Los mapas me han obsesionado desde que busqué mi orientación por primera vez en el libro "Hundred Aker Wood" (El bosque de los 100 acres) de Winnie the Pooh, para tratar de descubrir dónde estaba el lugar "bueno para los picnics" y las ubicaciones de las casas de los personajes.
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Pasé mi infancia estudiando y dibujando mapas del tesoro, cartografiando tierras imaginarias y trazando rutas a lugares lejanos que deseaba visitar.
Hoy, mi casa está llena de mapas que he recopilado o que me han dado. Son recordatorios de lugares que son especiales para mí. Junto a mi escritorio tengo un gran mapamundi, los continentes se distinguen de los océanos por su mosaico de colores.
Cada parche de color es un país, separado de su vecino por una línea clara dibujada en esta representación bidimensional de nuestro mundo.
Las fronteras están claramente definidas, la tinta separa las nacionalidades con sus diferentes destinos. Para mí, estas líneas marcan posibilidades emocionantes, con potencial para la exploración y la aventura, para visitar culturas extranjeras con comidas e idiomas diferentes. Para otros, son muros de prisión que limitan todas las posibilidades.
Fronteras inventadas, fronteras reales
Las fronteras definen nuestro destino, nuestra esperanza de vida, nuestra identidad y mucho más. Sin embargo, son un invento como los mapas que solía dibujar. Nuestras fronteras no existen como facetas inmutables del paisaje, no son partes naturales de nuestro planeta y se inventaron hace relativamente poco tiempo.
Sin embargo, se puede argumentar que la mayoría de estas líneas imaginarias no son adecuadas para el mundo del siglo XXI con su población en aumento, el cambio climático dramático y la escasez de recursos. De hecho, la idea de impedir que los extranjeros utilicen las fronteras es relativamente reciente.
Los Estados solían estar mucho más preocupados por impedir que la gente se fuera que por impedir su llegada. Necesitaban su trabajo y sus impuestos, y la emigración todavía representa un dolor de cabeza para muchos Estados.
Sin embargo, existen verdaderas fronteras humanas establecidas no por la política o los soberanos hereditarios, sino por las propiedades físicas de nuestro planeta. Estas fronteras planetarias para nuestras especies de mamíferos están definidas por la geografía y el clima.
Los humanos no pueden vivir en grandes cantidades en la Antártida o en el desierto del Sahara, por ejemplo. A medida que aumentan las temperaturas globales, lo que provoca el cambio climático, el aumento del nivel del mar y el clima extremo en las próximas décadas, será cada vez más difícil vivir en muchas partes del mundo que albergan a algunas de las poblaciones más grandes del planeta.
Las costas, los Estados insulares y las principales ciudades de los trópicos estarán entre los más afectados, según las predicciones de los científicos del clima.
Incapaces de adaptarse a condiciones cada vez más extremas, millones, o incluso miles de millones, de personas deberán trasladarse.
Paralelos norte 25-26
Las áreas más densamente pobladas del planeta se agrupan alrededor de los paralelos norte 25-26, que tradicionalmente ha sido la latitud del clima más cómodo y la tierra fértil.
Se estima que 279 millones de personas se amontonan en esta delgada franja de tierra, que atraviesa países como India, Pakistán, Bangladesh, China, Estados Unidos y México.
Pero las condiciones aquí están cambiando. En promedio, los nichos climáticos, el rango de condiciones en las que las especies pueden existir normalmente, en todo el mundo se están moviendo hacia los polos a un ritmo de 1,15 m por día, aunque es mucho más rápido en algunos lugares. Adaptarse al clima cambiante significará perseguir nuestro propio nicho cambiante, que durante gran parte de la historia humana ha estado dentro del rango de temperatura -11ºC a 15ºC, a medida que migra hacia el norte desde el ecuador.
Los verdaderos límites de habitabilidad son las fronteras por las que debemos preocuparnos a medida que el mundo se calienta durante este siglo, ocasionando un calor insoportable, sequías, inundaciones, incendios, tormentas y erosión costera que imposibilitan la agricultura y desplazan a las personas.
Desplazados
Cada año que pasa, un número récord de personas se ven obligadas a huir de sus hogares. En 2021, había 89,3 millones de personas, el doble del número de hace una década, y en 2022 ese número alcanzó los 100 millones, y los desastres climáticos desplazan a muchas más personas que los conflictos.
Las inundaciones desplazaron a 33 millones de personas en Pakistán este año, mientras que millones más en África se han visto afectados por la sequía y la amenaza de hambruna, desde el Cuerno de África hasta la costa oeste del continente.
