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Por qué la guerra de Vietnam es para mí la batalla más inolvidable de Mohamed Alí

Por qué la guerra de Vietnam es para mí la batalla más inolvidable de Mohamed Alí
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Ver a Alí en acción era una experiencia electrizante, una combinación de fuerza primaria y belleza artística. Pero el impacto más profundo y su verdadera grandeza se realizó fuera del cuadrilátero.

William Márquez

BBC Mundo

Como muchos niños de mi generación conocí a Mohamed Alí cuando se llamaba Cassius Clay. En el paradero del bus, dos compañeros de colegio discutían quién ganaría el combate entre él y Sonny Liston.

Hablaban de la revancha entre los dos púgiles que se llevaría a cabo esa noche, mayo 25 de 1965, después de que Clay derrotara sorpresivamente a Liston por nocaut técnico, el año anterior, llevándose la corona de los pesos completos.

Sin prestarle mucha atención, había alcanzado a ver en el diario que leía mi padre las fotos de cuerpo entero de los dos rivales con sus medidas respectivas. No sabía nada de boxeo pero eso me sirvió para meterme en la discusión con mis amigos y apostarle a Clay, solo porque el porte de toro de Liston me asustaba.

El tamaño y mirada de Sony Liston eran intimidantes. Tal vez por eso decidí apoyar a Clay.

No vi la pelea -eran las épocas anteriores a la transmisión satelital- y se me olvidó por completo escuchar la radio, así que ni siquiera estuve preparado para el debate al día siguiente en el paradero sobre la improbable y hasta sospechosa derrota de Liston por nocaut en el primer asalto.

Volaban las especulaciones. Algunos decían que Liston había iniciado la pelea con una fractura en el pómulo, otros que Clay tenía cosida una herradura de caballo dentro del guante para mayor impacto. Ninguno sabía de lo que hablaba, naturalmente, y debo decir que, casi 50 años después, los expertos tampoco han podido descifrar el misterio.

Los expertos no han podido resolver el misterio del nocaut en el primer asalto de Sony Liston. El mismo Alí le grita que se levante.

Después de eso, Cassius Marcelus Clay desapareció de mi consciencia y de la historia. Cruzó mi vida otra vez como Mohamed Alí, en 1969 y en televisión, en lo que podría catalogarse como la primera pelea de boxeo virtual.

Tras haber alcanzado la fama, Alí fue vetado de los cuadriláteros por su negativa a prestar servicio militar en Vietnam.

Como no tenía otra opción, Alí participó en el montaje cinemático de una pelea contra el invicto campeón de los años 50, Rocky Marciano. Los expertos de boxeo siempre los comparaban y había un debate sobre de quién era el mejor púgil pesado de la historia: el elegante Alí o el corajudo Marciano.

Mohamed Alí transformó el boxeo con su elegancia de movimiento, rapidez y precisión en sus golpes.

Los productores ingresaron datos de ambos boxeadores en una computadora –sus medidas, condición física, estilos, puntos fuertes, puntos flacos, número total de asaltos en su historial, etc.- y coreografiaron un combate a 15 rounds que filmaron con varias cámaras.

La "pelea" me pareció muy realista, los golpes parecían de verdad, un buen maquillaje mostraba los cortes y hematomas -particularmente en el rostro de Marciano- pero, según el análisis de la computadora, Alí perdería por nocaut en el 14 y así fue que concluyó el montaje.

No me decepcionó mucho porque el resultado era ficticio y presumí que Alí se había prestado para esa fantasía por su precaria situación económica. Lo que hizo fue atraerme a su estilo de boxeo, con sus puños rápidos como el zarpazo de un tigre, el movimiento de piernas, bailes y fintas.

Me convertí en un fanático del boxeo y, en particular, del estilo de Alí que me cautivó, especialmente cuando regresó al ring con espectaculares combates contra Jerry Quary y el argentino Oscar "Ringo" Bonavena.

Hay que aceptar que Joe Frazier (der.) fue mejor que Alí en la primera de tres peleas que sostuvieron pero me dolió la derrota de mi ídolo.

Sufrí con sus derrotas frente al campeón Joe Frazier –en ese primer e histórico encuentro en el Madison Square Garden en 1971- y contra Ken Norton, dos años después, pero no pude contener mi emoción cuando se desquitó de ellos poco después y reconquistó la corona de los pesos completos en Zaire (ahora República Democrática del Congo) frente al fuerte pegador George Foreman.

La pelea que más recuerdo –en mi opinión la última gran pelea que dio- fue su tercer enfrentamiento contra Joe Frazier en Manila, Filipinas, que ganó por nocaut técnico en el último asalto.

Pagué US$50 (mucho dinero para mí en esa época) por verla en pantalla gigante en Los Ángeles, California, entre una algarabía ensordecedora que se incrementaba con cada golpe que se daban y la impresionante resistencia física de ambos boxeadores.

