En la mañana de Navidad, Anthony Ross despertó en una isla ubicada justo donde el golfo de Maine se encuentra con la bahía de Fundy, justo en los límites de Canadá con EE.UU.
En la habitación de al lado, su hermano mayor, Russell ya estaba despierto y vigilando el mar.
No era exactamente cómo unas vacaciones en familia, pero para este par de encargados del faro de la isla Machias Seal era como si lo fueran.
"Estás fuera de casa durante 28 días cada vez. Es lo más difícil, pero uno se acostumbra", dijo Russell, que ha sido un guardián del faro durante 20 años.
Por suerte, Russell y Anthony llegaron bien preparados con pavo, cerveza y algunos regalos, lo necesario para un buen día de Navidad.
Después de decorar el árbol y llamar a sus familias por teléfono a Nueva Escocia, los hermanos siguen con el banquete.
Situado exactamente entre la provincia canadiense de New Brunswick y el estado estadounidense de Maine, la isla Machias Seal es el único territorio en disputa entre ambos países en la Costa Este.
Durante la guerra de 1812, Gran Bretaña (ahora como Canadá) y EE.UU. reclamaron la tierra y las aguas que la rodeaban.
Aunque la isla es demasiado pequeña y remota como para ser poblada de forma permanente, se encuentra estratégicamente ubicada en el centro de una ruta de navegación valiosa, cerca de la isla canadiense Grand Manan.
Ninguno de los dos países quiere perder este territorio de 7 hectáreas.
En 1832, Gran Bretaña construyó un faro en la isla como una forma de reclamarla.
Desde entonces, los canadienses han estado viviendo allí, ayudando a mantener los marineros lejos de su costa rocosa y protegiendo la tierra de los enemigos, tanto humanos como del medio ambiente.
Los últimos vigilantes
Como encargados del faro de la isla, Russell y Anthony son parte de una larga línea de centinelas que han defendido la frontera de Canadá en el Océano Atlántico.
Mientras que la mayoría de los faros de esa costa canadiense han cerrado, el gobierno ha mantenido a este abierto, en parte para mantener su posesión.
"La oportunidad que tenemos de estar aquí, de permanecer aquí y defender la isla es importante", dijo Anthony. "No quedan muchos cuidadores de faros hoy".
Ambos hermanos han estado haciendo esto el tiempo suficiente como para conocer los ritmos de la isla: la forma en que se desvanece de verde esmeralda a marrón polvoriento con las estaciones; cómo los frailecillos se lanzan en picada y cacarean cuando ven un pez en el agua; y cómo los barcos de pesca de langosta emergen del horizonte justo después del amanecer.
"Los barcos están pescando justo en la ensenada ahí, se puede ver a todos los pescadores", dijo Russell.
Russell y Anthony también juegan un papel como embajadores no oficiales de la isla, pues saludan a los barcos de viajeros estadounidenses y canadienses que atracan durante el verano, cuando la isla se convierte en un santuario de aves marinas.
Tratan a todos por igual, sin importar su nacionalidad, ofreciendo a los observadores de aves una mano cuando los visitantes caminan por el resbaladizo piso cubierto de algas.
"A los pájaros no les importa, no saben la diferencia", dijo Russell sobre la disputa fronteriza entre Estados Unidos y Canadá
Llegar allí
Como guardianes de la isla, Russell y Anthony juegan un papel importante en la protección de miles de aves marinas -frailecillos, araos comunes, charranes árticos y alcas tordas- que anidan aquí durante el verano.
Ahuyentan a las gaviotas que intentan atrapar a los polluelos y también están alertas de una de las mayores amenazas de la naturaleza: el hombre.
Como una de las más grandes colonias de aves marinas en la costa este, y la más diversa, la isla está bajo la protección de los Servicios para la Protección de la Vida Silvestre de Canadá, lo que limita el número de turistas que llegan a la isla.
Solo dos barcos, uno de Maine y uno de Nueva Brunswick, pueden llegar cada día al muelle de la isla.