El alto comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados, Filippo Grandi, hizo un llamado a los líderes mundiales en la conferencia sobre el cambio climático COP27 para que tomen medidas audaces para abordar las consecuencias humanitarias del calentamiento global. Ese cambio debe ser "transformacional", según Acnur.
"No podemos dejar que millones de personas desplazadas y sus anfitriones enfrenten solos las consecuencias de un clima cambiante", dice Grandi.
Sin acción, cientos de millones de personas tendrán que abandonar sus hogares para 2050, según algunas estimaciones.
Un estudio de 2020 predice que para 2070, dependiendo de los escenarios de crecimiento y calentamiento de la población, "se proyecta que de uno a 3.000 millones de personas quedarán fuera de las condiciones climáticas que han beneficiado a la humanidad durante los últimos 6.000 años".
Con tanta gente en movimiento, ¿significará esto que las fronteras políticas inventadas, aparentemente impuestas para la seguridad nacional, perderán cada vez más sentido? La amenaza que plantea el cambio climático y sus repercusiones sociales eclipsa a las que rodean la seguridad nacional. Las olas de calor ya matan a más personas que las que mueren como resultado directo de la violencia en las guerras.
Población en crecimiento
Para agravar esto, la población mundial sigue creciendo, particularmente en algunas de las regiones más afectadas por el cambio climático y la pobreza. Se prevé que las poblaciones de África casi se tripliquen para el año 2100, incluso cuando las de otros lugares tienen un crecimiento lento.
Esto significa que habrá un mayor número de personas en las mismas áreas que probablemente se verán más afectadas por el calor extremo, la sequía y las tormentas catastróficas. Un mayor número de personas también necesitará alimentos, agua, energía, vivienda y recursos, al igual que estos serán cada vez más difíciles de suministrar.
Mientras tanto, la mayoría de los países del norte global (un término utilizado para referirse tanto al primer mundo como al conjunto de países desarrollados), se enfrentan a una crisis demográfica en la que las personas no tienen suficientes bebés para mantener una población que envejece. La migración masiva gestionada podría ayudar con muchos de los mayores problemas del mundo, reduciendo la cantidad de personas que viven en la pobreza y la devastación climática, y ayudando a las economías del norte a desarrollar su fuerza laboral.
Pero la principal barrera es nuestro sistema de fronteras: restricciones de movimiento impuestas por el propio Estado de alguien o por los Estados a los que se desea ingresar. Hoy, poco más del 3% de la población mundial son migrantes internacionales. Sin embargo, los migrantes aportan alrededor del 10% del PIB mundial o US$6,7 billones, unos US$3 billones más de lo que habrían producido en sus países de origen.
Algunos economistas, como Michael Clemens del Centro para el Desarrollo Global de EE.UU., calculan que permitir la libre circulación podría duplicar el PIB mundial. Además, veríamos un aumento en la diversidad cultural, que según los estudios mejora la innovación. En un momento en que tenemos que resolver desafíos ambientales y sociales sin precedentes, podría ser justo lo que se necesita.
Eliminar las fronteras o hacerlas mucho más flexibles, especialmente para los flujos laborales, tiene el potencial de mejorar la resiliencia de la humanidad ante las tensiones y los impactos del cambio climático global. Bien gestionada, la migración podría beneficiar a todos.
Comunidad global
¿Qué pasaría si pensáramos en el planeta como una comunidad global de la humanidad, en la que las personas fueran libres de moverse donde quisieran? Necesitaríamos un nuevo mecanismo para administrar la movilidad laboral global de manera mucho más efectiva y eficiente; después de todo, es nuestro mayor recurso económico. Ya existen acuerdos comerciales globales de gran alcance para el movimiento de otros recursos y productos, pero pocos que se ocupen del movimiento laboral.
Alrededor del 60% de la población mundial tiene menos de 40 años, la mitad de ellos (y sigue creciendo) por debajo de los 20, y formarán la mayoría de la población mundial durante el resto de este siglo. Es probable que muchos de estos jóvenes y enérgicos buscadores de empleo se encuentren entre los que se mueven a medida que cambia el clima. ¿Contribuirán al crecimiento económico para construir sociedades sostenibles, o se desperdiciarán sus talentos?
La conversación sobre la migración se ha estancado en lo que debería permitirse, en lugar de planificar lo que ocurrirá. Creo que las naciones deben pasar de la idea de controlar la migración a gestionar la migración. Como mínimo, necesitamos nuevos mecanismos para la migración y movilidad laboral económica legal, y una protección mucho mejor para quienes huyen del peligro.
