¿Qué pasa?
La tarde del viernes 8 de julio, horas antes del quinto aniversario de la independencia, nuevamente los enfrentamientos se tomaron Juba, la capital de Sudán del Sur. Hubo fuertes choques entre tropas leales al presidente Salva Kiir y soldados de la guardia del vicepresidente Riek Machar. El Gobierno después habló de más de 270 muertos. Incluso dos cascos azules chinos se cuentan entre las víctimas.
Desde la tarde del lunes 11 de julio impera un alto el fuego. Eso instruyeron Machar y Kiir a sus combatientes. Según el portavoz militar Lul Ruai Koang la medida ha sido respetada. Sin embargo, testigos aseguraron que el martes todavía había enfrentamientos armados en el noreste del país.
¿Quiénes son los rivales?
Las razones por las que el presidente Kiir y Machar se enfrentan son conocidas: Kiir quiere seguir al mando, a pesar de las muchas protestas en su contra. Esto molesta a Machar. Su lucha de poder es representativa de un viejo conflicto étnico: Machar es nuer; Kiir, en cambio, es dinka. Estos son los grupos étnicos rivales más grandes del país.
La embajadora de Sudán del Sur en Alemania, Sitona Abdalla Osman, aseguró a DW que Kiir y Machar seguirán adelante con el proceso de paz. Incluso Kiir encargó a una comisión investigadora que esclarezca a la brevedad los últimos brotes de violencia, según Abdalla Osman. Los observadores internacionales, en cambio, dudan que los hombres fuertes del país siquiera tengan control sobre sus propias tropas.
Esto plantea preguntas sobre si los choques armados tienen en realidad otro motivo. Cada vez suena más fuerte un tercer nombre en todo esto: Paul Malong, un alto oficial del Ejército sursudanés, quien está del lado de Kiir. “En Juba hay muchos rumores de un inminente golpe de Estado contra ambos”, revela el corresponsal de DW y experto en Sudán del Sur, James Shimanyula.
¿Por qué la independencia no trajo paz?
Sudán del Sur es el país más joven de la Tierra, logro que alcanzó tras un referéndum independentista en 2011. Esto fue consecuencia de décadas de lucha. El nuevo escenario puso a Salva Kiir y Riek Machar, históricos rivales y líderes de distintas facciones de la milicia SPLM/A, en una lucha por el poder. Al final uno quedó como presidente y el otro como su vice.
Pero la paz no duró mucho. El presidente Salva Kiir sacó de su cargo a Machar en el verano de 2013, luego de que éste anunciara que sería candidato a la presidencia. En diciembre Machar fue acusado de intento de golpe. El Ejército se dividió entre leales al Gobierno de Kiir (SPLA-IG) y seguidores de Machar (SPLA-IO). La consecuencia: dos años y medio de guerra civil, decenas de miles de muertos y millones de sursudaneses refugiados.
Después de numerosos y vanos intentos por terminar con el conflicto, en agosto de 2015 se alcanzó un frágil acuerdo. Pero la guerra siguió su curso. En abril de 2016 finalmente los rivales pactaron un Gobierno de transición, tal como se prevé en el acuerdo. Machar retornó de su exilio en Etiopía para retomar el cargo de vicepresidente. Con él volvieron, tras arduas negociaciones, unos 2.000 de sus combatientes. Esto mezcló a demasiados militares enemigos en un espacio muy reducido. “Se necesitaba apenas un fósforo para desatar el infierno”, dice Ahmed Soliman, del think tank británico Chatham House.
Y esto no facilita las cosas: “La economía de Sudán del Sur depende en un 98 por ciento del petróleo”, dice Shimanyula. Casi tres cuartos de los gastos del Estado son financiados por los ingresos generados por el crudo. Además, los campos petroleros se encuentran en el norte, en los estados de Unity y Alto Nilo, es decir en zonas leales a Machar. “Machar podría, con sus tropas, cerrar ambos estados y dividir el país”, piensa Shimanyula.
¿Y la comunidad internacional?
Hay esperanza, piensa Soliman: “No solo ambos jefes de Estado condenaron la ola de violencia de inmediato, sino que el Consejo de Seguridad de la ONU, la confederación regional IGAD, la Unión Africana y el consejo eclesiástico sursudanés hicieron lo propio”, pondera. Por medio de esta rápida reacción internacional podría frenarse la violencia.
Mientras, el secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, hizo un llamado al Consejo de Seguridad para imponer un inmediato embargo de armas a Sudán del Sur. Organizaciones internacionales de derechos humanos apoyaron su solicitud. Además, Ban llamó a reforzar la misión de paz de Naciones Unidas, que consta de 13 mil soldados.
Aunque el aeropuerto en Juba está cerrado, las organizaciones internacionales ya evacuaron a su personal de ayuda. También la Unión Europea decidió disminuir la presencia de sus funcionarios en el país.
Una guerra... ¿a qué costo?
La lucha de poder entre los dos hombres llevó a millones de civiles a una situación de emergencia. Según cifras de Naciones Unidades, el pasado fin de semana huyeron de Juba alrededor de 40 mil personas. Muchos intentaron ser acogidos en los campos de refugiados de la ONU en las afueras de la capital. Pero ni siquiera allí pueden sentirse seguros. Según cifras de la organización, incluso dentro de las llamadas “zonas seguras” de Naciones Unidas, ocho personas murieron y 67 resultados heridos.
El número total de víctimas es todavía más alto. Desde el comienzo de la guerra civil han perdido la vida decenas de miles de personas. Alrededor de 2,5 millones se encuentran desplazados, 1,6 millones de ellos dentro del mismo país. A menudo andan cientos de kilómetros a pie y se esconden durante meses en los montes. Unas tres millones de personas sufren hambre. Y tras los nuevos enfrentamientos, de seguro estas cifras se incrementarán.