Los mercados en calma y la economía estadounidense robusta. Así es como el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, quiere encarar las elecciones presidenciales del próximo año.
Sin embargo, la guerra comercial con China está arrastrando lentamente la actividad económica mundial a la desaceleración y quizás, apuntan muchos analistas, a una recesión.
Por su parte, Xi Jinping ha estado lidiando con el enfriamiento de la economía en su país y hay analistas que creen que estaba bajo presión para alcanzar algún tipo de acuerdo que mitigue los problemas de los fabricantes chinos.
A ambos les conviene que esto acabe. También al resto de la comunidad internacional, que espera con incertidumbre la nueva ronda de conversaciones prevista para el mes que viene (en concreto, para el 10 y 11 de octubre, según fuentes cercanas a la negociación citadas por CNBC).
"La decisión de Trump pretende crear un buen ambiente antes de las nuevas negociaciones entre los dos países que tendrán lugar en octubre, pero que haya buena voluntad entre las partes, no significa que haya progresos reales", dice Mark Haefele, jefe de inversiones del banco suizo UBS.
El enfrentamiento entre las dos superpotencias ha perjudicado, no solo a las exportaciones mundiales, sino también la inversión y la fabricación a nivel internacional, provocando que se resienta la confianza de los empresarios y los intercambios comerciales globales.
¿Qué se juega Trump?
"Creemos que es poco probable que sea reelegido en 2020 si la economía de Estados Unidos se está contrayendo. Su futuro político pasa por evitar la recesión y esto, en definitiva, depende de que logre un acuerdo con China", explica Greg Meier, economista senior de la gestora internacional Allianz Global Investors.
Los datos indican que la revisión final del PIB del segundo trimestre de 2019 se mantendrá sin cambios en un crecimiento del 2% y esto supone una desaceleración con respecto al 3,1% del primer trimestre de este año.
En la misma línea piensa otro economista, Gilles Moëc, de AXA Investment Managers.
"Si suponemos que el objetivo final del presidente Trump es ser reelegido, probablemente una de las opciones más sencillas para conseguirlo es llegar a un acuerdo con China que permita a la economía estadounidense evitar la mayor parte del daño".
Esto implicaría que el posible pacto arrebataría a Pekín suficientes concesiones como para mantener del lado republicano el voto de la clase trabajadora de los estados bisagra que dieron la victoria a Trump en las elecciones de 2016.
Fueron los estados de Michigan, Pensilvania y Wisconsin, que cambiaron de manos demócratas a manos republicanas, las de Trump, por muy poco: por el 0,2%, 0,7% y 0,8% de los votos, respectivamente.
Estos tres estados son netamente agricultores o su economía depende de las fábricas (de coches principalmente).
A ellos dirigió China gran parte de sus represalias iniciales.
"El enfoque de Trump se mantiene firmemente en el proteccionismo, ya que es popular entre los ciudadanos estadounidenses y ha aumentado los índices de aprobación del presidente en el pasado", explica David Kohl, economista jefe de divisas de Julius Baer.
Sin embargo, el gobierno estadounidense ya ha tenido que poner en marcha dos multimillonarios programas de asistencia financiera para ayudar a los ganaderos y agricultores que se han visto afectados por la pérdida de acceso al mercado chino.
Pero para Moëc hay otro posible resultado de las negociaciones "mucho más arriesgado electoralmente".
Sería el de llegar a las elecciones "sin un acuerdo y el daño a la economía que se derivaría de esto, pero culpar a China por el desastre", dice.
Las señales de la economía estadounidense son mezcladas.
Mientras la confianza empresarial y la producción muestran debilidad, el gasto de los consumidores -la llave de la fortaleza de la economía estadounidense- sigue siendo robusto.
Es decir, la guerra comercial ha deteriorado muchos de los indicadores económicos de Estados Unidos y los analistas creen que si Trump no cierra la disputa con China el panorama podría empeorar para la primera economía del mundo.
"Aunque la economía de Estados Unidos está débil, el riesgo de recesión" que podría poner en peligro a Trump "sigue siendo bajo en este momento", dice Philippe Waechter, economista jefe de Ostrum AM.
¿Y qué se juega el presidente Xi Jinping?
Los datos oficiales indican que en el segundo trimestre China registró el crecimiento más lento en 30 años, un 6,2%, pero algunos analistas sugieren que la desaceleración ha sido mucho más fuerte.
El gigante asiático sigue siendo el principal socio comercial de Estados Unidos.