A todos se les podría ofrecer una forma oficial de ciudadanía de Naciones Unidas además de su ciudadanía de nacimiento. Para algunas personas, como los nacidos en campos de refugiados, los que carecen de papeles o los ciudadanos de pequeños estados insulares que dejarán de existir a finales de este siglo, la ciudadanía de la ONU bien puede ser su único acceso al reconocimiento y la asistencia internacionales, aunque la ciudadanía es un derecho humano.
El politólogo David Held argumentó que hemos superado nuestras fronteras nacionales a través de la creciente globalización, y ahora vivimos en "comunidades de destino superpuestas" desde donde deberíamos formar una democracia cosmopolita a nivel global.
En la práctica
Hoy vivimos una crisis planetaria y creo que es hora de vernos como miembros de una especie globalmente dispersa que debe cooperar para sobrevivir. La escala de la crisis climática requiere una nueva cooperación global y, creo, una nueva ciudadanía internacional con organismos globales para la migración y para la biosfera, con nuevas autoridades que son pagadas por nuestros impuestos y ante las cuales los Estados nacionales son responsables.
Actualmente, la ONU no tiene poderes ejecutivos sobre los Estados nacionales, pero es posible que eso deba cambiar si queremos bajar las temperaturas globales, reducir la concentración de dióxido de carbono en la atmósfera y restaurar la biodiversidad del mundo.
La gobernanza global también podría ser útil para coordinar la nueva y vasta fuerza de trabajo móvil, tal vez utilizando un sistema internacional de cuotas para ayudar a asignar personas a los puestos durante las migraciones climáticas masivas de este siglo. Pero también enfrentaría desafíos creados por la burocracia, la corrupción y el cabildeo de corporaciones poderosas.
Sin embargo, para sustentar la gobernanza global, también es necesario que existan Estados fuertes. La tensión entre los deseos y necesidades del individuo y la sociedad es muy real para todos nosotros, y lo suficientemente difícil de reconciliar cuando nuestra sociedad es un grupo pequeño y muy unido, por no hablar de la población de todo el planeta.
Es difícil preocuparse, por ejemplo, por un extraño sin nombre ni rostro en un país que nunca has visitado cuando tomas decisiones sobre tu propia vida en una ciudad a miles de kilómetros de distancia.
A la mayoría de las personas les resulta difícil equilibrar las necesidades de un extraño a una calle de distancia. Los Estados nación exitosos ayudan a manejar esto con estructuras e instituciones que aseguran un nivel útil de cooperación entre extraños que nutre una sociedad fuerte en la que todos podemos tener éxito.
Estamos dispuestos a hacer pequeños sacrificios diarios de tiempo, energía y recursos como individuos, por ejemplo, pagando impuestos, para garantizar que nuestras sociedades funcionen. La mayoría de nosotros hacemos esto porque es nuestra sociedad, nuestra familia social, nuestro Estado nación.
La invención del Estado nación ha sido una herramienta muy poderosa para permitirnos cooperar tan bien. Como dijo el politólogo David Miller: "Las naciones son comunidades que hacen cosas juntas".
Parecería imprudente, entonces, tratar de desmantelar por completo o abandonar nuestro sistema geopolítico existente en el breve tiempo que tenemos para prepararnos para la interrupción masiva que se espera que ocurra en el transcurso de este siglo.
Solo los Estados nacionales fuertes serán capaces de establecer los sistemas de gobernanza que ayudarán a nuestra especie a sobrevivir al cambio climático. Solo los Estados nacionales fuertes podrán gestionar un movimiento masivo de migrantes de diferentes geografías y culturas hacia la población nativa.
En cambio, puede requerir una mezcla entre internacionalismo y nacionalismo.
Combinación
En las últimas décadas, el crecimiento de la globalización ha llevado a un mayor internacionalismo: un londinense puede muchas veces sentir que tiene más en común con un ciudadano de Ámsterdam o Taiwán que con alguien de una pequeña ciudad rural de Reino Unido.
Esto puede no importar para muchos urbanitas exitosos, pero los nativos de áreas más rurales pueden sentirse abandonados por su propio país a medida que las industrias que alguna vez fueron dominantes decaen y los espacios sociales y las tradiciones culturales se esfuman. Esto crea resentimiento y miedo del tipo que puede generar prejuicios contra los inmigrantes, como se vio en algunas partes de Reino Unido durante el debate sobre el Brexit.
Sin embargo, las fronteras abiertas no tienen por qué significar la ausencia de fronteras o la abolición de los Estados nacionales. Puede ser necesario explorar diferentes tipos de Estados nacionales, con diferentes opciones de gobierno. ¿Los Estados más afectados por el cambio climático comprarán o alquilarán territorio en lugares más seguros? ¿O veremos ciudades chárter que operan bajo jurisdicciones y reglas diferentes al territorio que las rodea, o estados flotantes que construyen nuevos territorios sobre las olas?