Con solo 15 pasajeros por cada uno, las reservaciones se acaban pronto. A principios de abril, ambos barcos ya fueron vendidos para toda la temporada de observación de aves, que se extiende desde junio hasta la primera semana de agosto.
Una vez en la isla, los turistas deben permanecer en áreas designadas para evitar pisar un nido de frailecillo.
Estos pájaros nerviosos evitan a los humanos intrusos, así que los observadores se ubican en cobertizos de madera donde se pueden observar a las aves del tamaño de una paloma cuyo plumaje es como un esmoquin.
La molestia vale la pena, de acuerdo con el doctor Tony Diamond, que dirige el Laboratorio de Investigación Aviar del Atlántico de la Universidad de New Brunswick desde 1995.
"Es la única colonia de aves marinas en la costa este, donde el público puede venir y echar una mirada a las aves de cerca", dijo. "Es incomparable".
En mayo, miles de frailecillos acuden a la isla para hacer sus nidos y poner sus huevos. Una vez que los huevos eclosionan, mamá y papá frailecillo se turnan para custodiar a los polluelos y salir al mar para conseguir la cena.
Esto puede durar hasta agosto, lo que atrae a los observadores de aves, a científicos y a fotógrafos de todo el mundo.
En la zona gris
Pero no son los frailecillos de Machias Seal lo que confronta a Estados Unidos y Canadá, sino lo que se esconde en el océano más allá de la isla.
Durante la última década, el precio de la langosta se ha triplicado y en un buen día un barco pesquero puede ganar fácilmente miles de dólares.
Eso hace que las aguas en disputa alrededor de Machias Seal, llamada la "zona gris", sean una verdadera mina de oro.
Ninguno de los países quiere renunciar a sus derechos a explotar esas aguas, por lo que los pescadores han elaborado una especie de tregua no oficial.
"La mayoría de las veces, si tratas de trabajas con ellos, ellos van a tratar de trabajar contigo. Pero si quieres venir y presionar, vas a ser presionado para sacarte", dijo Donald Harris, un pescador de Grand Manan, una isla canadiense de 2.500 habitantes a 32 km de Machias Seal.
Un auge de langosta
En una tarde de agosto, Harris y otros dos pescadores están trabajando en sus barcos en el muelle de Grand Manan antes de que inicie la temporada de otoño.
Prácticamente todos en Grand Manan son pescadores o conocen a alguien que lo es, pues se trata de la industria elemental de la comunidad.
El auge de la langosta es evidente por todos lados en Grand Manan, donde los barcos están cargados con lo último en equipo para esta pesca.
"Un montón de cambios. Hay mucha más gente aquí ahora, hay muchas más cosas qué hacer. Está mejorando nuestra comunidad todo el tiempo", dijo el pescador Dane Lynton.
La "zona gris" ha fomentado la riqueza.
Aunque la temporada de langosta canadiense termina oficialmente en junio, desde 2002 el gobierno decidió permitir la pesca de langosta todo el año en los 700 kilómetros cuadrados de esta área.
Eso ha ayudado a muchos pescadores en la temporada baja y ha impulsado el auge de langosta en Grand Manan.
"Eso es hacer dinero y más dinero", dijo Lynton.
El futuro de la pesca
A pesar de la bonanza, muchos sostienen que las regulaciones actuales son suficientes para evitar la sobreexplotación, algunos están preocupados de que los altos precios, impulsados por la demanda del mercado en Asia, serán una tentación demasiado grande.
"El hombre puede arruinar cualquier cosa, ¿verdad? Y la codicia va a arruinar muchas cosas", dijo Harris.
Aunque todo el mundo obtiene dinero por ahora, Harris sabe que la suerte del pueblo sube y baja con las mareas.
"Por lo general, la madre naturaleza se ocupa de sí misma, pero he estado aquí el tiempo suficiente y he visto cómo le va al arenque o a la pesca de arrastre", dijo.
"Cuando solo tienes a la langosta y todo el mundo está golpeando tan duro a la 'zona gris', todo va a afectarse tarde o temprano".