Reino Unido: Los laboristas empiezan a elegir líder en medio de crisis del partido
AFP
Entre Jeremy Corbyn y Owen Smith, los militantes del Labour tienen un mes a partir de este lunes para elegir líder en un ambiente enrarecido que hace peligrar la existencia misma del Partido Laborista fundado en 1900.
Sumido en una profunda crisis desde el referéndum del 23 de junio sobre la Unión Europea, el principal partido de la oposición ha vivido un verano execrable en el que los dos campos se han tirado al cuello ante la mirada divertida de los conservadores en el poder.
Con la apertura del voto por correo este lunes, los militantes tienen hasta el 21 de septiembre para dirimir la guerra de jefes. El resultado será anunciado tres días más tarde en un congreso extraordinario en Liverpool.
Jeremy Corbyn, elegido triunfalmente al frente del Labour en septiembre de 2015 con un 59,5% de sufragios de los militantes, sigue siendo el favorito a su propia sucesión frente al diputado galés Owen Smith, ex periodista de la BBC.
El pacifista, con muchos kilómetros a la espalda en el ala izquierda del partido, cuenta con el apoyo de los sindicatos y de la mayoría de los militantes, cuyo número se ha disparado durante su mandato hasta superar el medio millón.
Pero sigue teniendo en contra a más de tres cuartas partes de los 230 diputados del partido. Al día siguiente del voto a favor del Brexit, 172 electos aprobaron una moción de desconfianza hacia su líder, al que acusan de haber defendido de manera demasiado blanda la permanencia del Reino Unido en la Unión Europa.
Clima nauseabundo
El alcalde de Londres, Sadiq Khan, pidió a su vez el domingo el cambio de líder. "Jeremy ha demostrado que es incapaz de ganarse la confianza y el respeto del pueblo británico. No podemos seguir así", declaró en el dominical The Observer.
La fractura entre Jeremy Corbyn y el aparato del partido es de tal calibre que parece casi imposible de reparar.
"Si gana por segunda vez, no veo más alternativa que una escisión", estima Tim Bale, profesor de ciencias políticas de la Queen Mary University en las columnas de The Evening Standard.
El clima en el seno del Labour se ha vuelto nauseabundo. En los debates entre los dos candidatos se palpaba la tensión. Varios diputados afirmaron que habían recibido correos de insultos e intimidación.
La ventana de la permanencia política de Angela Eagle, que fue candidata un momento, se llevó un ladrillazo. A otra parlamentaria contestataria, Jess Phillips, le mostraron una foto en la que aparece atravesada por una lanza.
Si no hay cambio de líder, dice que abandonará el partido.
'Revolución socialista'
Pero si el Labour parece encontrarse al borde de la implosión es sobre todo porque dos fuerzas aparentemente irreconciliables se enfrentan dentro del partido.
Por un lado, los parlamentarios que nunca creyeron que el izquierdista radical pueda ganar unas elecciones, objetivo de todas formación política.
Por otro, los militantes y los sindicatos que estiman que es el único capaz de llevar a cabo una verdadera política de izquierdas y reconquistar a millones de electores desencantados del norte de Inglaterra, el feudo tradicional del laborismo.
Fundado en 1900 por los sindicatos, el partido evolucionó hacia una ideología centrista entre 1997 y 2010 bajo la dirección del ex primer ministro Tony Blair, que ganó tres elecciones consecutivas.
Desde que los conservadores volvieron al poder en 2010, el partido busca su identidad, entre esta línea centrista y una tendencia más a la izquierda impulsada por Ed Miliband y acelerada luego por Jeremy Corbyn.
Owen Smith, un ex lobbista de 46 años poco conocido fuera de Westminster, también se considera a la izquierda del partido. También promete una "revolución socialista". Pero será "pragmática" y no "una versión romántica en la que derribamos el capitalismo y volvemos a un nirvana socialista".
Pero un foso parece separarle de Jeremy Corbyn. Su intento de pisar en el terreno pacifista de su rival, cuando sugirió que al final será necesario negociar la paz con los yihadistas de Estado Islámico, no permitió un acercamiento. "Precipitado y no piensa", contestó Jeremy Corbyn.