La vacuna desarrollada por la Universidad de Oxford (Reino Unido) contra la covid-19 hasta ahora ha arrojado resultados descritos como "prometedores". Richard Fisher es uno de los voluntarios que fue inoculado con esta vacuna experimental. Este es su relato.
Estoy en la sala de espera de un hospital y mi respiración empaña mis lentes. Minutos antes corría por la calle en un día de mucha humedad para no llegar tarde a la cita. Médicos y enfermeras me dejaron atrás con su paso apresurado y eso me hizo pensar que no tengo un gran estado físico.
La última vez que estuve en el Hospital St George, en el sur de Londres, fue para el nacimiento de mi hija. Ahora se siente muy diferente. Puedo oler a través de mi mascarilla la lejía usada para limpiar los pisos y el asiento junto a mí está cubierto con cinta para mantener el distanciamiento físico.
Dos trabajadores del hospital con tapabocas y protección personal se aproximan con un cartel que dice: "Ensayo de la vacuna", como si fueran taxistas aguardando pasajeros en la zona de arribos de un aeropuerto.
El cartel es para mí. Los sigo lentamente como en una procesión, dos metros detrás, mientras ellos conversan.
Estoy aquí para evaluar si puedo ser voluntario en uno de los ensayos de la vacuna ChAdOx1 nCoV-19. En las semanas siguientes sabré qué se siente participar en uno de los mayores esfuerzos para combatir la pandemia.
De todos los ensayos de vacunas candidatas, el de Oxford es uno de las más avanzados.
El 20 de julio los investigadores de Oxford anunciaron resultados iniciales prometedores, basados en un ensayo con 1.077 personas. La vacuna, según esos datos, es segura y genera una respuesta del sistema inmunológico.
"Aún queda mucho trabajo por hacer? pero estos resultados iniciales son auspiciosos", afirmó Sarah Gilbert, la científica que lidera el ensayo.
Los resultados definitivos solo se conocerán con la fase 3 del ensayo clínico, en la que participan miles de voluntarios en Reino Unido, Brasil y Sudáfrica.
Es para esta etapa a gran escala que yo me presenté como voluntario.
Evaluación
Mi travesía hasta aquí comenzó una noche de mayo, cuando vi un tuit de un filósofo de la Universidad de Oxford sobre un ensayo para una vacuna. Él se había presentado como voluntario.
Mientras mi esposa dormía junto a mí decidí llenar el formulario para postular como voluntario y me olvidé del asunto.
Unas semanas después, aquí estoy, en una sala de neurología destinada ahora al ensayo de la vacuna, mientras veo en una pantalla a uno de los científicos de Oxford, Matthew Snape, explicando la base científica de las pruebas y los posibles efectos secundarios.
En total habrá 10.000 voluntarios y nos dividirán al azar en dos grupos, afirma Snape. Uno recibirá una vacuna que no ofrece ninguna protección contra el nuevo coronavirus y otro será inoculado con la vacuna de Oxford.
La vacuna utiliza una versión atenuada de un virus de la gripe que infecta a los chimpancés.
Es una técnica en la que los científicos de Oxford ya venían trabajando antes de la pandemia para combatir el Síndrome Respiratorio de Oriente Medio (MERS) y el ébola. Por eso pudieron avanzar tan rápidamente cuando reenfocaron su trabajo en respuesta a la covid-19.
Snape explica cómo desarrollaron la vacuna. Primero tomaron el virus que ataca a los chimpancés y lo modificaron genéticamente para que no ataque a los humanos.
Luego le incorporaron genes que codifican proteínas del virus de la covid-19 llamadas glicoproteínas. Los científicos esperan que esas proteínas generen la respuesta inmunológica necesaria para vencer al nuevo coronavirus.
El grupo que no recibirá esta vacuna será inoculado con otra vacuna llamada MenACWY (también Nimenrix o Menveo), que se utiliza para combatir la meningitis y la sepsis.
Esta es la vacuna "de control" que permitirá comparar los efectos de aquella contra el coronavirus.
Los científicos eligieron para el grupo de control una vacuna en lugar de cualquier placebo por un motivo claro: asegurarse de que todos los voluntarios experimenten los efectos secundarios de una inoculación y no puedan deducir en qué grupo se encuentran.
La vacuna MenACWY se ha usado en adolescentes en Reino Unido desde 2015. También se ofrece a quienes viajan a zonas de alto riesgo de infección, como África subsahariana. Y Arabia Saudita exige certificados de vacunación con MenACWY a todos los participantes de la peregrinación anual a la Meca.
