Por Harumi Ozawa/ Quentin Tyberghien, desde Onahama, Japón (France Presse)
Los peces que Satoshi Nakano pesca con sus redes no tienen el mismo sabor. La vida era muy distinta antes de la catástrofe de Fukushima, el 11 de marzo de 2011. En cinco años Satoshi vivió momentos de duda, de rencor, de desolación y de resignación. A finales de 2013 la pesca se reanudó, pero a otro ritmo.
"La reglamentación fijada por el Estado no nos prohíbe técnicamente pescar (salvo a menos de 20 km de la central); limita la distribución. El tema es saber en qué estado está el pescado de la prefectura de Fukushima", explica a la France Presse este responsable del sindicato de pesca de Onahama, a unos 50 km de las instalaciones nucleares devastadas.
Él y sus colegas zarpan dos veces por semana para analizar unas 70 especies de peces. Sólo se venden los que presenten un nivel de radiactividad cuatro veces inferior a la norma establecida por las autoridades japonesas (100 becquereles por kilogramo).
Pero por mucho que hagan los pescadores y las autoridades para tranquilizar a la población, la procedencia de "Fukushima" se asocia con la "radiactividad".
Cuando se produjo la catástrofe atómica provocada por un terremoto y un tsunami gigantesco, alrededor del 80% de los elementos radiactivos vertidos por los reactores acabó en el mar, según Shaun Burnie, experto de la organización ecologista Greenpeace.
Investigadores de Greenpeace en las aguas de la región de Fukushima, en el norte de Japón.
El Estado afirma que todo se encuentra "bajo control". Se basa en las campañas de medidas marinas efectuadas por la empresa Tepco y por la Autoridad de regulación nuclear, según el protocolo aprobado por la Agencia Internacional de la Energía Atómica (AIEA).
La situación no es uniforme, advierte Burnie. "La principal preocupación es el impacto en un radio de 20 kilómetros de la costa porque ahí se concentra la mayor cantidad de cesio radiactivo", explica el experto a bordo del "Rainbow Warrior III", en la costa de Fukushima.
La organización ecologista toma muestras del fondo marino en una decena de lugares frente a la costa noreste, cerca de la central. Las analizan dos laboratorios independientes, en Japón y en Francia.
"Intentamos comprender lo que sucede aquí, en este medio costero muy cercano. Es cierto que los pescadores ya no vienen hasta aquí, pero su entorno y sus vidas se vieron afectados", afirma Burnie.
El pescado, más controlado
Greenpeace emplea un submarino teledirigido y equipado con instrumentos que permitirán crear mapas en tres dimensiones sobre la distribución de la radiactividad en Fukushima Daiichi.
"Algunas de las zonas muy contaminadas son muy pequeñas, quizá un metro cuadrado, pero otras miden cientos de metros de largo", detalla, añadiendo que esto explica que ciertas especies marinas estén más expuestas a las radiaciones.
"Son informaciones muy importantes para los pescadores, porque hay zonas seguras donde se puede pescar y vender el pescado con total seguridad, mientras que en otras no es el caso. Nuestra búsqueda permite localizar el problema", añade su colega Jan Vande Putte, a bordo del pesquero que toma las muestras.
El otro problema es el agua. El accidente "sigue generando desechos nucleares, todos los días se vierte agua muy contaminada. Constituye una amenaza a largo plazo para el medio ambiente", afirma Burnie.
Con todo, Burnie reconoce que el programa de control de pesca es "uno de los más avanzados del mundo". "Me gustaría que la gente tuviera una mejor imagen del pescado de Fukushima, que un día piense que nuestros análisis rigurosos convierten los productos en los más seguros del mercado", concluye con una sonrisa Nakano.