Ferdie Pacheco, el médico de cabecera de Alí que estuvo en su esquina durante la mayoría de su carrera, me dijo en una entrevista, muchos años después, que ninguno de los dos debió haber peleado ese día. "Joe Frazier era un boxeador acabado y Alí no tenía nada que probar", fue lo que comentó.

Lo cierto es que ninguno fue el mismo después de ese memorable combate, tal vez el más ejemplar del coraje y determinación que se necesita para ese rudo deporte.

La pelea contra Frazier en Manila fue brutal, ambos boxeadores lo dejaron todo en el ring. Joe Frazier no pudo salir al decimoquinto asalto pero Alí luego confesó que si no hubieran parado la pelea el tampoco hubiera contestado la campana.

Desde una butaca en las gradas o un sillón en una sala, tomando cerveza y comiendo papas fritas es muy fácil gritarle a un boxeador que lance más golpes, que se mueva, que se proteja, que se levante del piso antes del conteo.

Lo hacen, pero pocos entienden lo que eso requiere. Vine a acercarme a esa realidad cuando, en los 90, visité el gimnasio de entrenamiento de Angelo Dundee, el legendario entrenador de Alí, para una nota de BBC Mundo.

Dundee me hablaba de sus boxeadores, especialmente de Alí, como si fueran sus hijos pero, durante las sesiones de entrenamiento, caminaba entre ellos dando su frío análisis, corrigiendo defectos: "Levanta ese brazo, mueve la cabeza, matén esos pies más separados… "

Angelo Dundee sirvió de entrenador, amigo y confidante de Alí durante todo su período como profesional.

Entre los rítmicos saltos de soga, golpes a las peras, los sacos pesados, ejercicios de sombra, de pronto sentí el ambiente temblar con el desplazamiento de una fuerza súbita que extendió sus ondas por el aire.

Fue el efecto de un golpe certero al costado que un púgil le había propinado a otro durante una sesión de sparring. En un sólo instante la víctima se desinfló por completo, emitió una exhalación patética y cayó a la lona como un bulto de papas.

Me sorprendió que nadie se inmutara ni parara lo que hacía, mientras que el pobre boxeador intentaba desesperadamente recobrar el aliento.

El boxeo es un deporte rudo y solitario. Cuando suena la campana está el púgil frente a su contrincante y nada más.

"Eso es el boxeo", me dijo Dundee sin más ni más, "uno está solo en el ring, nadie te va a dar la mano. Yo estoy aquí para tratar de evitar que eso le pase a mis boxeadores durante un combate".

A pesar de esa dura realidad continúo siendo un aficionado del boxeo. Trato de no perderme las peleas que pasan por los canales especializados, sobre todo si son de púgiles que admiro, aunque no me gustan los enfrentamientos donde los rivales no estén al mismo nivel de preparación.

He visto los videos de la mayoría de las peleas de Alí, y de muchos otros, más de una vez. Hay algunos clásicos, como el que mencioné anteriormente de Manila, en los que deslumbra.

Se autoprocalmó "el más grande" boxeador de todos los tiempos y muchos están de acuerdo.

¿Fue "el más grande", como se autoproclamaba? Tal vez sí, tal vez no. Depende de la perspectiva con que se le mire.

Lo que sí reconozco, además de sus dotes de púgil, fue su manera de promoverse a sí mismo, su gran personalidad, su chispa, su ingenio fuera del ensogado. Algunas veces burda, inclusive insultante, su lengua era tan rápida como sus jabs.

Confieso que, de adolescente, me llamaba la atención toda su verborrea y desfachatez pero esa facilidad de expresión, rara en deportistas de su generación, le sirvió tal vez para lo que más yo lo voy a recordar: su compromiso con los derechos civiles de los negros y su inflexible oposición a la guerra de Vietnam.

En 1967, Alí dio una rueda de prensa en la que declara su oposición a prestar servicio militar en Vienam. Esa decisión le costó su corona y un asilamiento deportivo de tres años.

Mejor no lo pudo declarar cuando defendió su postura de no combatir como hombre de una raza segregada en EE.UU. contra un pueblo que nunca lo había agredido personalmente: "Ningún vietcong (militante de Vietnam del Norte) jamás me ha llamado nigger (término ofensivo para referirse a un negro en inglés)".

Muchos lo tildaron de cobarde pero esa postura necesitó más valor que la que jamás tuvo con los guantes puestos.

Le tocó caminar solo durante varios años en el ring de la vida por enfrentarse al gobierno estadounidense cuando eran muy pocas las voces que se atrevían a criticar la guerra.

Hay y habrá muchos más excelentes boxeadores pero ¿cuántos influirán tan profundamente en la sociedad y el mundo? Esa es la verdadera grandeza.

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