Un caso de incesto provoca nuevo sismo en la élite intelectual francesa
Una importante figura de la escena intelectual parisina, el politólogo Olivier Duhamel, es acusado de incesto en el libro "La Familia Grande", escrito por una hijastra que denuncia la complacencia de la élite intelectual francesa.
En este libro que saldrá a la venta el jueves en Francia, Camille Kouchner, hija del fundador de la organización humanitaria Médicos Sin Fronteras y exministro de Relaciones Exteriores Bernard Kouchner, acusa a su padrastro, el conocido politólogo Olivier Duhamel, de haber agredido sexualmente a su hermano mellizo cuando era adolescente.
Los hechos habrían ocurrido a finales de los años 80, en medio del silencio de "La Familia Grande", el título del libro y el apodo que se dio este grupo de amigos, intelectuales y artistas de izquierda, fascinados por la revolución cubana, del que hacían parte Duhamel y su esposa Evelyne Pisier, que fue amante de Fidel Castro en los años 60.
Incluso antes de la publicación del libro, del que fueron difundidos algunos extractos en la prensa francesa a inicios de semana, Duhamel, de 70 años, renunció a su cargo como presidente de la Fundación Nacional de Ciencias Políticas y abandonó su participación habitual en programas de radio y televisión.
Por su parte, la justicia abrió una investigación por "violaciones y agresiones sexuales".
Camille Kouchner, hoy de 45 años, mantuvo durante muchos años el silencio, a petición de su hermano, pero poco a poco lo rompió con algunos miembros de la familia. Incluso su madre, Evelyne Pisier - hermana de la actriz Marie-France Pisier - lo supo, pero nunca dejó a su marido.
"Muy rápidamente, el microcosmos de la gente en el poder, Saint-Germain-des-Prés, estaba al tanto. Muchos lo sabían y la mayoría de ellos actuaron como si nada hubiera pasado", escribe Kouchner.
Este caso recuerda al del escritor francés Gabriel Matzneff, investigado por pedofilia después de que una de sus víctimas, Vanessa Springora, describiera la relación que tuvo con él cuando era apenas una adolescente y el control que ejercía sobre ella en el libro "Le consentement".
En ese libro, publicado hace un año, Springora expuso lo que el mundo literario parisino siempre supo y vio, sin nunca condenarlo: la pedofilia asumida y reivindicada del escritor.
El asunto, que tuvo un eco internacional, reveló también una cierta complacencia francesa, la de "otra época", antes de Me too, y la de otra generación, la de los años post 1968, marcada por la liberación de la moral, la sexualidad y la sociedad.
"Familia consanguínea"
Este argumento es refutado por Tristane Banon, que en los años 2000 fue una de las primeras en contar que había sido víctima de abuso por parte de Dominique Strauss Kahn, ex director gerente del Fondo Monetario Internacional.
Cuatro años antes del caso del hotel Sofitel de 2011 - cuando una mucama acusó al poderoso DSK de haberla agredido sexualmente - el testimonio de Banon - que dio lugar a una denuncia desestimada y archivada - fue recibido con indiferencia o sarcasmo.
"Cualquiera que sea el período del que hablamos, es el mismo patrón, de una asombrosa constancia, que se repite una y otra vez", dijo a la AFP.
Banon subraya la "valentía" de Camille Kouchner, que rompe el silencio "de la familia, de la familia extendida, y luego de la familia política", y denuncia la "consanguinidad" de todos estos círculos.
"Este es un caso de pedofilia incestuosa que involucra a personalidades que pertenecen a la élite social francesa: estamos en línea con lo que sucedió con Matzneff", dice Pierre Verdrager, un sociólogo especializado en pedofilia.
La violencia sexual afecta a todos los medios sociales, insisten no obstante los especialistas, y se estima que casi una de cada diez personas ha sido víctima de incesto.
"Sea cual sea la clase social, los mecanismos son los mismos: abuso de confianza, chantaje emocional, poder de los adultos sobre el niño. Y el silencio. Es el sello del incesto, es una parte constitutiva del mismo", explica a la AFP la especialista en violencia sexual Alice Debauche.
"La gente prefiere no saber, porque reconocer la realidad del incesto es aceptar que parte del mundo de uno se desmorona. Empiezas a aceptar que hay víctimas. Pero es difícil reconocer que hay abusadores", añade.
El silencio es aún más ensordecedor cuando se rompe en un entorno privilegiado.
"Un solo escándalo no puede destruir todo el edificio. Pero creo que estamos en una secuencia histórica", dice Verdrager.
Sin embargo, "todavía tenemos un largo camino por recorrer", dice Banon. "Es muy difícil sacudir el orden establecido".