Luego de ver el video me preguntaron en detalle por mi historia médica o cualquier síntoma previo de covid-19. Me tomaron muestras de sangre y tuve que firmar un documento que estipula varias obligaciones: permitiré, por ejemplo, que publiquen fotos de mi brazo inoculado y no donaré sangre. Las mujeres también deben comprometerse a usar anticonceptivos durante el ensayo.
Volví a casa sintiéndome más informado, pero también un poco más nervioso que antes.
Como en cualquier ensayo clínico, los voluntarios debemos estar al tanto de los potenciales efectos secundarios, desde los más suaves (náusea, dolores de cabeza, etc.) hasta los más severos (como el síndrome de Guillain-Barré, que puede causar parálisis y ser fatal).
Sé que los riesgos del ensayo son menores, pero debo confesar que leer de una vez la lista de posibles efectos secundarios es abrumador.
También nos informaron sobre "posibilidades teóricas" de que la vacuna agrave los síntomas de la covid-19.
Algunos estudios señalan que animales que recibieron vacunas experimentales contra el Síndrome Respiratorio Agudo Severo (SARS) mostraron mayor inflamación en sus pulmones. Algo similar ocurrió en ensayos con ratones de vacunas experimentales contra MERS.
Pero esos efectos no fueron observados en las pruebas con animales de la vacuna de Oxford.
Me tranquiliza saber que miles de personas ya fueron vacunadas en etapas previas del ensayo y no sufrieron consecuencias severas, tal como confirma el estudio publicado en la revista The Lancet el 20 de julio.
(Y quiero dejar absolutamente en claro que ninguno de los posibles efectos secundarios justifica los argumentos sin fundamento del movimiento antivacunas).
Día de la vacunación
Una semana después, el 3 de julio, volví a la misma sala del Hospital St George donde tuve mi primera evaluación. Se supone que es el día de la inoculación, pero me preocupa la posibilidad de que me dejen fuera del ensayo.
La doctora, Eva Galiza, abandonó la habitación hace 10 minutos y aún no ha regresado. Poco antes me explicó que era el último día del ensayo en St George y que se estaban quedando sin vacunas.
Galiza es investigadora en vacunas pediátricas. Para asegurar que los resultados del estudio sean confiables, tanto los médicos como los voluntarios ignoran si la vacuna inyectada es contra el coronavirus o es la de control.
Cuando Galiza abandona la habitación me quedo a solas con mis pensamientos. En Inglaterra, donde vivo, es el día antes del levantamiento de muchas reglas de confinamiento y se permitirá la reapertura de comercios, desde peluquerías hasta bares.
Pienso en amigos y familiares en otras partes del mundo, cada uno viviendo etapas diferentes de esta pandemia. Mientras algunos países celebran haber controlado las infecciones, otros siguen en una curva ascendente de muertes.
El año pasado viví en Massachusetts. El día de mi cita en St George las noticias desde Estados Unidos eran desalentadoras, con más de 40.000 nuevos casos de infección diarios.
También escuché las últimas cifras de Brasil, a donde un amigo y su esposa regresaron allí recientemente. El número de nuevos casos diarios en este país sudamericano se acercaba a 1,5 millones.
Los brotes de Brasil son la razón por la que los investigadores de Oxford expandieron sus ensayos para incluir a voluntarios en Rio de Janeiro, Sao Paulo y otra localidad en el norte del país. También incluirán voluntarios en Sudáfrica.
La triste verdad es que es menos probable que un voluntario como yo en Reino Unido pueda ayudar a los científicos a determinar la eficacia de la vacuna. Aquí, al menos por ahora, estoy menos expuesto a una posible infección que alguien en Brasil o Sudáfrica, donde la pandemia sigue extendiéndose.
Por el bien de todos, algunos de los 10.000 voluntarios del ensayo deberán entrar en contacto con el virus.
Cuando Galiza regresa a la habitación lleva un vial en su mano. No puedo ver su rostro detrás de su mascarilla, pero sus ojos sonríen. Luego de semanas de espera y tras una breve inoculación, la vacuna finalmente circula en mi sangre.
Hay 50% de probabilidades de que me hayan inyectado la vacuna de Oxford y 50% de que haya recibido la vacuna de control, y no sabré cuál de ellas me tocó hasta el final del ensayo.
Hisopos y esperas
Luego de la inoculación vino la etapa de la larga espera. Todos los voluntarios fueron divididos en pequeños grupos para monitorear posibles síntomas.
