"Mis padres me dijeron que me tenían que cortar porque había acabado la primaria y alcanzado la madurez. Querían que me casara, pero yo les dije que no quería y eso enfureció a mi padre".
Verónica tiene 14 años y relata lo que le tocó vivir atropelladamente, casi sin tomar aliento: "Mi padre empezó a pegarme y decidí escapar. Me dijo que debían mutilarme para que pagasen una dote mayor por mí. Esas cinco vacas serían vendidas para que mi hermano pequeño pudiera ir a un internado".
Pero ella le dijo a su padre que debería dejarle ir a la escuela secundaria y, así, pensaba Verónica podría triunfar y ayudar al resto de la familia. Pero entonces: "Mi madre se metió entre mi padre y yo y eso le hizo enfurecer tanto que le pegó puñetes y patadas. Yo me moría de miedo", recuerda.
Presión familiar
Veronica es una de las 134 niñas que han encontrado hasta ahora al refugio en el albergue de Mugumu durante la temporada de ablaciones que dura seis semanas y que tradicionalmente se produce cada dos años en el distrito de Serengueti, en Tanzania.
Todas ellas tienen historias en las que relatan la presión de sus familias para someterse a la mutilación genital, un requisito tradicional previo al matrimonio en el pueblo Kurya que vive en esa área.
A Verónica le hablaron de la mutilación genital femenina (MGF) en la escuela. Sabía que era peligrosa e ilegal, por lo que amenazó a su padre con denunciarlo a la policía. Su respuesta fue inmediata.
"Me encerró durante dos días mientras buscaba a alguien que pudiera llevar a cabo la operación. Cuando volvieron, les engañé. Les dije que necesitaba ir al baño. Me dejaron ir y me escondí en el bosque. Pero había animales como hienas y no era un lugar seguro", relata.
Entonces, una voluntaria del albergue se enteró de lo que había pasado, fue a buscar a Verónica y la mandó en autobús a Mugumu, donde está el refugio.
Consecuencias peligrosas
El lugar depende de una red de voluntarios de las aldeas cercanas. Generalmente son hombres que han visto el dolor que provoca la MGF, los serios problemas de salud que puede generar.
En algunos casos, este sangriento ritual tiene como consecuencia más extrema la muerte por desangramiento o infección.
Rhobi Samwelly es la coordinadora del refugio que está subvencionado por la Iglesia anglicana y recibe el apoyo de otras iglesias y de la mezquita local.
A Samwelly le tocó trabajar contrarreloj para tener todo listo antes de la llegada de la primera adolescente.
"Fue por la noche. La niña lloraba, no tenía zapatos ni ropa interior. Le habían pegado sus padres. Quedé en shock cuando la vi así".
Esa desesperación le recuerda a la suya propia cuando era una niña indefensa: a los 13 años sus padres le obligaron a someterse a la ablación y no tenía a dónde huir. Samwelly casi se desangra.
Por eso, sabía mejor que nadie que las niñas de ese área necesitaban un refugio. Pero no tenía ni idea de cuántas iban a llegar.
En principio, la casa estaba diseñada para albergar solo a 40, así que a cada dos o tres niñas les toca compartir cama.
También hay colchones en el suelo para que puedan descansar más. Pero en el albergue, nadie parece preocupado por la sobrepoblación porque saben que son afortunadas de estar ahí.
Negociando con las familias
En un camino polvoriento lleno de baches y piedras, Sofía Mchonvu se dirige en el todoterreno del refugio a la aldea de Masinki.
Mchonvu es una trabajadora social que trabaja con el refugio para negociar con las familias de las niñas; su labor es advertirles de los peligros de la MGF y animarles a que ofrezcan a sus hijas oportunidades educativas para darles una alternativa a casarse jóvenes. Una vez que conversa con ellos, decide si es seguro que las niñas vuelvan a casa o no.
A Sofia Mchonvu, los padres de Verónica la reciben con amabilidad a las afueras de su casa de barro cocido. Se alegran de saber que su hija está bien.
"Es la presión del resto de la familia y de nuestra cultura", se justifica el padre de Verónica al conocer los peligros de la ablación de boca de la trabajadora social.
"Ya no seguiremos estas normas y costumbres. Ahora somos una nueva familia. La vamos a proteger", afirma antes de prometer que no forzará a sus hijas menores a someterse a la MGF.
Pero Mchonvu cree que Verónica todavía no debe volver.
