En una semana histórica, en la cual la guerrilla de las FARC se transformó en partido político tras más de cinco décadas de conflicto armado, el analista colombiano Jorge Restrepo aborda el futuro de la ahora llamada Fuerza Alternativa Revolucionaria del Común y las dificultades que aún puede enfrentar el proceso de paz en Colombia, a menos de un año de las elecciones legislativas y presidenciales en ese país.
-¿La sociedad colombiana está preparada para recibir a las FARC como en un nuevo partido político?
-Las FARC son la organización con peor imagen y tal vez la más odiada de este país. Es una organización que, junto con el ELN, tiene un deshonroso primer lugar en términos de perspectiva negativa. Creo que las FARC tiene que empezar a luchar en contra de esa visión negativa a través de la plataforma política. Hoy pueden contar con el apoyo de las comunidades que dicen representar. En particular, de los cultivadores de coca. También reciben un respaldo marginal urbano de quienes les reconocen su valentía en el abandono de las armas.
La mitad de la población hubiese querido un acuerdo que castigara en términos de justicia únicamente a las FARC
-Entonces el peor “enemigo” de las FARC estaría en el núcleo urbano de la sociedad.
-No lo diría en términos de enemistad, pero sí de la necesidad de castigar a esa organización y a sus miembros de la violencia que causó en el pasado. Muy pocas personas les van a votar y, por el contrario, lo harán por aquellos que busquen revertir partes de los acuerdos. Ahora, tenemos que reconocer que esta sociedad emerge dividida. La división casi simétrica que mostró el resultado del plebiscito por el acuerdo de paz no se ha superado. Su raíz está en que la mitad de la población hubiese querido un acuerdo que castigara, incluso en términos de justicia, únicamente a la guerrilla de las FARC y a sus miembros por la violencia que causaron.
-¿Cuáles son los pasos que vienen para los ex guerrilleros?
-Lo primero es definir ideológicamente cuál va a ser la plataforma de ese partido. Ojalá que esto esté expresado en términos programáticos. Esa es la principal pregunta que hay en el momento sobre el futuro político de las FARC. Hay otra que, a mi juicio, no es tan importante, pero que vale la pena tenerla en cuenta y es quiénes serán sus candidatos al Senado y a la Cámara de Representantes en Colombia, así como si van a tener un candidato propio en las elecciones presidenciales o si buscarán sumarse a una coalición.
Durante dos períodos presidenciales hay una garantía que, sin importar el número de votos que obtengan, van a tener una representación cinco senadores y cinco representantes en la Cámara. Pero no hay aún una definición precisa de quiénes van a ser y probablemente se tenga que esperar hasta febrero del año entrante.
El lenguaje de reacción ante el ejercicio del paz y el reconocimiento de lo que ha hecho la guerrilla de las FARC y el gobierno, no tiene el favor de la mayoría del electorado colombiano
-Otra incógnita es si las FARC serían capaces de articularse sin armas. ¿Funcionarán en la política?
-Las FARC siempre han tenido una definición política robusta. Aquí vendían (la idea de) una organización guerrillera como si fuera puramente criminal, asociada al narcotráfico, con la extorsión y el secuestro. Y claro que hacían esas tres formas atroces de criminalidad, pero hay que decir que siempre tuvieron una dimensión política con cercanía a las comunidades y con un trabajo político al interior de esa organización militar, que era importante. Yo creo que eso lo van a potenciar y lo han ido potenciando en los últimos cuatro años durante la negociación.
Sin embargo, se va a quedar en el discurso hasta que ellos no empiecen a tomar decisiones, además de dejar las armas y abandonar la violencia, de empezar a buscar un ejercicio de reconciliación, de sometimiento a la justicia y de ese espacio político que solamente van a obtener más adelante.
-Proyectándonos en las elecciones de 2018, ¿cómo ve el camino de la ahora Fuerza Alternativa Revolucionaria del Común (ex FARC)?
