La literatura, una insospechada arma contra la trata de personas
La literatura es un instrumento útil para prevenir y sensibilizar sobre la trata de personas, una forma de esclavitud moderna cuyas víctimas, invisibilizadas, se cuentan por millones alrededor del mundo.
Mezclando realidad y ficción, "Cornelia", tercera novela de la periodista argentina Florencia Etcheves, y "Las tierras arrasadas", del mexicano Emiliano Monge, relatan la tragedia de personas que, engañadas, cayeron en manos de criminales con fines de explotación.
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Etcheves se nutrió de los procesos penales que siguió como reportera para dar vida a Cornelia Villalba, una joven que desaparece durante una excursión escolar en el sur de Argentina, relató la autora durante un foro en La Feria Internacional del Libro de Guadalajara (FIL).
Con testimonios de primera mano, Monge narra a su vez el drama de varios centroamericanos que, intentando migrar a Estados Unidos a través de México, terminan convertidos en mercancía por un grupo criminal.
"La trata es la más cruenta (de las violencias contra la mujer) porque entraña la supresión de la identidad. De eso quise hablar", señaló Etcheves, cuyo país registra anualmente 1.500 denuncias por trabajo esclavo (70%) y explotación sexual (30%) de mujeres de entre 12 y 25 años, muchas extranjeras.
"Los migrantes se han convertido en los últimos de la fila: pierden la nacionalidad, la identidad, el idioma, los lazos afectivos. Es la manera como están reflejados a través de la novela", apunta Monge, quien refiere que una mujer llega a ser violada hasta tres veces en su huida de la pobreza, según los testimonios recabados.
Sensibilizar
Un informe de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) cifraba en 27,6 millones el número de personas en labores forzosas en 2021, de las cuales 6,3 millones sufren explotación sexual. Ambas modalidades están ligadas a la trata.
Además, el trabajo forzoso genera unos 150.000 millones de dólares en ganancias ilegales cada año, de acuerdo con el organismo.
Las narraciones de Etcheves (2018) y Monge (2017) buscan no solo visibilizar ese horror, sino sensibilizar y alertar sobre un peligro que acecha a todos, especialmente a los migrantes indocumentados, bajo falsas promesas de prosperidad y hasta de amor.
"Es una manera sumamente eficaz. Los que hemos nacido con el don y el gusto de contar historias debemos trabajar también para el bien común", considera la escritora, cuya novela dio origen a una producción de Netflix.
"La literatura nos puede servir para entender, alertar. Nos da la posibilidad de la empatía como salida a la violencia y la transformación de las sociedades", apunta Monge, para quien este principio se aplica a toda la creación artística.
Complicidad
Pero con fenómenos como las redes sociales -convertidas por los traficantes en coto de caza- los desafíos son mayores.
Por eso, ambos autores consideran que no solo el Estado, sino la ciudadanía, deben romper su inercia para no ser cómplices de un crimen que tiende a normalizarse, por ejemplo, con el simple hecho de comprar una camisa en Argentina confeccionada por un obrero boliviano en condiciones de explotación.
"Que le pase a uno es responsabilidad del Estado; que le pase a muchos es responsabilidad del Estado y la sociedad", afirmó el escritor en el evento auspiciado por la Organización Internacional para las Migraciones (OIM).
Estas reflexiones llevan incluso a un terreno perturbador: la empatía con las víctimas -potencialmente todos- y los victimarios, separados a veces por una muy delgada línea.
Etcheves ha llegado a ver niñas en el banquillo de los acusados porque tuvieron que aliarse con sus verdugos para sobrevivir.
En tanto, Monge sostiene que "es fácil ser empáticos con la víctima, pero se necesita entender también al victimario para comprender la dimensión de los conflictos, pues a veces la diferencia entre uno y otro puede ser mínima: una pistola en la cabeza".