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Caracas, Gaza y República Centroafricana: cómo es ser enfermera en lugares violentos

Caracas, Gaza y República Centroafricana: cómo es ser enfermera en lugares violentos
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Azza Jadalla ha vivido seis guerras en Gaza. Raiza Pantoja trabaja en urgencias de un hospital de Caracas. Marie-Ange Koutou ve cada día a cientos de niños malnutridos. Ésta es la vida al límite de tres enfermeras.

En todos los conflictos o zonas con violencia siempre hay héroes ocultos que trabajan detrás de los titulares. Su labor es salvar vidas, minimizar el sufrimiento o, incluso, ayudar a la gente a morir con dignidad.

Las soldados de estas batallas invisibles son enfermeras y, en todo el mundo, la inmensa mayoría de ellas son mujeres.

La BBC viajó a tres lugares del mundo para conocer a algunas de estas mujeres.

A pesar de que las separan miles de kilómetros, comparten la valentía y un compromiso obstinado con su trabajo, ayudando a aquellos que sufren a su alrededor.

"Es como Vietnam"

Raiza Pantoja es una enfermera de urgencias en el hospital Pérez Carreño de Caracas, una ciudad con uno de los índices de homicidio más altos del mundo.

"La sala de emergencias del Pérez Carreño es como la Guerra de Vietnam", opina. "Es, de hecho, el nombre que le damos. Cuando alguien va a la zona de triaje de cirugía, decimos que va a Vietnam".

La guerra de drogas y bandas que aterroriza a la ciudad se vierte con frecuencia en el hospital.

La sala de emergencias se ha convertido en un lugar tan peligroso que su entrada está protegida por unidades del ejército y la policía.

Cuando la seguridad falla, algo que según Pantoja sucede a menudo, todo el mundo corre, y Raiza y el resto de enfermeras son las únicas que quedan patrullando las salas.

"Cuando esa gente viene al hospital, normalmente no ataca a las enfermeras", dice.

"Es triste"

Con 27 años, Azza Jadalla ha vivido ya seis guerras: tres de ellas en los últimos siete años.

Es una enfermera oncológica en el principal hospital de Gaza, Al-Shifa. Cada día, lidia con las consecuencias del conflicto entre Israel y Hamás.

Vivir en un lugar con una economía en falla significa que se enfrenta a cortes de electricidad y escasez de material en el trabajo.

"A veces pasamos dos o tres meses sin cobrar", dice. "Pero esto no hace que quiera menos hacer mi trabajo, pues no es culpa de los pacientes".

A pesar de su dedicación, y debido a la escasez en Gaza, Jadalla no puede ofrecerle todo lo necesario a sus pacientes.

Para uno de ellos, Abdul (su nombre ha sido modificado), quien sufre de leucemia,la única opción para recibir tratamiento es fuera de Gaza.

Pero las fronteras están cerradas y es poco probable que Abdul sobreviva el tiempo suficiente para obtener un permiso para viajar a Egipto o Israel.

"Es triste que no haya tratamiento para los pacientes", dice. "Es un paciente de cáncer: cada minuto, cada hora es importante para su vida, su futuro, su familia".

"Tienes miedo"

Marie-Ange Koutou, de 42 años, es enfermera pediátrica ayudante en el hospital de Médicos sin Fronteras en Kabo, una aldea rural remota en el norte de República Centroafricana, donde décadas de guerra civil han dejado al país inseguro y sin ley.

Kabo es uno de los tres peores lugares del mundo en términos de mortalidad infantil. Los asesinatos no se deben a bombas y balas, sino a enemigos mucho más perniciosos: la malnutrición y la malaria.

Koutou sólo ha recibido entrenamiento durante tres meses, pero la escasez crónica de profesionales implica que hace mucho trabajo que en otras partes del mundo haría una enfermera.

Cada día ve a cientos de niños malnutridos. Este es un resultado directo del conflicto. Desde que escaló hace tres años, grupos armados deambulan por el terreno por lo que las familias tienen miedo a ir a los campos a cuidar de las cosechas.

Esta inseguridad rampante significa que Koutou raramente sale del hospital. "Si tengo varias cosas que hacer, las hago. Si no, vengo a casa y me acuesto", dice.

"La gente no puede caminar como querría. Cuando caminas, tienes miedo".

Koutou está a cientos de kilómetros de su familia, incluidos sus cuatro hijos, a los que no ha visto desde Navidad. El viaje a la capital en la que viven es largo, caro y peligroso.

"Es difícil, pero ¿qué puedo hacer?", dice. "Tengo que trabajar para que mi familia esté mejor. Pero en el futuro, espero estar cerca de mis hijos".

Aunque no suelen ser noticia, el trabajo de estas mujeres estoicas y valientes no debería pasar desapercibido, ya que pasan por las situaciones más extraordinarias día a día.

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