Se necesitará trabajo para reinventar el concepto de Estado nación para que se vuelva más inclusivo y fortalezca las conexiones locales mientras forja redes globales más grandes y equitativas. Hay múltiples beneficios en fomentar la comunidad, un parentesco con nuestros compañeros, basado en nuestro proyecto social compartido, lenguaje y obras culturales. Estos rasgos son lo suficientemente importantes para las personas como para hacer del patriotismo una poderosa fuente de identidad.
Patriotismo de la Tierra
Entonces, ¿por qué no generar también un sentimiento patriótico sobre el aire, la tierra y el agua de nuestras naciones, para animar a la gente a cuidarlos? Un enfoque, dado que todos enfrentamos amenazas ambientales, podría ser involucrar a las instituciones militares y de seguridad en la lucha contra el cambio climático.
El servicio nacional para ciudadanos jóvenes e inmigrantes para ayudar con el socorro en casos de desastre, la restauración de la naturaleza, los esfuerzos agrícolas y sociales podría ser otro paso de creación de solidaridad. Y es posible que necesitemos restaurar o inventar nuevas tradiciones nacionales que sean ambiental o socialmente beneficiosas, y por las cuales los ciudadanos puedan sentir orgullo y respeto.
Estas podrían incluir grupos sociales y clubes que cantan, crean, practican deportes o actúan juntos, y a los que los miembros pueden pertenecer de por vida. Estas tradiciones pueden ayudar a mantener la dignidad en tiempos difíciles y proporcionar un significado patriótico para que los inmigrantes se asimilen.
La nueva narrativa patriótica podría versar sobre el nacionalismo cívico, basado en el bien común, con derechos y deberes, y un apasionado apego cultural a la naturaleza, ya la protección y conservación de lugares de importancia nacional (o internacional).
Costa Rica, por ejemplo, adoptó el término pura vida como ethos, mantra e identidad nacional. Su uso se generalizó a partir de la década de 1970, cuando refugiados de los violentos conflictos en los vecinos Guatemala, Nicaragua y El Salvador se trasladaron al país en grandes cantidades.
Costa Rica, un pequeño país centroamericano que no tiene un ejército permanente y, en cambio, invierte mucho en la protección y restauración de la naturaleza junto con servicios sociales como salud y educación, usó esta perspectiva de vida para ayudar a definir su carácter e integrar a los nuevos inmigrantes.
"Una persona que elige usar esta frase no solo alude a esta ideología e identidad compartidas, sino que al mismo tiempo construye esa identidad al expresarla", dice Anna Marie Trester de la Universidad de Nueva York. "El lenguaje es una herramienta muy importante de autoconstrucción".
Esto nos ofrece una nueva forma de ver el orgullo nacional. No tiene que significar ver a "tu pueblo" como mejor que el de otras naciones, ni significa una centralización de significado y poder. En cambio, puede implicar la devolución de tradiciones y una apreciación de la regionalidad y del enorme valor cultural de los nuevos ciudadanos.
La Unión Europea (UE) es un ejemplo de identidad supranacional que permite a los ciudadanos sentirse europeos e identificados con los valores de la UE, pero sin tener que renunciar a su identidad nacional.
Una idea similar puede aplicarse tanto dentro de las naciones como entre ellas. En Reino Unido, por ejemplo, el barrio chino de Londres es, con razón, un destino turístico muy visitado, al igual que el barrio la pequeña India: son parte de la identidad de la nación, aunque los británicos chinos y los indios británicos a menudo enfrentan prejuicios y desventajas socioeconómicas.
Para ganarse el orgullo nacional en lugar de sufrir un tribalismo divisivo, una nación necesita reducir la desigualdad. El Estado debe invertir en la gente para que la gente se sienta invertida en el Estado. Eso significa poner los problemas sociales y ambientales primero de manera que sea para el beneficio de todos, en lugar de una pequeña tribu de aristócratas globales.
Intenta, si quieres, borrar de tu mente la idea de que las personas están fijadas en un lugar en el que nacieron, como si eso afectara tu valor como persona o tus derechos como individuo. Como si la nacionalidad fuera algo más que una línea arbitraria dibujada en un mapa. En cambio, ve estas líneas como fusiones de riqueza cultural, transiciones en lugar de barreras a través de las posibilidades que las tierras de la Tierra nos ofrecen a todos.
*Gaia Vince es autora de "Siglo nómada: cómo sobrevivir a la conmoción climático", periodista científica y locutora independiente.
*Este artículo fue publicado en BBC Future. Haz clic aquí para leer la versión original (en inglés).