Me encuentro en una habitación repleta de mujeres que parece que han estado llorando durante horas, días tal vez.
Sentadas en el suelo apoyándose en las paredes, no dicen mucho. En vez de eso, esperan, enjugan sus lágrimas y se abrazan para compartir el dolor.
El hijo de 18 años de Ayse Aygun, Salih, cruzó la frontera hasta Siria para unirse a los militantes kurdos de las Unidades de Protección Popular (YPG, por sus siglas en kurdo) para combatir al grupo extremista autodenominado Estado Islámico (EI).
Murió hace dos semanas en un enfrentamiento en la ciudad de Sirrin.
La familia y amigos de Ayse tartan de darle compañía en estos momentos difíciles.
Para Ayse ha sido peor que perder un hijo: las autoridades turcas no permitirán que el cuerpo de Salih regrese al país para ser enterrado.
"Mi hijo no estaba luchando contra el ejército turco", reclama Ayse.
"Estaba combatiendo a Estado Islámico. Estado Islámico decapitó personas. Mataron ancianos. ¿Por qué no dejan que mi hijo regrese? Es un insulto", lamenta.
Más de 4.000 personas han partido de Turquía, predominantemente kurdos, para luchar contra EI desde que comenzó el asalto de los extremistas contra Kobane a finales del año pasado.
Hasta hace poco, se permitía el regreso de los restos de quienes morían para sus funerales. Más de 200 combatientes de las YPG han sido enterrados en Turquía hasta ahora.
Pero los cuerpos de 23 combatientes han sido interceptados en la frontera.
La tía de Salih, Islim, explica que hablaron con el gobernador local para que los ayude a traer el cuerpo de su sobrino a Turquía.
"Nos dijo que está fuera de su alcance, que hay un decreto gubernamental. Nos dijo que no puede hacer nada", señala.
"Pero queremos a nuestro hermano enterrado en nuestra tierra. Podremos así visitar su tumba, rezar una oración. Debe estar cerca de nosotros".
Ataque de EI en Suruc
Los familiares sospechan que todo esto es parte de una estrategia para mantener la calma en la ciudad fronteriza turca de Suruc. En este lugar, un ataque de EI mató 32 personas el mes pasado.
El centro cultural donde estalló la bomba todavía tiene las huellas del ataque.
Imágenes de los jóvenes activistas muertos, junto a varios juguetes que pretendían llevar a Kobane, están expuestos en el jardín, exactamente en el punto donde ocurrió el ataque.
Pero en las calles de Suruc, la vida ha vuelto a la normalidad.
Hay fuerzas de seguridad presentes, pero eso es parte de la vida cotidiana desde hace un tiempo, dada la cercanía de la frontera con Siria.
Lo que ocurrió en esta localidad de mayoría kurda localizada frente a Kobane aunque en el otro lado de la frontera, cambió a Turquía y el escenario de seguridad de forma dramática.
Tras el ataque, el gobierno de Turquía lanzó lo que denominó una "guerra sincronizada contra el terror" en varios frentes a la vez.
Los operativos contra EI fueron seguidos de una ofensiva contra el grupo militante kurdo PKK y otros grupos radicales de izquierda.
El nivel de amenaza contra el país ha subido de forma no vista en años recientes.
Esta semana, ocurrieron los ataques más violentos desde que comenzó la ofensiva gubernamental, en represalia por las crecientes operaciones militares contra el PKK.
Conforme el otrora sólido cese el fuego se tambalea, muchos temen que la paz quedó como algo del pasado y que se vienen más problemas.
Ayse tenía 11 hijos. Uno está ahora muerto en Siria. Otro es un soldado del ejército turco. Y otro es policía.
La mujer dice que quiere la paz para que las madres no tengan que derramar más lágrimas.
"Más que hermanos"
Pero el hijo soldado, que habla bajo anonimato, es más pesimista.
"Éramos más que hermanos, Salih y yo. Éramos mejores amigos. Soy soldado. Él murió en Kobane. Queremos la paz", dice.
"Pero ¿cómo vamos a alcanzar la paz si ni siquiera dejan que enterremos a nuestros muertos?".