¿Qué pasa cuando el presidente de EE.UU pasa los fines de semana en tu ciudad?
Si Estados Unidos tuviera una monarquía, la familia real probablemente pasaría las vacaciones en Palm Beach.
Esta ciudad de Florida, adonde Donald Trump se escapa cada vez que puede a resguardarse en su palaciega casa de Mar-a-Lago, lleva un siglo como el balneario por excelencia de los grandes apellidos de la élite industrial, política y social del país.
Se dice que aquí es de mal gusto preguntarle al vecino en qué trabaja.
Lo que se estila es averiguar por los hobbies, pues en muchos casos, las familias del lugar llevan generaciones sin tener un empleo verdadero, viviendo en cambio de la renta que dejaron sus abuelos, los magnates industriales del pasado.
Los nuevos
En otras épocas eran los Kennedy y los Rockefeller los que mandaban la parada en esta ciudad de modales exquisitos, chismes despiadados y mansiones discretamente escondidas detrás de arbustos impecables.
El arquitecto Rick Gonzalez tiene en Trump a su cliente más importante. |
Pero hoy no hay hombre más poderoso en esta villa que Donald Trump, un asiduo visitante a Palm Beach antes y después de su elección como presidente.
"Era casi inevitable que Trump llegara a Palm Beach", le dice a BBC Mundo Laurence Leamer, un escritor que ha ganado fama como polémico cronista de los escándalos locales.
Trump en los años 80 del siglo pasado era un advenedizo social.
Había tomado por asalto al mundo de los negocios de Manhattan con grandes proyectos de bienes raíz. Pero venía del no tan aristocrático barrio neoyorquino de Queens. Era, para decirlo claro, un nuevo rico.
Y tal vez por eso sintió la atracción de llegar a Palm Beach, la cumbre de la alta sociedad estadounidense y un sitio donde muchos clubes sociales eran tan exclusivos y excluyentes que hace 30 años no admitían a judíos, asegura Leamer.
La casa grande
"Al principio Trump no encajó bien", dice el escritor.
Algunos han hecho negocio de las visitas de Trump |
En 1985 compró por US$8 millones la mansión más espectacular de todo Palm Beach, el complejo de Mar-a-Lago.
Era una casona de 10.000 metros cuadrados y 126 habitaciones que había sido construida seis décadas atrás por la heredera de un imperio de cereales.
Pero como muchas veces pasa en las familias ilustres, la casa era un tesoro venido a menos.
Y Trump quería hacer dinero. Escandalizó a Palm Beach cuando amenazó con dividir el histórico lote para construir casas modernas en un conjunto de condominio.
Luego lanzó un negocio que resultó similarmente amenazante para los grandes apellidos del lugar.
Detractores y partidarios de Trump comparten las calles de Palm Beach en numerosas protestas. |
Convirtió la mansión en un club privado. "Pero abrió la membresía a los judíos y otros grupos que no eran admitidos en otros clubes de Palm Beach", asegura Leamer a BBC Mundo.
"Lo hizo por el dinero, no por idealismo", afirma. Pero el hecho es que así Donald Trump cambió Palm Beach para siempre, haciéndolo más democrático, concede el cronista.
La Casa Blanca de invierno
De eso hace más de 20 años, y Trump no ha dejado de hacerse sentir en este particular lugar. Contrató a Rick González, un cubano estadounidense de Miami, como el principal arquitecto en la remodelación de Mar-a-Lago.
"Solo le gusta lo mejor", asegura González de su cliente más importante. En conversación con BBC Mundo, dice que es injusto que la gente acuse a Trump de tener mal gusto. Al contrario, asegura, es un perfeccionista extremo en la decoración.
¿Y Melania opina sobre las obras en Mar-a-Lago? González le dice a BBC Mundo que la Primera Dama, quien tiene estudios en diseño, también ha participado en algunas ocasiones en discusiones con él sobre la decoración del lugar.
Los aviadores enfrentan la ruina por las visitas de Trump. |
Hoy Mar a Lago es la "Casa Blanca de Invierno", como la llama el mismo mandatario.