En mi caso, siete días después de recibir la vacuna, debo frotar mis amígdalas con un hisopo por 10 segundos. Luego debo colocar el mismo hisopo en un orificio nasal y llevarlo lo más arriba posible. He leído que si haces esto correctamente, debes sentir que prácticamente estás "rozando tu cerebro". Creo que esa imagen es un poco exagerada, pero debo confesar que esta prueba no es algo agradable.
Luego de tomar la muestra, debo colocarla en una bolsa sellada que va en una caja también sellada que dice: "Sustancia biológica categoría B", y despacharla en buzones especiales de correo para "envíos prioritarios".
El servicio fue introducido recientemente para facilitar los tests de covid-19. Pocos días después recibí un mensaje de texto diciéndome que mi test de coronavirus había dado negativo.
Además de hacer el hisopado, debo llenar un formulario con preguntas sobre mi comportamiento en la semana previa. ¿He usado el transporte público? ¿Con cuántas personas que no viven en mi hogar he pasado más de 5 horas?
Repetiré esta rutina semanal durante al menos cuatro meses. Y me tomarán muestras de sangre en el hospital hasta fines del año que viene.
Esta etapa prolongada y necesaria es la que muchas personas, incluyendo varios políticos, no entienden. No puedes invertir grandes sumas de dinero para acelerar este proceso.
La vacuna de Oxford ha mostrado ya resultados prometedores, pero solo en unas mil personas. Aprobar el uso de una vacuna para millones de personas requiere un nivel de confianza que solo puede obtenerse con paciencia y muchos más datos.
Algunos trabajadores de la salud recordarán varios casos trágicos de ensayos. En 1976, por ejemplo, debido a temores de un nuevo brote de gripe A (H1N1) o gripe porcina, el gobierno estadounidense aceleró los ensayos de nuevas vacunas y millones de personas fueron inoculadas.
La temida pandemia nunca llegó, pero se estima que cerca de 30 personas murieron por efectos secundarios adversos. Esos errores pueden haber contribuido al crecimiento del movimiento antivacunas.
Las autoridades de la salud con competencia para aprobar o rechazar las vacunas candidatas tienen en sus manos una enorme responsabilidad.
Tal como dijo en un programa de la BBC el científico John Bell, profesor de medicina de la Universidad de Oxford, no podemos darnos el lujo de esperar a la evidencia definitiva que se requeriría normalmente en ensayos clínicos de este tipo.
"La tarea más difícil es la del organismo regulador que deberá decidir si la vacuna es segura y se usará con el público. Si dice que sí, habrá una fila de tres mil millones de personas que quieren esa vacuna. Yo no querría ese trabajo", afirmó Bell.
Otro factor importante es que la vacuna aprobada puede no ser la panacea que la gente espera. En otras palabras, es posible que la vacuna no elimine completamente el virus, sino que solamente mitigue sus efectos.
Esta protección es valiosa, pero suceda lo que suceda con los ensayos, debemos aceptar que se trata de un problema de largo plazo y que el virus podría estar con nosotros para siempre.
En mi caso en particular, pensar que hay una probabilidad del 50% de que haya recibido una vacuna prometedora me da una cierta tranquilidad, pero no me hará cambiar mi comportamiento. Los investigadores explicaron esto claramente.
Hasta que sepamos con certeza que hay una vacuna efectiva, continuaré respetando las reglas de distanciamiento físico para proteger a mi esposa, mi hija, el resto de mi familia, mis amigos y todas las personas con las que me cruce en la calle.
Me da satisfacción tener la oportunidad de jugar un rol muy pequeño, junto a otros 10.000 voluntarios, en un ensayo que tiene en vilo al mundo.
La rapidez con que los científicos de Oxford respondieron a la crisis y su gran compromiso me impresionan.
Antes de la pandemia, muchos de estos médicos e investigadores trabajaban en distintos campos relacionados con el desarrollo de vacunas, alentados por su curiosidad o una misión individual. Nunca pensaron que de ellos dependerían las expectativas de miles de millones de personas.
Tal vez los ensayos de la vacuna de Oxford no den los resultados que muchos esperan. Podría ser que no cumpla en definitiva los requisitos de seguridad y eficacia necesarios para combatir la pandemia.
Pero así es como funciona la ciencia, en un desarrollo a largo plazo, colectivo y que puede tener resultados negativos. Nunca había valorado tanto como ahora la importancia de ese proceso.
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