La "cortina de hielo" que aún divide a familias de EE.UU. y Rusia tras el fin de la Guerra Fría
Apenas tres kilómetros separan dos pequeñas islas, una rusa y otra estadounidense, en el estrecho de Bering.
En la primera sólo quedan unas torres de vigilancia, pero en la segunda vive una comunidad de esquimales.
Con el fin en 1991 de la Guerra Fría, el conflicto que dividió el mundo en dos bloques, estos habitantes esperaban poder reanudar el contacto de forma regular con sus parientes del lado ruso.
Pero ahora esa posibilidad parece de nuevo lejana.
A eso apunta Frances Ozenna cuando señala el retrato de su hija Rebecca, de 19 años, colgado de la pared.
"¿Ves cuán clara es? Le viene de nuestra parte rusa, de mi bisabuelo. ¿Salió hermosa, verdad?", dice.
Ozenna es una líder de la comunidad esquimal de la isla Diómedes Menor, también conocida como Krusenstern o Inaliq, territorio estadounidense.
Su pequeña casa está construida sobre una colina empinada y desde la ventana de su salón se puede ver Diómedes Mayor, la más grande de las islas Diómedes, también llamada Imaqliq, Nunarbuk o Ratmánov, y perteneciente a la Federación Rusa.
Está a unos cuatro kilómetros, al otro lado de una estrecha franja de agua.
"Sabemos que tenemos parientes allí", señala.
"Las generaciones más viejas están desapareciendo y la cuestión es que no sabemos nada los unos de los otros. Estamos perdiendo nuestra lengua. Ahora hablamos inglés y ellos ruso. No es nuestra culpa. Pero es terrible".
Esperanza truncada
Los habitantes de esta región entre elmar de Chukchi y el mar de Bering se consideran un solo pueblo y la frontera es para ellos un estorbo.
Ésta se marcó por primera vez en 1876, cuando Estados Unidos compró Alaska a una Rusia zarista con falta de liquidez.
Pero en aquél entonces nadie le hizo mucho caso.
Las familias vivían en ambas islas y cruzaban de una a otra con facilidad hasta 1948, cuando cerraron la frontera.
El ejército soviético se trasladó a Diómedes Mayor y forzó a los civiles a reinstalarse en la parte continental de Siberia.
"Si lográramos la reunificación, nos traería mucha tranquilidad de espíritu",dice Ozenna.
"Pero no creo que vaya a ocurrir".
Las 80 personas que viven en esta remota isla tienen parientes en algún lugar de Rusia.
Hace un cuarto de siglo, ante el colapso de la Unión Soviética, tenían la esperanza de volver a reunirse con ellos.
Con ese objetivo, Robert Soolook, otro líder tribal de las Diómedes, participó en una expedición que recorrió la provincia Chukotka, en la costa este de Siberia, para buscar familiares.
"Con esquís y trineos tirados por perros cubrimos 20-25 millas al día (32-40 kilómetros) y visitamos 16 aldeas", recuerda.
"Encontré familiares por parte de mi madre en tres de ellas y su prima favorita, Luda, estaba en Uelen. Fue muy especial. Estuve de nuevo con mi familia".
La pequeña casa de Soolook también está en la ladera de una colina, justo debajo de la de Ozenna.
No hay carreteras ni vehículos.
Los edificios, en su mayoría de madera gris, están comunicados por pasillos y escaleras.
En el centro de una pared decorada con fotos de familia hay un retrato de su madre, quien murió en enero, y al lado otro de un primo de Rusia, Tooloopa, con el pelo largo y revuelto y una penetrante mirada.
Entre sus libros, Soolook tiene uno para aprender ruso y colgado con los abrigos y los rifles hay una vieja gorra militar verde y roja, regalo de un soldado soviético.
En otras fotografías se le ve como sargento de una unidad de élite del Ejército, los Scouts Esquimales.
Ahora es un militar retirado y uno de sus quehaceres es vigilar que no haya ninguna actividad hostil en territorio ruso.
"Vemos sus barcos", explica. "Y los helicópteros. Hay una base militar en el norte de la isla rusa y, cuando al pescar con nuestro bote nos acercamos demasiado a la isla, disparan en forma de advertencia o nos gritan para que retrocedamos".
Crisis de Ucrania y militarización
Él y otros habitantes de la región mantuvieron durante años la esperanza de que las relaciones más entrelazadas entre Rusia y Occidente harían que la frontera se diluyese.
Pero la crisis de Ucrania y la escalada militar rusa nubló esa perspectiva.