De vuelta a Mugumu, para en otra casa para ver al padre de una niña de 15 años que llevó al refugio a su propia hija, Nyangi, para protegerla de sus hermanos que la presionaban para que se sometiera a la ablación y se casara.
En la cultura Kurya, la familia de la novia recibe ganado como dote y los hermanos de Nyangi planeaban usar las vacas para conseguir mujer.
El padre de Nyangi, que vive con su segunda mujer, habló con sus hijos para explicarles los peligros de la ablación y decirles que no debían depender de la dote de su hermana para hacer su vida.
"No quiero que Nyangi tenga marido hasta que tenga 28 o 30 años", asegura. "Me gustaría que estudiase para ser enfermera".
Matrimonio infantil
Samwelly está decidida a proteger a niñas como Nyangi del matrimonio temprano. "Tanto la MGF como el matrimonio infantil son ilegales en nuestro país. Sería una loca si dejara que una niña volviera a su casa para casarse. Voy a trabajar para asegurarme que salvo a estas niñas", afirma.
La menor de ellas tiene sólo diez años. Se llama Boche, tiene una gran venda blanca en el pie y cojea después de que su padre le cortase con un machete cuando se negó a someterse a la ablación.
"Era muy grave y no podía caminar", explica Samwelly. "Así que cuando llegó con un voluntario, la llevamos al hospital y estuvo allí ´por dos semanas. Ahora se está curando".
La última semana de la temporada de ablaciones en Serengueti, a las niñas que les han convencido o forzado a someterse a la MGF empiezan a salir de su encierro.
Se ve a grupos de niñas caminando por los caminos de polvo. Ahora que se considera que están en edad de merecer, van de aldea en aldea pidiendo dinero o regalos.
En sus viajes a las aldeas para reunirse con padres y voluntarios, Samwelly se para a hablar con las niñas.
Se ríe con ellas, baila y canta. Pero entre broma y broma, también aprovecha para hablarles de los posibles problemas de salud que pueden tener.
Esto no es fácil para ella. "Quiero que sientan que estoy con ellas. Pero, por supuesto, que me siento fatal porque ya es demasiado tarde".
Los retos
La práctica es ilegal pero el comisionado distrital suplente de Serengueti durante la temporada de ablaciones, John Henjewele, dice que hay muchos obstáculos para eliminarlas. "El problema es que la MGF se hace en secreto. Es difícil para los policías vigilar cada casa para saber si allí está ocurriendo o no".
Eso parece explicar porque sólo un caso de cada cinco relacionados con MGF está registrado en las bitácoras de la policía al final de la temporada de ablación. También hay reticencia entre los líderes de abogar en contra de la práctica.
"Es vedad que los políticos de esta sociedad también están sujetos por la cultura y la palabra de los ancianos y les queda difícil hablar públicamente", dice Henjewele.
Él es del sur de Tanzania, donde la MGF no se practica, por eso no siente restringido. Él apoya el albergue de Mugumu y se siente orgulloso de la educación que están recibiendo las niñas en las escuelas locales sobre la MGF.
La educación les está dando la habilidad de decir "no" a este ritual potencialmente peligroso.
Pero no todas las niñas que intentan llegar al albergue lo logran. "Reibimos una llamada para decirnos que había siete niñas escondidas en el bosque", dice Samwelly. Todas habían escapado a la persona que las iba a circuncidar.
"Salimos a recogerlas en un auto del albergue, pero es un coche viejo que se varó. No pudimos llegar a tiempo y sus padres las encontraron. Dos alcanzaron a escaparse otra vez y llegar hasta Mugumu pero las otras cinco fueron forzadas a la MGF. Fue muy doloroso para mí porque fracasé en apoyar a esas niñas".
La temporada de ablación en Serengueti ya terminó y más de 100 niñas han regresado a casa. Sus padres han firmado una declaración juramentada con la policía para proteger a sus hijas de la MGF.
Sin embargo, Verónica y Nyangi han permanecido con Samwelly.
Verónica está aprendiendo sastrería y cocina y Nyangi está asistiendo a la escuela secundaria, que no es obligatoria en Tanzania pero que muchos menores aspiran a hacer.
Otras treinta niñas se han quedado también. Boche vive con su madre, mientras que su padre fue arrestado.
No obstante, se rumora que tras seis semanas, cuando muchas de las niñas de Serengueti fueron cortadas, 15 de ellas murieron como resultado de MGF.