“Tú debes salirte de esta habitación”, me dice el imán antes de casar a mi amiga y a su futuro esposo según las normas islámicas. “No”, me opongo. “Me quedo aquí”. Esperamos a que lleguen los testigos que han quedado atrapados en alguna parte, en medio del caótico tráfico de Estambul. Pero el imán debe irse pronto a otro casamiento, de modo que hace falta conseguir rápidamente nuevos testigos.
A mi pregunta de si yo puedo fungir como sustituta, el religioso me responde con una mirada llena de seriedad. Después de todo, uno de los testigos era un muchacho de 18 años, hijo de los vecinos, que no conoce ni a mi amiga ni a su futuro esposo. Pero da igual. Lo que importa es que sea un hombre el que atestigüe el matrimonio. Su palabra cuenta; la mía no.
Absurdo, pero normal
El desprecio que ese día experimenté como mujer empezó ya en la niñez. Mientras la circuncisión de los hombres es celebrada como primer paso en la masculinidad, una mujer recibe una cachetada “simbólica” de su mamá el día de su primera menstruación. El mensaje: “desde hoy eres una mujer y te debes comportar de manera servil”. La mamá actúa según el dicho que reza: “Quien no golpea a su hija se golpea a sí mismo en la rodilla.” La moraleja es que los padres son culpables si una hija no les obedece, y por eso serán presa de las preocupaciones.
El menosprecio de las mujeres en las sociedades islámicas contradice la igualdad de los géneros proclamada, por ejemplo, en la Declaración Universal de los Derechos Humanos o en la Constitución alemana. La mujer se debe doblegar a lo largo de toda su vida ante las expectativas de toda una sociedad: primero ante su padre, luego ante su esposo.
La certidumbre sobre la socialmente determinada debilidad de la mujer y la fuerza del hombre, manifestada desde su infancia, lleva a muchos a hacer lo que quieran con las mujeres. Y precisamente ese trasfondo, con todas sus implicaciones psicológicas, es el que marca a muchos de los hombres que la Nochevieja atacaron a mujeres en Colonia. Es totalmente irrelevante el país específico de donde provienen estos hombres, o cuánto tiempo y con qué calidad migratoria permanecen en Alemania. Lo importante es que tengamos discusiones en el futuro acerca de tales trasfondos y de los roles que implican, a fin de combatir de raíz el problema.
Las mujeres deben hablar
Y estos problemas son conocidos sobre todo por las mujeres que cuestionan y critican los roles asignados para ellas en las sociedades musulmanas. Mujeres para las cuales los ataques de Colonia no son algo nuevo porque han visto tal comportamiento en la Plaza Tahrir de El Cairo o en la Plaza Taksim de Estambul. Mujeres que no callan acerca de los roles de género en sus sociedades.
Para decirlo claramente: todos los seres humanos tienen derecho a vivir en paz. No se trata de establecer defensas generales contra los inmigrantes de países islámicos. Las personas que huyen de zonas en guerra merecen nuestro apoyo y solidaridad, sobre todo las mujeres con hijos. Estos no tienen la culpa y es nuestro deber humano ayudarlos.
Hablando claramente
También es claro que hay problemas que no podemos perder de vista. En la historia no hay otro ejemplo de un fenómeno migratorio de tal distancia y en esta dimensión. Por eso no hay nadie a quien se le hubiera podido preguntar sobre los riesgos y los efectos secundarios. Sin embargo no debemos permitirnos ver el mundo en blanco y negro. El mundo es complicado y cada persona es distinta e individual.
La Nochevieja en Colonia lo demostró claramente: ahora más que nunca es necesario hablar con el otro, y hablar muy claro. Y sin etiquetarnos inmediatamente de islamófobos o racistas. Debemos tomar en serio los temores y las preocupaciones de todas las personas. Esto es absolutamente necesario si no queremos poner en riesgo la herencia de la educación cuyos frutos disfrutamos todos los días, y con gusto, en Europa.