El conflicto terminó oficialmente en 1950, luego de más de 20 años de combates, pero en cierto sentido la guerra civil china todavía no ha terminado.
Por eso, en las conversaciones que tienen lugar este sábado, el mandatario chino, Xi Jinping, y su par de Taiwán, Ma Ying-jeou, evitan referirse al otro empleando el título de presidente.
La razón: ambos se ven a sí mismos como los herederos del gobierno legítimo de China. O, para ser más precisos, del de una China unificada.
Porque Xi es, oficialmente, presidente de la República Popular China, el gigante asiático que tiene su capital en Pekín, una silla en el Consejo de Seguridad de la ONU y es una de las grandes potencias mundiales.
Pero Ma es presidente de la República de China –también conocida como Taiwán–, la que todavía es reconocida por una veintena de países, aunque es considerada por Pekín una provincia renegada.
La de este sábado es, de hecho, la primera reunión entre los líderes de China y Taiwán de toda la historia.
Y lo delicado y complejo de la relación también llevó a las partes a acordar que las banderas de ninguno de los dos países podrán ser visibles en las fotos de los mandatarios.
El histórico encuentro, que tiene lugar en Singapur, tampoco desembocará en una declaración conjunta, ni se firmará ningún acuerdo.
Pero aunque fundamentalmente simbólica, la importancia de la reunión no debe ser desestimada.
Una China, dos gobiernos
Para entender la situación hay que remontarse a 1927 y el inicio de la guerra entre el entonces gobernante Partido Nacionalista Chino o Kuomingtang, al que pertenece Ma, y el Partido Comunista, al que pertenece Xi.
Habían pasado 15 años desde la abdicación del último emperador y luego de años de combates –interrumpidos durante una década por causa de la invasión japonesa de 1936– los comunistas liderados por Mao terminaron haciéndose con el control de la mayoría del territorio.
Eso obligó al líder nacionalista Chiang Kai-shek a trasladar su gobierno a la isla de Taiwán en 1949.
Chiang Kai-shek y Mao en 1945 poco antes de convertirse en líderes de dos gobiernos rivales.
Naciones Unidas y la mayoría de las naciones occidentales siguieron considerando al de Taipéi –la capital de Taiwán– como el gobierno legítimo de China hasta 1971.
Ese año, sin embargo, la ONU pasó a reconocer al gobierno comunista como la autoridad legítima de una única China.
Y la política de la República Popular de obligar a elegir entre mantener relaciones diplomáticas con Pekín o con "la provincia renegada" hizo que el estatus internacional de Taiwán rápidamente se convirtiera en un asunto complicado.
Así, en la actualidad solamente 21 de los 193 miembros de la ONU –incluyendo 12 naciones de América Latina y el Caribe– reconocen oficialmente al gobierno de Taipéi.
Pero muchos continúan manteniendo relaciones extraoficiales y cuando Estados Unidos finalmente rompió relaciones diplomáticas con la isla en 1979 también se comprometió a defenderla.
Y todavía hoy sigue siendo un raro, pero muy poderoso, aliado.
La amenaza del independentismo
Esta es probablemente la principal razón por la que Taiwán, con nada más 23,3 millones de habitantes, ha podido resistir las pretensiones anexionistas del gigante asiático y mantener su particular situación.
Aunque China –es decir, la República Popular– se reserva el derecho de obligarla a volver al redil por la fuerza de ser necesario.
Lo espinoso de la relación, a menudo tensionada por amenazantes maniobras militares, explica por qué el contacto oficial entre Pekín y Taipéi ha sido prácticamente inexistente en los últimos años.
Pero las cosas empezaron a cambiar en julio de 2009, cuando los líderes de ambos lados intercambiaron mensajes por primera vez en más de 60 años.
Lo hicieron como líderes de sus respectivos partidos y no como presidentes. Pero también fue un primer paso simbólicamente importante.
Y la reunión en Singapur pone en evidencia el interés de Xi y Ma por al menos mantener el status quo frente a la amenaza creciente del independentismo, que es la que parece estar empujando el actual acercamiento entre ambos mandatarios.
Un lugar en la historia
Efectivamente, la idea de una sola China no la defiende sólo Pekín: es también una de las banderas históricas del Kuomintang, que oficialmente sigue favoreciendo una eventual reunificación y, por lo tanto, nunca ha buscado la independencia formal de Taiwán.
Pero desde la llegada de la democracia al país en 1990, el independentista Partido Democrático Progresista (PDP) ha ido adquiriendo cada vez más fuerza, llegando incluso a ocupar la presidencia entre 2000 y 2008 (aunque como parte de una coalición, lo que lo obligó a manejar un discurso moderado).
Los independentistas taiwaneses son los favoritos para las próximas elecciones.
Los independentistas, sin embargo, son nuevamente los favoritos para las elecciones que tendrán lugar en enero del próximo año, lo que para muchos explica el histórico encuentro entre Xi y Ma del sábado.
"Para la oposición taiwanesa, es un intento de Pekín por influir en las elecciones", le dijo a BBC Mundo la editora del servicio chino de la BBC Yu Wen.
Aunque muchos analistas también creen que los mandatarios están pensando sobre todo en su lugar en la historia, a la que les gustaría pasar como aquellos que lograron poner fin a una disputa de décadas.
China ya le ofreció a Taiwán una versión de la fórmula "una nación, dos sistemas" que se aplica a Hong Kong, pero esta no fue aceptada.
Y ahora parece estar dispuesta a intercambiar un reconocimiento tácito del gobierno de Taipéi por –cuando menos– el mantenimiento del actual statu quo, en el que la posibilidad de una reunificación no ha sido completamente descartada.
En estos momentos, esta parece ser la posición preferida de la mayoría de los taiwaneses, quienes, según las encuestas, no se decantan ni por la eventual unificación, ni por la independencia declarada.
Aunque por cuánto tiempo, nadie lo sabe: las nueva generación cada vez se siente más taiwanesa que China y muchos también creen que la isla se está volviendo excesivamente dependiente de su gran hermano.