De hecho, haciendo un juego de palabras con la Cortina de Hierro o el Telón de Acero que aisló a la Unión Soviética de Occidente durante la Guerra Fría, y reeditando el concepto que acuñó en 1988 el vocero oficial de Mijaíl Gorbachov, quien sería presidente de la Unión Soviética entre 1989 y 1991, para denominar la frontera entre Alaska y Siberia, la Cortina de Hielo, ahora los expertos hablan de la "nueva Cortina de Hielo".
"Establecieron un nuevo comando del Ártico. Están reabriendo las bases de la Guerra Fría aquí", explica en ese sentido el coronel Patrick Carpentier, del Comando Norteamericano de Defensa Aeroespacial (Norad, por sus siglas en inglés), la operación conjunta de EE.UU. y Canadá para proteger la frontera.
"Y todo esto, sin duda, causa preocupación".
Pero en comparación con la frontera de Rusia con la Unión Europea, ésta es bastante relajada.
Por ejemplo, no está señalizada con ninguna bandera nacional, ni de un lado ni de otro.
Y el número de aviones rusos interceptados en la zona se ha mantenido constante durante décadas: unos 10 al año.
Ante esto, el militar estadounidense asegura que es una frontera no hostil y que no ha presenciado ataque alguno, al contrario que sus colegas en Europa.
"Los tripulantes rusos actúan de una forma totalmente profesional", dice el coronel Charles Butler, un piloto de combate de cazas F-22 y comandante de las operaciones del Norad.
"Se mantienen fuera de nuestro espacio aéreo soberano, así que actúan de forma perfectamente legal".
Intereses en el Ártico
Pero no es una certeza que este ambiente relajado se vaya a mantener.
Y es que las islas Diómedes se encuentran justo debajo del Círculo Polar Ártico, donde el cambio climático está facilitando el acceso a grandes cantidades de recursos naturales, ya que el hielo se está derritiendo.
De acuerdo a investigaciones geológicas de EE.UU., el Ártico cuenta con el 13% de las reservas aún no descubiertas de petróleo y gas natural del mundo.
También se está abriendo la ruta marítima del norte, la que cruza el Estrecho de Bering y es más corta que otras alternativas navegables.
Hace cinco años sólo cinco barcos optaron por la ruta ártica en lugar de la del canal de Suez para llegar a Europa.
Tres años después fueron 71 barcos los que la eligieron, y transportaron 1,3 millones de toneladas a través de ella.
Y para el 2020 se espera que el volumen de carga que se mueva por esa vía alcance los 30 millones de toneladas anuales.
Al mismo tiempo, existen desde hace tiempo proyectos ambiciosos para mejorar las relaciones transfronterizas, incluyendo la construcción de un túnel de unos 100 kilómetros bajo el Estrecho de Bering.
El Kremlin lo aprobó de forma oficial en 2011 y tiene el apoyo del lado estadounidense.
"Nos gusta la idea", dice Craig Fleener, consejero del gobierno estatal de Alaska sobre el Ártico.
"Estamos apenas conectados con el resto del mundo y nuestras infraestructuras son limitadas", reconoce.
"Así que esto nos daría acceso directo a los mercados de Asia".
"Corazón roto"
Pero de todos estos planes hasta ahora poco ha sucedido, y no hay nuevas iniciativas para reunificar a los habitantes de Diómedes Menor y sus familiares en Rusia.
"Cada vez que Putin y Obama están en desacuerdo, tiene un efecto goteo sobre lo que intentamos hacer aquí", dice Tandy Wallack, quien dirige un proyecto de búsqueda de familias divididas.
"Seguimos pensando que nos van a parar los pies, pero nos las hemos arreglado para seguir".
Técnicamente los habitantes tienen permiso de viajar de forma libre, sin necesidad de visado.
Pero requieren un permiso añadido, ya que Chukotka, donde viven sus familiares, sigue siendo un área muy restringida por razones de seguridad.
"Echa un vistazo", dice Soolook, acercando un telescopio que ha colocado en la cornisa de una de las ventanas de su casa.
"Mira allí cómo nos están observando", dice mientras señala al agua.
"En el tejado de esa casa abandonada y más al norte. Míralos".
En una colina se puede distinguir claramente una torre rusa de vigilancia.
"No debería ser así", dice, plegando el telescopio.
"Hemos estado aquí durante miles de años, antes de que los ingleses llegaran, o los estadounidenses, o los rusos, antes de que cualquier gobierno o regulación nos separara de nuestras familias. Esta frontera nos está rompiendo el corazón".