Trump adora el sitio y ha pasado cuatro de los últimos cinco fines de semana, lejos de Washington y sus dolores de cabeza, en medio de la tranquila opulencia de su casa de Florida.
Desde su elección a la presidencia, el club dobló el precio de la membresía, que hoy ronda por US$200.000.
Mucha gente los paga complacida, para tener el gusto de compartir veladas sabatinas con el hombre más poderoso del mundo.
Las autoridades de Palm Beach dicen sentirse felices de tener un huésped tan famoso.
"Cada vez que las cámaras de televisión enfocan a la residencia de Mar-a-Lago, están mostrando al mundo las hermosas palmeras, atardeceres y residencias de Palm Beach. Es un buen mensaje para nosotros", asegura a BBC Mundo Jorge Pesquera, jefe de "Discover The Palm Beaches", la entidad de promoción turística del condado.
Trump y su esposa han organizado numerosas fiestas en su residencia de Palm Beach. |
Otro clavo
Pero afuera, en las calles del pueblo, hay muchos residentes inquietos con la frecuente presencia de Donald Trump. En el cercano aeropuerto de Lantana, sus visitas amenazan con arruinar a muchos pequeños empresarios de la aviación.
Cada vez que el Air Force One, el avión presidencial, llega a Palm Beach, se cierra el espacio aéreo para proteger la seguridad del mandatario.
Jorge Gonzalez es dueño de Skywords, una empresa de avionetas que llevan avisos publicitarios por el aire.
"Cada fin de semana con el aeropuerto cerrado me cuesta US$3.000", le dice a BBC Mundo. Nadie en el gobierno le responde por el lucro cesante. Ha perdido contratos por valor de US$42.000 y no cree que su negocio aguante mucho más. "Cada fin de semana es otro clavo en el ataúd", puntualiza.
También se quejan taxistas, tenderos, y muchos otros pequeños empresarios que sienten cómo la ciudad se paraliza por la presencia de Trump.
Y la policía local busca que el gobierno federal los compense por los gastos adicionales de patrullaje, estimados en US$1,5 millones a mediados de febrero.
Las protestas llegan a veces hasta las puertas mismas de Mar-a-Lago. Este fin de semana, a escasos metros de la mansión, dos manifestaciones compiten por la atención de los transeúntes.
Trump emocionó a sus seguidores al saludarlos cerca a la puerta de Mar-a-Lago. |
De un lado de la calle los seguidores del mandatario. Del otro, los opositores.
En el lado pro Trump, se vive un ambiente carnavalesco. Un emprendedor local, que se hace llamar DJ Ronn Royce, ha adaptado un auto con apariencia de batimóvil convirtiéndolo en una estrafalaria discoteca ambulante que toca música con letras en honor a Trump, en todos los ritmos, desde el rock hasta la bachata.
Lo contratan en las manifestaciones callejeras de apoyo al presidente y ayuda a amenizar esta extraña fiesta, en donde mucha gente sonriente baila y canta tranquila al tiempo que casualmente piden la expulsión de los musulmanes de Estados Unidos.
En la otra acera, la de los opositores al presidente, se siente un ambiente más conspirativo. Algunos evaden a la prensa. Otros distribuyen panfletos anarquistas. Un policía uniformado toma fotos de muchos de los presentes.
En ocasiones, los grupos cruzan la calle para tantear la paciencia de sus contrincantes. Se caldean los ánimos, pero no hay violencia.
Y entonces, de repente se siente el estruendo de una caravana avanzando hacia la mansión. Pasa una ambulancia y después otro auto lleno de hombres armados con fusiles.
Le siguen las consabidas camionetas de vidrios oscuros. Y de pronto, una de ellas se detiene, para que el mismo Donald Trump salga por un instante y salude a sus simpatizantes.
Unos segundos después, la caravana se ha ido. Y de lado y lado de la carretera, se ven las caras incrédulas de la gente que todavía no se acostumbra a que el show político más grande de la Tierra, la presidencia estadounidense, haya abierto una sucursal tropical aquí, en su propia ciudad.