-Muy difícil. Creo que va a ser un camino en el cual sus miembros van a tener que construir una estructura política electoral, una plataforma programática, saber muy bien a quienes logran atraer en términos de coaliciones. De lo contrario, no van a llegar al Gobierno. El ejercicio político que hagan esos líderes, representantes en el Congreso será crucial para poder definir si tienen, más adelante, el favor electoral de los ciudadanos.
Las FARC son la organización con peor imagen y tal vez la más odiada de este país. Junto con el ELN, tiene un deshonroso primer lugar en términos de perspectiva negativa
-¿Cómo se ha conducido hasta ahora el Acuerdo de Paz?
-Mi opinión es bastante favorable, pero con reservas. La primera de ellas es la gran demora que se tuvo en obtener este acuerdo. En segundo lugar, diría que caímos en la trampa de ofrecerle a la población como principal beneficio una justicia a futuro y no los beneficios inmediatos de la paz en términos de terminar la lucha armada, la violencia y el crimen organizado. Pero son críticas menores. Yo apoyo por completo la manera en la que el presidente Santos y el gobierno condujeron la negociación y también apoyo el valor civil que mostró las FARC al abandonar la violencia.
-Human Rights Watch (HRW) manifestó preocupación respecto a la justicia para las víctimas. ¿Tiene usted las mismas aprensiones?
-Para nada. Creo que la perspectiva y la crítica de HRW a la justicia transicional es maximalista y busca imponer unos estándares a esa justicia transicional que son imposibles de satisfacer y que, de haberse incluido en el acuerdo, hubieran impedido que las FARC dejaran las armas.
El papel que Chile cumplió como país acompañante no fue tan crucial como el de Cuba y Noruega
-¿Qué tan poderosas son las organizaciones criminales que estaban al amparo de las FARC? Qué tan grave es el panorama en este sentido?
-Poderosísimas. No sabemos qué tan poderosas son, pero en las últimas cuatro semanas en Colombia se han empezado a conocer casos aterradores. Cuando constatamos que al interior de la Corte Suprema de justicia había una trama criminal que vendía absoluciones y demoras de procesos. Ahora le llaman aquí en Colombia el ‘Cartel de las Togas’, haciendo referencia a tres ex presidentes de la Corte Suprema de Justicia que están siendo investigados por formar parte de esa organización criminal.
-¿Existe el riesgo de que se revierta el proceso de paz por este u otros motivos?
-No creo. Las contribuciones que ha hecho la guerrilla de las FARC y el establecimiento del gobierno colombiano, el Congreso en términos de reformas y de creación de instituciones son lo suficientemente fuertes que hacen bastante improbable que se reinicie el conflicto armado colombiano en un futuro cercano. Tenemos una Ley de Víctimas, la creación de la justicia de transición, un proceso de restitución de tierras y de búsquedas de personas desaparecidas que satisfacen mucho las demandas de esas mismas víctimas de esclarecer lo que ocurrió.
-Chile tuvo una participación como país acompañante de los acuerdos. ¿Qué tan significativo fue en términos prácticos?
-El papel que Chile cumplió como país acompañante no fue tan crucial como el de Cuba y Noruega, pero diría que contribuyó, en primer lugar, en fortalecer la legitimidad del esfuerzo; en segundo, porque con sus hombres y mujeres en el proceso de dejación de armas, fue fundamental, porque sin la legitimidad que se hizo a través de Naciones Unidas, ese proceso hoy no sería creíble. Los descreídos sobre la calidad y en qué tan completa fue la dejación de armas, tienen que vérsela con los chilenos que fueron parte de la misión de Naciones Unidas.
Finalmente, hay una tercera dimensión de legitimidad que no es menor a la que contribuyó Chile como país acompañante y es que Chile tiene intereses económicos importantísimos en Colombia y para los empresarios e inversionistas colombianos era fundamental. Y esto hace referencia a una pregunta que siempre flotó sobre el proceso de paz: si iba a ver un giro al socialismo a través de la negociación o una revolución a través de negociación con las FARC. La presencia de Chile, en el sentido de la identidad de los intereses económicos de quienes hubieran estado contra eso, fue fundamental.