La carta de una víctima de ataque con ácido al hombre que la dejó marcada de por vida
El británico Arthur Collins fue recientemente condenado a 20 años de cárcel por perpetrar un ataque con ácido en un club de Londres que dejó 22 víctimas.
Phoebe Georgiou, de 23 años, fue una de ellas. Y después de meses de tratamiento físico y psicológico, la joven decidió escribirle directamente a su atacante.
Este es su mensaje.
Advertencia: ciertos detalles de este artículo pueden resultar perturbadores para algunos lectores.
Desde aquel fatídico domingo de Pascua de abril de 2017 -el día que me arrebataron mi vieja vida- he pasado todo mi tiempo tratando de procesar y trabajar hacia algún tipo de recuperación de mi piel quemada y llena de cicatrices, así como del trauma que me causaste.
Física y mentalmente, nunca voy a volver a ser la misma.
Desde el momento en que ese líquido espeso, humeante y caustico llegó volando por el aire y aterrizó en mi piel, empapándome, quemándome y asfixiándome, mi vida cambió.
El momento en que corrí al hospital, temiendo por mi vida, para recibir tratamiento para mi piel quemada y llena de ampollas. El momento en que me metí a una ducha helada para tratar de lavarme el ácido.
Las cinco horas que siguieron, debajo de esa misma ducha helada y entre inyecciones de morfina y exámenes de PH, antes de ser llevada en ambulancia a una unidad especializada en quemaduras a una hora de distancia.
El momento en que me rasparon la piel quebrada y quemada del pecho, senos y brazo, mientras me suministraban morfina y óxido nitroso para tratar de reducir el dolor agonizante que sentía.
El momento en que me vendaron el pecho, los senos y brazo con capas de gasa y plata apretando estrechamente mis heridas abiertas y frescas.
Las cuatro semanas que siguieron, en las que era incapaz de cuidarme o moverme por mi cuenta.
He tenido que revivir esos horrorosos momentos a diario y me han perseguido desde entonces.
Mi recuperación mental ha sido el mayor de los retos. Mientras estaba confinada a mi cama, envuelta en vendajes, incapaz de moverme sin desgarrar mi piel, incapaz de lavarme y cuidarme sola, los pensamientos que llenaban mi mente eran suicidas.
"¿Quiero seguir viviendo, sabiendo que las heridas debajo de mis vendajes me van a dejar cicatrices y viviendo constantemente con miedo de que me vuelvan atacar si salgo de casa?".
No soportaba el dolor, ni siquiera el poderoso coctel de co-codamol e ibuprofeno que estaba tomando lograba calmarlo. Estaba asustada, traumatizada e indefensa.
Un mes después del ataque, justo cuando pensaba que mi piel tal vez iba a empezar a fijarse, tuve que regresar al hospital. Tenía dos abscesos creciendo debajo de mis quemaduras. Los doctores creen que los produjo la sustancia caustica que lanzaste, pues trataron a otra de tus víctimas con la misma infección.
Me sentía agotada, estresada, triste, enojada, deprimida, frustrada. Pensaba que mi dolor y sufrimiento no se iban a acabar nunca.
Para abrir los abscesos y sacar el pus de mi piel ya quemada, me tuvieron que operar en la unidad especial para quemaduras. Me tuve que quedar cinco días más en el hospital para que monitorearan el éxito de la operación y me cambiaran a diario las vendas.
El proceso incluía retirar un gasa bañada en líquido antiséptico de mis heridas abiertas para remplazarla por nuevas gasas todos los días. Durante todo mi tiempo ahí me daban morfina y Tramadol para el dolor así como tres antibióticos diferentes vía intravenosa.
Cuando me dieron de alta del hospital me dijeron que tenía que regresar cada dos días durante el siguiente mes, pues una enfermera especializada necesitaba rellenar mis heridas.
Todo mi verano estuvo lleno de viajes al hospital y citas con mis terapeutas. Tenía que masajear mi piel marcada con una crema medicinal tres veces al día y a diario usar una prenda de presión en mi brazo izquierdo para tratar de aplastar las cicatrices.
Todavía recibo tratamiento y la semana pasada me dijeron que tengo que empezar terapia láser y con micro agujas en mis cicatrices para tratar de borrar, o al menos emborronar el daño físico que me causaste.
Han pasado ocho meses desde el ataque del 17 de abril de 2017 y desde entonces he estado sufriendo de ataques de ansiedad y parálisis de sueño, temiendo por mi vida.
He tenido que tratar de combatir los ataques de pánico cada vez que salgo de mi casa. Desde esa noche no he vuelto a entrar a ningún bar, club o siquiera a un espacio abarrotado. He estado yendo a terapia todas las semanas para tratar de manejar mi estrés post traumático.
Pero el trauma físico y psicológico al que me sometiste no fue suficiente para ti.
En lugar de admitir y asumir responsabilidad por tus acciones, cobardemente trataste de huir del crimen que cometiste. No mostraste ningún tipo de remordimiento ni compasión por ninguna de tus víctimas.
Cuando finalmente te encontraron, siete días después de que lanzaste una botella entera de ácido con un nivel de PH de 1 sobre montones de gente en un club abarrotado, volviste a tratar de escapar.
Luego arrastraste a todas tus víctimas por el lodo, obligándonos a revivir el dolor, la angustia y el sufrimiento a lo largo de todo el proceso judicial.
Gastaste el tiempo de todos, causándome a mí y a mi familia muchísimo estrés y ansiedad, todo porque no pudiste encontrar ni un ápice de decencia humana en tu ser para asumir responsabilidad por tus acciones y el dolor que causaste.
El juicio y su aparición constante en las noticias han hecho mi recuperación todavía más difícil. Recibí una sentencia de por vida, todo por tu culpa.
Pero cada día soy más fuerte y voy hacia adelante dejando el desastre que causaste a mis espaldas, que es donde tú también debes estar.