En busca de noctámbulos y peatones sin máscaras, negocios que se resisten a las reglas de cuarentena y bares ilegales, patrullas de policía en Bruselas rastrean violaciones del toque de queda impuesto para detener la pandemia de COVID-19.
El comisario Bart Verbeeren aún no puede creerlo: la semana pasada una de sus patrullas, que circulan por las calles de los municipios de Anderlecht, Saint-Gilles y Forest, en la región de Bruselas, halló un bar de narguile abierto a la hora del toque de queda.
'La puerta estaba cerrada, y adentro había una luz tenue. A medida que nos acercamos, oímos un ruido en el interior, y terminamos encontrando una treintena de personas escondidas en la parte de atrás, casi todas sin máscara. Elaboramos 37 advertencias verbales de un único golpe", recuerda con una sonrisa.
Para contrarrestar la segunda ola de la pandemia, Bélgica adoptó el cierre de los comercios a las 20H00 y los puntos de entrega de comidas a las 22H00, hora en la que comienza un toque de queda general. El comisario Verbeeren supervisa cinco patrullas de intervención por el covid en tres municipios, con dos o tres policías cada una, que pueden contar con el refuerzo de otros equipos, en particular vestidos de civil.
"En general el toque de queda es respetado, pero todavía hay unos pocos que no quieren entender. Ahora, el tiempo de las advertencias ha pasado ', dice. A las 20H15 del martes, en Anderlecht, un inspector entra a una panadería, donde un vendedor con cola de caballo y rostro desnudo da la bienvenida a dos clientes.
El intercambio es áspero: "Me quité la máscara justo antes de que llegaras. ¡Dame una oportunidad, solo me revisaste una vez! ¿Qué es un cuarto de hora más?", se queja el comerciante. Pero fue en vano: en sus manos hay dos multas: una de 750 euros por mantener el negocio abierto en ese horario, y otra de 250 euros por estar sin máscara.
Contabilidad a la noche
Más adelante, un pequeño mercado aún tiene cajas de productos y verduras en la acera, a las 20H30, y al percibir a la policía un cliente que lleva una bolsa llena de artículos se retira rápidamente.
El dueño del comercio intenta justificarse: "Yo estaba haciendo los papeles con mi contable ... ¡Lo juro, cerramos a las 8 de la noche todos los días!", aunque no explica porqué el "contable" tiene que llegar tan tarde.
"No quiero discutir", corta el jefe policial. Ya ha ocurrido que algunos comerciantes se ofrecieron a pagar la multa para tener el "derecho" de abrir dos horas más. La patrulla del jefe de policía es más flexible con los jóvenes sin máscaras que deambulan por las calles cada vez más desiertas: un saludo, un llamado al orden dado con calma y una sonrisa "suelen ser más efectivos que una multa", dice.
Dos jóvenes, cada uno con una lata de cerveza en mano, se deslizan entre las sombras: "Cúbrete con tu bufanda y vuelve rápido a casa", le pide el inspector Rafael.
Próximo de un comercio con juegos electrónicos un vecino informa a la policía que no han notado ningún cliente recientemente. "¡Esto es control social!", sonríe el comisario. A las 22H00 un joven sale de una pizzería para fumar un cigarrillo.
"Ya paré de aceptar pedidos por la aplicación", jura el comerciante. En ese preciso instante, un adolescente sin máscara y con 10 euros en la mano ingresó a la pizzería, pero al ver a los agentes dio media vuelta y se escurrió en la oscuridad.
"La gente no debería estar en la calle después de las 22H00. Si es la hora en la que aún entregas pizza, esto no funciona", le explica el comisario Verbeeren. "Por esta vez, lo dejamos pasar", añade. Otros comercios juegan al gato y el ratón, como una pizzería que al ver llegar a la policía apagó las luces, aunque era posible ver las siluetas de los clientes que esperaban sus entregas.
Las fiestas en casas particulares son más difíciles de controlar.
"Tuvimos una denuncia por ruido nocturno en un apartamento. La patrulla llamó a la puerta, una persona abrió y de inmediato se percibía el olor a marihuana y las conversaciones en otro cuarto", dice el comisario.
Todos los participantes de la fiesta fueron multados.
A las 22H30 apenas unos pocos transeúntes desafían el toque de queda: dos chicas en una parada de autobús con una bolsa de comida rápida; adolescente paseando a su caniche, una pareja que acelera el paso.
Todos reciben apenas una advertencia. "Por supuesto que comprendemos el hartazgo", observa el inspector Rafael. "'Es desagradable para todos. Pero estamos en la calle porque conocemos las consecuencias, sabemos de los hospitales congestionados, y los muertos ”.