Sin embargo, los flujos comerciales entre las dos principales economías del mundo cayeron un 13,6% durante los siete primeros meses de 2019, lo que deja claro que la guerra comercial está comenzando a afectar también a China.
De los dos presidentes, Xi es el que se ha mostrado más constructivo a la hora de encarar las negociaciones.
Todo apunta a que el presidente chino quiere solucionar los problemas externos para poder centrarse en los problemas internos.
"Las empresas se van de China, no solo por los aranceles, sino también porque otros países ofrecen mano de obra más barata", dice Meier.
"Las empresas que dependen de la demanda y la tecnología extranjeras (Huawei, ZTE, etc.) se enfrentarán a más problemas".
Tampoco hay que olvidar que el presidente Xi sigue enfrentándose a problemas políticos en Hong Kong.
"El estrés económico causado por la guerra comercial podría complicar el apoyo político" que tiene dentro del Partido Comunista de China.
¿Pero qué posibilidades hay de llegar a un acuerdo?
Hasta mayo de 2019, Estados Unidos había impuesto aranceles sobre US$250.000 millones en productos chinos.
China tomó represalias imponiendo aranceles sobre US$110.000 millones en productos estadounidenses.
Eso solo fue el comienzo.
Poco después de reiniciar la guerra comercial con China, EE.UU. fue un paso más allá restringiendo la capacidad de las empresas estadounidenses de comerciar con Huawei, el gigante chino de las telecomunicaciones.
Y en todo este proceso China respondió bloqueando las importaciones de productos agrícolas estadounidenses como la soja y la carne de cerdo.
Pero lo que de verdad ha marcado esta guerra es que ambos dirigentes parecen a punto de arreglar todo un día y al siguiente intensifican la retórica o responden a aranceles gravando aún más los bienes producidos por su enemigo.
¿Buena voluntad?
Por ejemplo, en la cumbre del G20 a finales de junio, los presidentes Trump y Xi acordaron no imponer nuevos aranceles, pero un mes después, el 1 de agosto, Estados Unidos anunció nuevos gravámenes a los productos chinos.
Ahora - y no es la primera vez- las partes han decidido tomarse un descanso y sentarse a negociar.
"Como gesto de buena voluntad", según sus propias palabras, Trump decidió retrasar dos semanas el incremento previsto del 25% al 30% en los aranceles a productos chinos por valor de US$250.000 millones.
La medida que tendría que entrar en vigor el 1 de octubre, empezará a aplicarse el 15 de ese mes si la negociación no avanza de alguna forma productiva.
"La decisión de Trump pretende crear un buen ambiente antes de las nuevas negociaciones entre los dos países que tendrán lugar en octubre, pero que haya buena voluntad entre las partes, no significa que haya progresos reales", dice Mark Haefele, jefe de inversiones del banco suizo UBS.
Posibles escenarios
Para el economista Greg Meier solo hay tres resultados posibles a la guerra comercial:
"El primero es que las dos potencias lleguen a un acuerdo comercial, que para ser efectivo, debería incluir la retirada de aranceles", le dice a BBC Mundo.
"El segundo es que sigamos igual. Este es el entorno en el que hemos estado durante gran parte de los últimos 18 meses. Esto no es una solución y perpetúa la inestabilidad".
El tercero de los escenarios es que asistamos a una escalada sin fin que crearía "grado aún mayor de incertidumbre".
Para Meier, de estas tres opciones, solo la primera arregla la economía global.
"Los presidentes deben llegar a un acuerdo, y creemos que tienen incentivos poderosos para que esto suceda", añade.
Washington quiere que Pekín cambie la forma como la economía china ha crecido durante las últimas cuatro décadas, elimine los subsidios a las empresas estatales y abra más su mercado interior.
Y lo que es más importante aún, desea que rinda cuentas si no cumple con alguno de estos compromisos.
Pero ya Pekín ha dicho públicamente que no se va a doblegar en cuestiones de principio ni va a ceder ante la presión de EE.UU.
Li Deshui, un veterano legislador de las políticas económicas de China, escribió en el diario South China Morning Post que la parte estadounidense había exigido durante la ronda de negociaciones que China modifique sus leyes nacionales.
Esto ha sido visto por las autoridades chinas como una intromisión en su soberanía.
Estados Unidos también habría pedido abrir su sector financiero y sus mercados "incondicionalmente".
Y mientras el mundo asiste atónito al deterioro de los indicadores macroeconómicos, la naturaleza duradera de la disputa mantiene también la incertidumbre política en niveles elevados.