AFP.
Las protestas rivales que sacuden a Brasil han expuesto una división demográfica entre quienes respaldan y rechazan a la presidenta Dilma Rousseff, generando un debate nacional sobre raza y clase social que alimenta las tensiones.
Enarbolando las banderas rojas del oficialista Partido de los Trabajadores (izquierda), el gobierno de Rousseff buscó retomar esta semana las calles luego de las mareas teñidas de amarillo y verde del emblema nacional que marcharon a lo largo y ancho del país para reclamar un juicio político contra la mandataria.
Pero los colores de las protestas no son, por cierto, la única diferencia: en las marchas antigubernamentales hay una presencia de blancos ostensiblemente mayor que en las de apoyo a Rousseff.
También son más pudientes y mejor educados que el promedio de los brasileños, revelaron encuestadoras.
Mafa Nogueira, un partidario de Rousseff presente en la manifestación de Brasilia del viernes, describió a quienes apoyan un juicio de destitución contra la presidenta como una élite asustada por los cambios sociales que están modificando al país luego de 13 años de gobierno de izquierda.
"Las personas que están desesperadas para que caiga este gobierno son las que perdieron sus privilegios", dijo este músico de 42 años.
Brasil vivió una transformación desde la llegada al poder en 2003 de Luiz Inacio Lula da Silva, predecesor y mentor de Rousseff.
En la década que siguió, un fuerte crecimiento económico y programas sociales progresistas sacaron a más de 26 millones de personas de la pobreza.
Según el gobierno, actualmente hay en el país un 2,8% de pobres extremos y un 7,3% de pobres. En 2010, esas cifras eran de 12,7% y 25,2% respectivamente.
El historiador John French dice ver una respuesta contra este nuevo orden social en las protestas antigubernamentales.
"Están molestos por el hecho de que la gente está alcanzando lugares a los que no se suponía que debían llegar", dijo French, un especialista en Brasil de la Universidad de Duke, de Estados Unidos.
"Por ejemplo, una cantidad de gente pobre ahora viaja en avión, algo que los enfurece (a los anti-gobierno), porque los aeropuertos solían ser un lugar reservado a las clases más acomodadas. O que se haya triplicado el número de personas que acceden a la educación superior", agregó.
Historia de desigualdad
Los manifestantes anti-Rousseff rechazan esa caracterización.
Jefferson Banks, un líder del movimiento antigubernamental en Brasilia, consideró que los argumentos de divisiones raciales y de clase buscan distraer de los temas que han dejado a Rousseff en la cuerda floja: un colosal escándalo de corrupción, una severa recesión y un gobierno disfuncional.
Esa visión maniquea "busca causar una segregación en la sociedad. Es importante para grupos antagónicos estar levantando siempre un enemigo a combatir", dijo Banks a la AFP.
"Quita el foco del tema de fondo que plantea nuestro movimiento y lleva el debate a otros asuntos: blancos y negros, ricos y pobres", agregó Banks, quien dijo que su movimiento no tiene color.
Pero los números son elocuentes en un país conocido por su diversidad racial -según el censo de 2010, el 50% de la población es negra o mulata- y una historia de desigualdad social que se remonta a los tiempos de la esclavitud, abolida en 1888.
En la mayor protesta anti-Rousseff, en Sao Paulo, el 77% de los manifestantes se autoidentificaron como blancos, y 77% eran graduados universitarios, de acuerdo con una encuesta de Datafolha.
A nivel nacional, esos números son 48% y 13% respectivamente.
La mitad de los manifestantes ganaba entre cinco y 20 veces más que el salario mínimo, más del doble que el porcentaje de personas en ese rango de ingresos en la ciudad.
Una casa dividida
Las protestas contra el gobierno tienen una base social menos amplia que las sacudieron a Brasil en 2013, previo a la Copa Mundial de Fútbol, cuando brasileños de todos los sectores salieron a las calles en reclamo de mejores servicios de transporte, educación y salud.
En aquel momento, algunos analistas políticos sugirieron que el Partido de los Trabajadores era víctima de su propio éxito: las mejoras en materia de ingresos y educación convertía a los votantes en personas más exigentes.
Pese a las protestas, Rousseff fue reelecta en 2014 por un estrecho margen.
Pero con la economía cayendo en picada y un escándalo que afecta a altos funcionarios -incluyendo a Lula, que enfrenta cargos por presunta corrupción- la popularidad de la mandataria cayó al 10%.
Un 68% de los brasileños apoya un impeachment en su contra, de acuerdo con una nueva encuesta divulgada el sábado.
Pero solo una parte de aquellos que la desaprueban salen a la calle a protestar.
El hecho de que las actuales protestas tengan una base demográfica más estrecha levanta sospechas de ulteriores motivaciones antidemocráticas.
"La corrupción es sistémica en Brasil. No la inventó el Partido de los Trabajadores. Utilizan ese argumento para ocultar su auténtico objetivo: tomar el poder", dijo la jubilada Margarita Brega en la manifestación en apoyo al gobierno en Rio de Janeiro.
Para Mafa Nogueira, que en la marcha pro-Dilma de Brasilia lucía una gorra roja con la estrella del PT, una camiseta del mismo tono y otra amarilla y verde colgando del hombro, "no es que las personas que apoyan al gobierno de Dilma sean negras y pobres, sino que quienes apoyan el golpe son blancos y ricos. Eso es bien distinto".
En una atmósfera altamente polarizada, muchos brasileños se quejan de que el tono del debate se ha vuelto cáustico.
"La gente se queja de estar perdiendo amigos debido al odio político", dijo el analista político Michael Mohallem.
"Las personas no se escuchan unas a otras, no razonan unas con otras", afirmó