¿Por qué no hay euforia en Colombia con la entrega de armas de las FARC?
Pocos imaginaban apenas años atrás que esto podía ocurrir, las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) han sido parte de la geografía de la violencia en Colombia por más de medio siglo. Pero está ocurriendo.
Este martes se llevará a cabo una ceremonia que marca el fin de la entrega de las armas de más de 9.500 de sus miembros (entre combatientes y milicianos) a observadores de Naciones Unidas.
Hay quienes lo celebran, por supuesto, pero en el país se percibe más una mezcla de reticencia, desinterés y desconfianza, que de algarabía, entusiasmo y alivio.
¿Por qué?
Paz sin paz
Por un lado, me dice el analista político Héctor Riveros, director del Instituto de Pensamiento Liberal, el gobierno se equivocó con la "sobrepromesa" de decir que lo que se estaba acordando era la paz en Colombia, cuando en realidad hay muchos otros factores de violencia que siguen activos, como la guerrilla del Ejército de Liberación Nacional (ELN), las propias disidencias de las FARC o las bandas criminales con capacidad de control territorial, como el Clan del Golfo.
Riveros menciona algo más para explicar la falta de emoción ante el desarme de las FARC: "La intensidad del conflicto había bajado mucho hace ya años, y por lo tanto la gente no siente un cambio significativo en su vida, como para producir la reacción de entusiasmo que uno quisiera".
Y es cierto, incluso en el último año de las negociaciones de paz, 2016, bajó sustancialmente la violencia atribuible a las FARC.
Es como si esa guerrilla, en cierto modo, hace ya tiempo hubiera dejado de ser la principal preocupación de la vida cotidiana de muchos en el país.
Eso ha permitido que los colombianos le dieran más importancia a otros problemas que los afectan y que no sienten resueltos: otros grupos armados, la economía, la falta de infraestructura, salud o educación.
El político liberal Jorge Eliécer Gaitán, asesinado a fines de la década de 1940, dijo: "En Colombia hay dos países: el país político que piensa en sus empleos, en su mecánica y en su poder, y el país nacional que piensa en su trabajo, en su salud, en su cultura, desatendidos por el país político".
Recorriendo Colombia, hubo mucha gente que me dijo que sentía al proceso de paz con las FARC como un asunto de "ellos", de la clase política, un proyecto que les resultaba ajeno. Hay ahí un eco de las palabras de Gaitán que tal vez también expliquen la falta de alegría por unas FARC sin armas.
Descrédito
Pero además está el descrédito de las FARC en vastos sectores de la sociedad.
El senador Antonio Navarro Wolff, quien formó parte del grupo guerrillero M-19, que tuvo la que puede considerarse una exitosa desmovilización en 1990, cree que la predisposición positiva de los colombianos hacia la paz se perdió tras el Caguán (la negociación fallida con las FARC que llevó a cabo el gobierno del conservador Andrés Pastrana entre 1998 y 2002) y nunca más se recuperó.
Los colombianos recuerdan el Caguán como un proceso que terminó fortaleciendo a la guerrilla, en vez de llevarla hacia el desarme, acentuando la desconfianza.
Wolff piensa que durante gran parte de los actuales diálogos con el gobierno, las FARC cometieron un grave error: "Intentaban por la fuerza ganar espacio en la negociación pero lo perdían en la opinión pública; sólo al final le dieron importancia".
Eso perpetuó la sospecha de los colombianos hacia el grupo rebelde y, como dice Wolff: "Se consolidó una opinión pública muy crítica al proceso".
Que además está apuntalada por un importante sector de la política colombiana opuesto al acuerdo. "Siento", dice el senador, "que hay una oposición que está tratando de conseguir réditos políticos y eso genera una situación donde las dudas aumentan, se potencian, se les da más volumen".
La cercanía de elecciones legislativas y presidenciales de 2018 aumenta esta polarización entre los opositores al proceso de paz y quienes lo respaldan.
"Santos no es Mandela"
Más allá de todos estos motivos, que considera coyunturales, Héctor Riveros cree que hay un elemento de fondo para la falta de entusiasmo popular respecto a la dejación de armas y el acuerdo de paz.
