México iba a arder.
Frustración con el gobierno, y los políticos en general, el descontento, la rabia: la sensación de no va más... pero México se cansó del cansancio.
La barbarie de Ayotzinapa —los 43 estudiantes asesinados en septiembre del año pasado— destapó una serie de sensaciones y movilizaciones en la sociedad mexicana que albergó en muchos la esperanza de un cambio.
México vota este domingo en elecciones intermedias. Renueva la cámara de Diputados, elige nueve gobernadores, los congresos de 17 estados y casi 900 alcaldes.
El presidente Enrique Peña Nieto, con crisis en varios frentes, será, en cierto sentido, evaluado por la población a dos años y medio de haber alcanzado el poder.
Todo indica que no habrá modificaciones sustanciales en el mapa político de un país donde la apatía golea a la ilusión y el " todos son igual de malos" recorre el territorio.
Fue una campaña dominada por las denuncias de corrupción contra gobernadores, la violencia electoral, la irrupción de los candidatos independientes y las millonarias multas (más de 500 millones de pesos, unos US$32 millones) al Partido Verde —aliado clave del gobierno— por violar la ley electoral.
Pero el principal debate de los últimos meses no fue de ideas, sino que giró en torno a la iniciativa para anular el voto.
Pocos creen en los partidos como vía para solucionar algo. De la protesta y las manifestaciones se pasó al desencanto, a la abstención, al "anulismo", al boicot y a la violencia.
El "anulismo"
"La única solución que puede deslegitimar, sacudir y reformar este sistema a favor de los ciudadanos se halla en el voto nulo", aseguró esta semana la reconocida académica y politóloga Denise Dresser.
Pero ese movimiento parece abarcar a una minoría informada y activa.
La ruidosa bronca de algunos no alcanza para incomodar al statu quo.
"Horror de los horrores: tenemos que votar. Lo que antes era una ilusión es ahora una pesadilla", se lamentó el escritor Juan Villoro.
"Nuestra democracia", añadió recientemente en una columna, "no es un modo de solucionar conflictos, sino de perpetuarlos".
Votar sin esperanza, así vive México. Aunque no falten quienes aseguran que incluso esa postura es una manera de indignarse y de manifestar su protesta.
Sin embargo, queda la impresión de que la inconformidad social no termina de encontrar una alternativa viable para organizarse y transformarse en ese algo más necesario para sacudir las estructuras.
El movimiento #YoSoy132, por ejemplo, surgido en mayo de 2012 como una forma de protesta contra la cobertura informativa del proceso electoral que derivó en la elección de Peña Nieto, llegó a ser calificado de "Primavera Mexicana" pero terminó diluyéndose.
Un descontento que, suele ocurrir, se manifiesta en un puñado de estados especialmente conflictivos y en la capital, pero que no se puede extrapolar al resto del país.
Existe una fuerte presencia del "voto corporativo" por el cual, independientemente del desempeño del partido, las maquinarias pesan demasiado en un amplio sector de la población.
Y hay de fondo, coinciden analistas, una nociva combinación de pobreza, desigualdad, falta de educación y carencia de oportunidades que impide el aprecio del valor de una rica vida democrática.
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La novedad
Un expolítico del PRI parece capaz de hacer historia y sacudir el sopor electoral.
A Jaime Rodríguez le dicen "El Bronco", y busca convertirse en símbolo del desencanto con los partidos.
Por primera vez en la historia un candidato independiente —anteriormente vetados por la Constitución— podría gobernar uno de los estados más prósperos de México: Nuevo León.
"El Bronco" desafía al desprestigio de la clase política, a la que nueve de cada diez mexicanos consideran corrupta.
Su victoria, algunos se atreven a asegurar, abriría la puerta a algo descabellado hasta hace muy poco: un candidato independiente lanzándose a la presidencia.
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Crisis del gobierno
Es cierto que la democracia mexicana se ha ido, en cierto sentido, fortaleciendo.
La presencia del Partido Revolucionario Institucional (PRI) en el poder se vio cortada en el 2000 tras 70 años de dominio hegemónico.
Con la llegada del presidente Enrique Peña Nieto a fines de 2012, volvió el PRI tras dos mandatos del Partido de Acción Nacional (PAN).
La alternancia de poder. Anhelada, que le dicen. En la práctica, para muchos, no ha sido necesariamente en México sinónimo de vigor democrático.
Peña Nieto atraviesa su peor crisis y ha admitido que sobrevuela en el país una "sensación de incredulidad y desconfianza".
El cuestionado manejo del horror de Ayotzinapa, el escándalo por su millonaria vivienda y un turbio conflicto de interés, las polémicas por las casas de algunos de sus funcionarios, el poder del narco que, pese a algunas capturas de alto perfil, no mengua, las dudas por abusos de las fuerzas de seguridad y la impunidad.
Y un resultado: el desgaste de su imagen y la baja popularidad (32%), la menor en décadas para un presidente a mitad de su mandato.
Mientras, el gobierno se empeña en vender y poner el énfasis en reformas estructurales en materia energética, telecomunicaciones, educativa, en el combate a la corrupción.
Cambios que, reconocen, llevarán tiempo, que los resultados se verán más adelante.
Un país desconectado. Y de fondo, una ciudadanía mayormente indiferente.
Violencia electoral
La violencia marcó la campaña y amenaza con empañar la jornada de este domingo en algunos estados.
Decenas de incidentes dejaron más de 20 muertos. Candidatos fueron asesinados, pero ni eso parece terminar de conmover a un país hastiado de la muerte sin fin.
Grupos armados y maestros sindicalistas irrumpieron esta semana en oficinas electorales en Guerrero, uno de los estados más pobres y violentos, donde desaparecieron los estudiantes, y quemaron más de 100.000 papeletas electorales.
Ataques similares ocurrieron en el vecino Oaxaca, donde el aeropuerto fue bloqueado, y en otros estados, por maestros que se oponen a que sean evaluados, elemento crucial de la reforma educativa que el gobierno una semana antes decidió remover, pero aun así promueven un boicot electoral.
México se enfrenta a una elección en la que no hay certeza de que se lleve en paz, no hay garantías de que se pueda votar en todos lados.
México vota entre la violencia, la apatía, el desencanto, la novedad y el continuismo.
La madurez y la salud de la democracia mexicana se vuelven a poner a prueba. La indiferencia no suele ser buena consejera, ni remedio para el mal.