Una de las máximas de la vida es que no todo dura para siempre, o, como dice el adagio popular, todo lo que sube tiene que caer. Así que ¿por qué no, aunque parezca que llegó para quedarse por siempre, creer en el fin del internet? Al menos eso es lo considera un conocido teórico holandés de los medios de comunicación y crítico de la red.
En resumen, Geert Lovink, profesor de la Universidad de Ciencias Aplicadas de Ámsterdam (AUAS) y de la Universidad de Ámsterdam, en su nuevo ensayo Extinction Internet, explica que llegará un momento en que todo el mundo se cansará de estar conectado al internet, debido a que las desventajas de compartir opiniones en línea serían tan grandes –los aspectos negativos superarán a los buenos– que la gente simplemente se alejará del internet.
Desencanto: el fin de una era
En su ensayo, Lovink comparte las ideas adquiridas durante 30 años de crítica del internet e investigación de la contracultura y se hace una simple pregunta: ¿se puede arreglar el internet?
Según Lovink, en un principio siempre se había dado por sentado que el internet estaba estropeado, pero podía arreglarse. Sin embargo, ahora eso ha cambiado.
"Puede llegar un momento en que eso ya no sea posible, después de lo cual las consecuencias adversas ya no podrán controlarse. Internet se dirige hacia un punto de no retorno, y probablemente las grandes tecnológicas también sean ya conscientes de ello. Mark Zuckerberg se ha alejado de sus plataformas de medios sociales y ha lanzado Meta, como si no pasara nada y pudiéramos empezar de nuevo, pero está claro que ya está roto", afirmó.
Según Lovink, la muerte del internet, que llegará paulatinamente, no debe entenderse como un problema de infraestructura –como el corte de cables o un apagón–, sino como el fin de una era, ya que, según considera, la lucha de los defensores de internet en los noventa por una red descentralizada para todos se ha perdido.
En su lugar, según Lovink, citado por la Universidad de Amsterdam, las corporaciones ("big tech") se han apoderado del internet y no se preocupan por los derechos individuales ni por la sociedad en su conjunto.
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Rehuir por los altos precios psicológicos
Lovink sostiene que ese punto de no retorno se acerca cada vez más porque, como señala el comunicado, "incluso los usuarios 'normales' tienen que pagar cada vez más un precio por nuestra gran dependencia de internet y nuestra adicción a las redes sociales y las aplicaciones".
En última instancia, Lovink afirma que cree que "la gente empezará a rehuir la tecnología" a medida que estos precios, que son principalmente psicológicos", empiecen a costar demasiado al usuario medio.
"En primer lugar, este precio es psicológico. No solo muchos jóvenes sufren una imagen distorsionada de sí mismos y trastornos de ansiedad, sino que también se ha producido una externalización de funciones: ciertas funciones críticas de nuestro cerebro se están externalizando. Nuestra memoria a corto plazo está empeorando, y nuestra atención está cada vez más fragmentada y dirigida de forma muy específica".
Al mismo tiempo, según Lovink, aumenta el control social y se vigila de cerca a los usuarios. "Nuestra supuesta libertad de expresión ya no existe en realidad", afirma Lovink. Las consecuencias para quienes comparten opiniones no mayoritarias en internet, por ejemplo, en relación con su trabajo o su círculo de amigos, han llegado también a los Países Bajos. "Ya empezamos a ver indicios de que la gente publica cada vez menos sus opiniones", agregó.
Por otra parte, también utiliza los ejemplos de China, por su sistema de puntos sociales, y Estados Unidos, por el uso de datos para la expedición de visados. Todo esto, argumenta, solo resultará en que los usuarios se alejarán cada vez más de internet.
¿El fin del internet?
Aunque aún cueste creer que pueda existir pronto un mundo sin internet, la teoría es, como mínimo, tentadora. No obstante, Lovink parece estar convencido. "Creo que es posible que lo dejemos. Podrían surgir programas informáticos diferentes u otras construcciones que nos hicieran menos dependientes", afirma Lovink, quien, a pesar de todo, mantiene optimismo.
"En el lado positivo, es prometedor que en los últimos tres años se haya producido un verdadero cambio de conciencia sobre nuestra situación. Ha habido una unión de movimientos en torno a Occupy, #MeToo y el clima. Ahora que las urgencias son tales que nuestras filas se han engrosado, hemos dejado atrás el largo invierno".