"Yo creo que el tema de la terminación del conflicto con las FARC es una oportunidad sin líder", me dice.
Me explica que esto quiere decir que quien debería liderar este proceso es el presidente Juan Manuel Santos, pero: "No tiene el reconocimiento de liderazgo necesario".
"Santos no es Mandela", sintetizó agudamente una amiga hace poco.
"Si tu miras cualquier encuesta de opinión", sigue Riveros, "lo que marca es una desconfianza y pesimismo enorme, que está condicionando el ambiente de opinión en este punto".
Efectivamente, los niveles de aprobación de Santos son muy bajos y la mayoría de los encuestados tiende a señalar que el país no va por buen camino.
Hubo quien me sugirió hace poco que, al ser Santos tan impopular, es posible que muchos se abstengan de celebrar la paz con las FARC por evitar legitimar al presidente.
La buena noticia
Hace una semana, la periodista y excongresista María Isabel Rueda, cuestionaba en una columna en el diario El Tiempo la dejación de armas porque las FARC exigieron que no se difundieran imágenes de guerrilleros entregando sus fusiles, por considerarlas la foto de una derrota, no de un acuerdo de paz.
Para ella -como para muchos colombianos- no es suficiente que la ONU verifique la dejación, tampoco la foto de un observador de ese organismo depositando armas de la guerrilla en un contenedor.
Para ella, el proceso de dejación: "Fue convertido por compromiso del gobierno en un acto clandestino, protegido de la mirada curiosa de los periodistas nacionales y extranjeros, que eran los apropiados para transmitirnos este parte de victoria de la paz a los colombianos ansiosos y aún altamente escépticos".
Un día antes, el diario El Espectador había publicado una pieza de opinión en la que el escritor Héctor Abad Faciolince parecía responderle por adelantado a Rueda.
"De lo que se trata es de dar una buena noticia, así sea precaria, así sea incompleta, así sea parcial", decía allí. "Una noticia histórica, extraordinaria para el mundo y el país: el grupo guerrillero más viejo, grande y peligroso de Colombia le ha dicho adiós a las armas".
Y se quejaba: "Ese país alérgico a las buenas noticias, el medio país de viudas del poder, cuando empezó el proceso de paz, dijo que las FARC nunca firmarían un acuerdo. Cuando lo firmaron, que era un pésimo acuerdo. Cuando lo cambiaron siguiendo las sugerencias de los del No, entonces dijeron que no lo cumplirían. Cuando lo empezaron a cumplir desmovilizándose y yendo a las zonas de concentración, que no entregarían las armas. Y ahora que llega la entrega de armas, vuelve y empieza la misma retahíla de negación y mentiras".
Tras leer la columna, me surgió, sin embargo, está pregunta: ¿no hay quienes en el país tienen una duda sincera acerca del proceso de paz, basada muchas veces en su experiencia (las comunidades amenazadas por los grupos que ocupan territorios en los que estaban las FARC, víctimas que sienten insuficiente el acuerdo, etc.)? ¿A ellos qué decirles? ¿Cómo convencerlos de lo histórico y crucial -y real- de la dejación de las armas?
Se lo pregunté a Abad. Me respondió lo siguiente.
"Es como cuando uno cambia el techo de una casa donde llovía dentro y alguien le dice: pero todavía están rotos los vidrios de la ventana y en la cocina no hay gas. Sí, ahora nos podemos ocupar de la ventana y del gas, pero hay que empezar por algo y era importante empezar por el techo. ¿Estaba mejor el país con los secuestros, las minas antipersonas, las voladuras de torres y oleoductos de las FARC? Si no estaba mejor antes, eso es lo que hay que admitir: que se ha dado un paso muy importante en lo más urgente: disminuir la violencia, bajar los homicidios y los secuestros. Eso no es poco".
Puede ser, pero alguien me dijo esto que me dejó pensando: que el largo y tortuoso proceso de paz produjo un enorme desgaste emocional en todos los ámbitos de la sociedad. Y por eso, una celebración excesiva podría ser vista como una provocación para un buen número de colombianos que consideran la paz una derrota.
¿Será así?