La comunidad internacional lleva fracasando desde hace casi dos décadas en su intento de lograr un acuerdo global para proteger el clima. Incluso en 1997, dentro del marco del protocolo de Kioto, solo 37 países industrializados se comprometieron a cumplir objetivos vinculantes. Desde entonces se han celebrado muchas cumbres sobre el clima y ha habido dramáticos llamados a la negociación. Pero sin resultados. El procedimiento para la cumbre de París contempla que cada país presente sus propios planes de protección del clima para que después sean revisados regularmente.
"También eso fracasará", dice David MacKay, de la Universidad de Cambridge, a Deutsche Welle. “Se pide constantemente que las propuestas sean desinteresadas, es decir, que se antepongan los intereses generales a los individuales”, continúa MacKay. “Pero 40 años de investigaciones científicas sobre formas de cooperación han demostrado que eso es una invitación al fracaso, pues cada país tiene sus propias razones para realizar el mínimo esfuerzo posible”, señala Mackay.
Entre el egoísmo y la generosidad
Las declaraciones de intenciones que los 146 países han presentado antes de la Cumbre de París parecen dar la razón a MacKay: “Muchos países prometen aquello que ya harían por sí mismos, porque es útil a sus propios intereses”, asegura el experto. “Por ejemplo, China tiene que restringir la utilización del carbón para que haya menos problemas de salud en la población”.
La costarricense Christiana Figueres, Secretaria Ejecutiva de la Convención Marco de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, alabó las propuestas por sus “claros esfuerzos”, pero se vio obligada a admitir que “no son suficientes” para lograr el objetivo de reducir el calentamiento de la Tierra por debajo de dos grados. Por esa razón, Figueres espera que estas declaraciones de intenciones no supongan “la última palabra”. Tanto MacKay como los economistas Peter Cramton, Axel Ockenfels y Steven Stoft creen que la brecha entre los intereses nacionales y la protección del clima podría ser superada con facilidad.
A la búsqueda del equilibrio
Según estos expertos, en lugar de discutir interminablemente sobre objetivos de emisión, la comunidad internacional debiera negociar un precio unitario para las emisiones de dióxido de carbono y observar el principio de reciprocidad. “Eso significa: ‘Estoy de acuerdo si tú también lo estás. Si tú no estás de acuerdo, tampoco lo estoy yo', explica MacKay. Si trasladamos esta noción al precio de una tonelada de CO2, implicaría que “los países pagarán el precio estipulado cuando todos los demás lo hagan”.
Pero hay países, como China e India, que siguen reclamando pagar el precio más bajo posible por sus emisiones de CO2 bajo el pretexto de que sus economías se verían seriamente dañadas, sobre todo porque su contaminación per cápita aún está muy debajo de la de los países industrializados. Por ese motivo, MacKay y sus colegas proponen la creación de un fondo de compensación. Los países ricos aportan dinero al fondo y los más pobres lo reciben. “De esta manera, habría un incentivo para un país como India para fijar un precio más elevado a sus emisiones. Recibiría por otro lado pagos compensatorios procedentes del fondo”, explica MacKay. El objetivo es encontrar un precio óptimo a nivel global para las emisiones. MacKay cree que “si se pudiera acordar un precio unitario global de al menos 10 dólares por tonelada de CO2, esta medida tendría un efecto mayor que cualquier otro acuerdo al que pudiera llegarse en París”.
MacKay fue principal asesor científico del Ministerio británico de Energía y Cambio Climático hasta 2014. Él y sus colegas han publicado sus propuestas sobre el precio de las emisiones en la revista Nature.