La mañana del viernes 25 de mayo de 1979, Stanley y Julie Patz decidieron que que su pequeño Etan, entonces de seis años, tenía edad suficiente para caminar solo las dos cuadras que separaban su departamento en la Prince Street de SoHo, Nueva York, del paradero del bus escolar. Lo acompañaron hasta la puerta, lo besaron y se despidieron. El chico vestía zapatillas, jeans, polera y gorro azules. En su bolsillo llevaba un dólar que pensaba utilizar para comprar un refresco para el almuerzo.
Nunca más volvieron a verlo.
El caso conmocionó a los Estados Unidos de finales de los 70 y principios de los 80. Incluso, el presidente Ronald Reagan declaró el 25 de mayo como el Día de los Niños Desaparecidos. Se inició una amplia investigación y el rostro del niño fue uno de los primeros en aparecer en las cajas de leche que informaban sobre menores desaparecidos. Algunos dicen que fue con él que partió ese tipo de anuncios; otros creen que fue el segundo o el tercero.
En 1990 el Fiscal Nacional responsabilizó de su desaparición al pedófilo José Ramos, encarcelado desde 1985 en una prisión de Pensilvania, quien en 2004 fue encontrado culpable por la Corte Suprema. Ya cumplía una condena de 20 años por otro caso y, cuando salió libre por eso, volvió a prisión por violar a una niña.
Pero las piezas no calzaban.
En 2010 el caso se reabrió y dos años después la policía detuvo a Pedro Hernández, luego que uno de sus cuñados alertara a las autoridades sobre su posible participación en el hecho. En custodia, el imputado reconoció el crimen, pese a que no había ninguna evidencia en su contra. Solo su confesión.
Con su historia, en todo caso, comenzaba a resolverse el puzle.
Entonces de 18 años, Hernández trabajaba en el almacen de abarrotes del mismo barrio de la familia Patz, frente al cual pasó Etan con su billete de dólar que quería gastar en un refresco para el almuerzo.
"¿Quieres una bebida?", le preguntó el dependiente desde la vereda, frente al local. El chico asintió y engañado fue conducido hasta el sótano del lugar, donde Hernández lo estanguló. Luego, aún creyendo que estaba vivo, lo puso el cuerpo en una bolsa y lo dejó en los basureros de un bloque de edificios cercano.
El cuerpo nunca fue encontrado.
"No pude dejarlo ir. Fue como si algo se apoderara de mí", dijo durante sus entrevistas con la policía.
Hernández, durante los 80, también le contó de su participación en el homicidio a su grupo de iglesia.
Después de una serie de retrasos, un primer juicio se inició en 2015. Se declaró nulo, luego que uno de los 12 jurados, Adam Sirois, se opusiera al dictamen de culpable tras 18 días de deliberaciones.
Un segundo litigio se inició en octubre de 2016. Durante cuatro meses, un panel de ocho hombres y seis mujeres examinó más de 300 exposiciones antes de entregar este martes su veredicto.
Hernández, hoy de 56 años, fue hallado culpable de asesinato en segundo grado, lo que significa que el jurado consideró que no quiso asesinar a Etan. De todas formas, arriesga una condena de cadena perpetua. Su abogado, Harvey Fishbein, pretende apelar, alegando que su cliente padece de una enfermedad mental.
La familia Patz tiene algo de paz. "Hemos esperado mucho tiempo y por fin tenemos algo de justicia. Estoy muy agradecido de este jurado que llegó a una conclusión que yo sabía hace mucho tiempo, que este hombre, Pedro Hernández, es culpable de cometer algo muy terrible hace muchos años", sentenció.
Después de casi 38 años, la muerte de Etan Patz encontró algo de justicia.