Todo es monstruoso. La magnitud, enorme. La escala, gigantesca. El drama, inabarcable.
En un terremoto las cifras se acumulan. Tras el que sacudió a México el martes, los muertos ya suman 286. Las construcciones colapsadas son miles. Los escombros, infinitos. El dolor, incalculable.
Y, sin embargo, en medio de tanta destrucción, la singularidad de un solo rescate cobra un significado especial. Es la importancia de recuperar a una persona.
Erick Gaona no sobrevivió. Tenía 35 años. Lo encontraron después de 50 horas, sabiendo que era difícil que estuviera con vida. Pero lo encontraron por un motivo.
El martes a la 1 de la tarde trabajaba en su oficina en el tercer piso de un edificio en la colonia Roma. La construcción quedó afectada, desafiando los riesgos volvió a recoger cosas y colapsó recién más de media hora después del temblor. Nunca salió.
En la tarde del día siguiente su hermana Karina tomó un megáfono y se acercó al edificio destruido:
"Te amo. Aquí estamos, estamos tu familia. No nos vamos a mover de aquí hasta que te tengamos con nosotros. Tu hija está bien. No nos vamos a mover de aquí hasta que te tengamos con nosotros. Tu mujer está bien. Tu mujer está bien. Tus papás están bien, tus hermanos, sabes que te amo. No me voy a mover de aquí hasta que salgas. Ten fe, que Dios te cuide".
La escena se repetiría. Pasarían horas hasta que hubiera una señal de él. En la medianoche del miércoles los equipos de rescate lo lograron divisar a unos 30 metros. Tal era la delicadeza y la complejidad del operativo que necesitaron más de 15 horas para llegar a él.
La esperanza de encontrarlo con vida nunca se perdió. Y aún con la sensación de que las probabilidades se reducían, para los que arriesgaban su vida para llegar a él los peligros valían la pena.
"Nos pagan con un gracias, una mirada"
Alexis Gómez es bombero voluntario, tiene 22 años y pasó más de medio día en un edificio con riesgo de derrumbe para intentar rescatarlo.
"Subes con la mentalidad de que si ahí arriba pierdes la vida por salvar a otra persona, tú la das sin ningún problema. Para eso estamos aquí". Lo dice con una naturalidad aplastante y un arrojo encomiable.
"Es muy difícil", sigue, "se te vienen muchas cosas a la cabeza, pero lo único que tienes en mente es salvar a la persona. Me pongo en el lugar de la familia y es muy difícil saber que nunca vas a ver a tu familiar. Me han dicho que por qué hago mi trabajo si no nos pagan y yo digo que nos pagan mejor que cualquier persona en todo el mundo porque nos pagan con un gracias de sinceridad, con una mirada que te deja sin palabras".
Si de un terremoto brota lo más dañino de la naturaleza, también sabe hacer florecer la nobleza del ser humano.
Cuando está ahí arriba, su vida dependiendo de una cuerda para no caer, le sigue los pasos a los perros que apoyan la búsqueda, que marcan el camino e indican por dónde creen que podría haber una persona.
Entonces empiezan a hacer agujeros diminutos, pequeños túneles para introducir cámaras donde no llega el ojo. Cuando se mueven los escombros, cuando divisan algo, los puños derechos se elevan. Silencio.
Los cientos de soldados, policías, socorristas, voluntarios y periodistas saben que es la señal de que percibieron algo, que necesitan máxima concentración y es momento de miminizar los ruidos.
El puño en alto es sagrado. Romperlo garantiza miradas lacerantes. Es violar un código no escrito que une a desconocidos en el esfuerzo por sacar a una persona de entre una pila de escombros. Es un silencio casi místico, de recogimiento, una pausa que permite sentir el horror todavía más cerca.
En un descanso Alexis habla con la mujer de Gaona. Ella le da ánimos. Le dice que todo va a estar bien, que Erick va a salir, que él y el resto de los socorristas no se desanimen y que estaban haciendo un gran trabajo. Eso le dice la mujer que tiene a su marido entre los escombros al joven voluntario que lo busca.
"Es una lluvia de emociones"
La voz de Rosa Gutiérrez es un hilo. Llegó sola como voluntaria el martes en la tarde y no se ha movido desde entonces. Coordina, organiza, pide donaciones, se comunica con medios y organizaciones. Habla con los encargados del operativo para saber qué necesitan.
Estar acá, afirma, "es una lluvia de emociones, cuando la persona rescatada está viva es lo mejor que puede haber, pero incluso un cuerpo es muy importante para la familia".
Dice que tiene el mismo trauma que todos los que sintieron temblar la tierra el martes. Sigue en shock. No ha llorado, pero se le ha acercado gente que quiere llorar pero no puede y otros que no han podido parar de llorar.
"Como psicóloga", explica, "sé que estoy en una etapa funcional que no deja de ser crítica, que me tiene un poco más racional que emocional, pero que la emoción está plantada en tratar de funcionar para algo y para alguien...".
Un grito que llega del otro lado de la calle la interrumpe. "¡Médico, médico, médico!". Una manada de personas sale disparada en esa dirección. Se dice que hubo una fuga de gas, una explosión y que hay un herido. Hay segundos eternos de incertidumbre. Falsa alarma. Así se opera de una clima de tensión constante.
"Ayudar es lo más importante para mí"
Para alcanzar a Erick los equipos de rescate se dividieron en dos. Uno buscaba rutas de acceso, el otro intentaba dar lo antes posible con él.
El general Gilberto Hernández Andreu, subsecretario de la Secretaría de la Defensa, supervisó el operativo sobre el mediodía del jueves. "Suponemos que es muy difícil que esté con vida", le decía a BBC Mundo antes de retirarse, "pero tenemos que hacer el trabajo quirúrgico para cerciorarnos, por si pudiera estar con vida".
En ese momento, explicaba, los socorristas estaban a dos metros, lo que implicaba entre tres y cuatro horas más de trabajo, "hay un riesgo de derrumbe, (pero) nuestra gente está adiestrada, estamos preparados".
Sobre las tres de la tarde un manto de silencio empezó a cubrir la escena. El lenguaje corporal de los socorristas daba a entender que lo tenían. Luego una señal. Un aplauso breve y respetuoso. Un reconocimiento al esfuerzo. Sacarían a Erick sobre una camilla y cubierto por una manta. Demasiadas caras quedarían con ojos enrojecidos.
"Cuando lo vi", cuenta Alexis, "fue una sensación de preocupación y de alivio, de saber que satisfactoriamente se llegó a la persona". Tiene el rostro agotado, pero está en paz. La voz se le quiebra cuando habla de su familia. Él seguirá buscando personas en otras partes de la ciudad.
"Cuando puedo me comunico con ella, más que nada con mi mamá. Verla llorar cuando partimos es algo que te deja sin palabras. Me ha dicho: 'Hijo yo por mí no te dejaría ir, pero ¿cómo te digo que no si es tu pasión?' Ayudar es lo más importante para mí".