algunos de los que se estaban formando como sacerdotes, porque los hacía trabajar en serio. Bergoglio es un hombre que aún se levanta muy temprano y no para desde las cinco de la mañana hasta las 10 de la noche. Él trabaja mucho, es su forma de llevar adelante su pastoral, su forma de conducción religiosa también era así. Un sacerdote cordobés, un jesuita que no lo quería mucho a Bergoglio, nos contaba que lo hacía limpiar el chiquero de los chanchos, pues en ese momento el Colegio Máximo tenía una quinta. Otro sacerdote, el padre Ángel Rossi, me dijo ‘sí, es cierto, nos hacía limpiar el chiquero de los chanchos pero el que primero se ensuciaba las manos y se metía en el barro era él’.
En las conversaciones que tuvieron con el Papa, ¿él reconoció haber cometido errores, el pecado de la soberbia? Porque, en los hechos, la orden se dividió por esta pugna entre los pro Bergoglio y los detractores.
Cuando le preguntamos el tema no lo atribuyó a su soberbia, sino a su falta de experiencia y a no consultar como debería haberlo hecho. Nos dijo que había tomado algunas decisiones apresuradas, un poco también por eso había pedido perdón cuando al inicio de su papado dio una entrevista a un sacerdote.
¿Cómo reaccionó Bergoglio ante la decisión de la jerarquía de alejarlo y enviarlo a Córdoba?
Obedeciendo.
Obedece, pero ¿en su fuero interno no veía cierto grado de injusticia en el castigo que se le aplicaba?
-Le preguntamos si él lo consideró o no injusto, y él dijo que hay cosas que parecen que son injusticias pero que no lo son. Yo estoy seguro que no le gustó que lo enviaran a Córdoba. Y, sin embargo, vino y estuvo dos años acá trabajando silenciosamente.
¿Qué hizo esos dos años en Córdoba?
Llega sin responsabilidades y acá empieza a buscar cosas que hacer. Se dedicó a estudiar, a escribir, produjo un par de libros que después fueron publicados, también sobre retiros espirituales. Y leyó mucho: 18 tomos de la historia de los papas.
Tenía mucho tiempo libre, es como alguien que vivía aislado.
Por eso él mismo dice que su período en Córdoba fue un tiempo de oscuridad interior, de mucha oración. También atendió a los sacerdotes y hermanos jesuitas que estaban muy enfermos. Hacía labores como ayudar a lavar ropa, hacía las compras para la casa, y durante las mañanas hacía de portero de la Residencia Mayor de la compañía de Jesús, que es un lugar que visita mucha gente porque es histórico y hoy patrimonio de la humanidad. Seguramente leyó mucho esperando que alguien tocara el timbre.
¿Es cierto que mientras Bergoglio poco hacía en Córdoba se echaron a correr rumores de que estaba loco?
Sí. Eso cuenta el padre Rossi y se acuerda muy bien porque el episodio fue para el fallecimiento de su mamá. Estaban en el velatorio y Bergoglio se hizo presente para rezar el responso, y a Rossi se le acerca un laico muy apegado a varios los sacerdotes jesuitas de la comunidad de esa época y le dice mirando a Bergoglio: “Pobre, pensá que un hombre tan inteligente y que ahora esté loco”; y el padre Rossi le dice “Si él está loco ¿qué queda para mí no?”. Como diciendo no está loco ni nada por el estilo.
En ese periodo de reflexión tan profunda, ¿llego él a pensar en retirarse de la compañía o del sacerdocio?
Del sacerdocio imagino que no. Él no nos respondió sobre esto, por lo que es una opinión mía. Pero del sacerdocio imagino que de ninguna manera lo debe haber pensado, porque siempre tuvo muy clara su vocación sacerdotal. Ahora, de la Compañía de Jesús sí, yo me imagino que debe haber pensado alguna vez en salir.
¿Qué pasó con el sentimiento de los seminaristas o sacerdotes que apoyaban a Bergoglio y vieron el castigo que se le impuso?
Mucho disgusto y también acciones concretas. Por ejemplo, el padre Guillermo Ortiz pidió que lo mandaran a otro lado para no quedarse aquí a ver lo que pasaba. Otros lo asumieron como una nueva situación dentro de la orden, algo como un desierto que había que cruzar.
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El 13 de mayo de 1992 el destino cambió para Bergoglio. El clero secular, no la orden jesuita, fue a su rescate en Córdoba. La jerarquía buscaba un obispo auxiliar para Buenos Aires que tuviera don de mando y buena relación con sacerdotes que ejercían en las villas miserias. Pidieron al Papa Juan Pablo II que lo ordenara obispo y sorprendieron a Bergoglio con la noticia de que en menos de una semana debía estar en la capital para ser ungido. Fue así como Jorge Bergoglio inició el camino en la jerarquía que lo llevaría hasta ser el máximo jefe de la Iglesia Católica a nivel mundial.
¿Por qué crees que Francisco quiso que se conociera este período oscuro de su vida?
Me parece que era como una cosa que no estaba cerrada. Que había algo debía sacarse fuera y él, como es un hombre que acostumbraba un poco a tomar decisiones difíciles, a usar bien el poder, quería que esto se hablara, y que los que tenían que decir algo lo dijeran.