New Bedford, la olvidada ciudad de Estados Unidos que alguna vez "iluminó al mundo"
En la costa sudeste de Massachusetts, Estados Unidos, eclipsado por la hermosa península de Cape Cod y las islas portuarias de Nantucket y Martha's Vineyard, New Bedford es el tipo de lugar por el que muchos atraviesan sin detenerse.
El centro de la ciudad, un sitio casi olvidado junto al río Acushnet, es una reliquia de su apogeo durante el siglo XIX y se conserva como un monumento a la historia y como un peculiar recordatorio del ascenso y la caída de la ciudad.
Los muelles y las calles de adoquines todavía bullen con vida local, pero si rascas bajo la superficie hay verdades más oscuras y más incómodas que acechan en cada esquina.
Porque New Bedford no es una ciudad cualquiera. Si la visitas, te enterarás de que una vez fue la ciudad más rica per cápita de América del Norte.
Pero también escucharás que los hombres allí tuvieron 100 veces más posibilidades de morir que en cualquier otro lugar y que las calles alguna vez estuvieron cubiertas de grasa y sangre. ¿Cuál fue el catalizador? La caza de ballenas.
El guardabosque del Parque Nacional Andrew Schnetzer le cuenta a los turistas sobre esta turbia historia varias veces a la semana, metiéndose de lleno en este tema que aún es divisivo, tabú y controvertido.
Primero los lleva por William Street, la calle donde está el edificio de ladrillos rojos sede del Parque Nacional Histórico de Caza de Ballenas de New Bedford.
Luego los pasea por Water Street, que alguna vez estuvo repleto de fabricantes de velas, toneleros, carpinteros, constructores de buques, herreros, refinerías, compañías aseguradoras y los bancos más ricos del continente.
"Llamamos a New Bedford 'la ciudad que iluminó al mundo' por una razón ', me dijo Schnetzer, señalando lo que alguna vez fue la calle más rentable de EE.UU.
"Los cuáqueros -los disidentes religiosos que se establecieron primero en la zona- descubrieron que si sacaban la grasa de un cadáver de ballena que había sido arrastrada hasta la orilla y luego la encendían, tenían un aceite de lámpara que no largaba humo y no tenía olor".
Aunque suena espantoso, el aceite de ballena era un recurso abundante y en unos años la operación se multiplicó por diez.
Para aumentar los rendimientos, se comenzó a extraer cera de espermaceti líquida de los cráneos de los cachalotes que nadaban en los canales del Nantucket Sound, y luego se lo transformó en combustible.
Lo que hizo tan atractiva a esta cera fue que era más limpia, más brillante y valía de seis a ocho veces más que el aceite de ballena normal. En 1850, por ejemplo, la Fábrica de Aceites y Velas Hadwen & Barney produjo 4.000 cajas de velas de espermaceti y más de 450.000 galones de aceite de esperma refinado, valorados a una cifra que hoy equivaldría a US$9 millones.
Eran ganancias que nadie discutía. Incluso a pesar de que se decía que podías oler a New Bedford mucho antes de llegar.
En pocas generaciones, los cuáqueros y parsimoniosos trabajadores se habían convertido en titanes mundiales de la industria ballenera, ideando un negocio que era controlado tanto por los que estaban en tierra como los que estaban en los barcos. Y en la estela ondulante, New Bedford se ganó un lugar en el mapa del mundo.
"En ese momento, New Bedford suministraba el aceite de unas 5.000 farolas en Londres", cuenta Schnetzer. "El combustible era enviado a Europa, América del Sur y las Indias Occidentales, incluso ayudó a poner en marcha la Revolución Industrial americana.
"Entra a un auto hoy y conduce. El sistema que hace eso posible fue inventado en Water Street. Enciende un interruptor de luz en tu habitación y es lo mismo. Todo comenzó aquí", asegura el guía.
Hoy, New Bedford aún vive del puerto profundo que desemboca en Buzzards Bay. Gracias a la pesca de vieiras el puerto tiene el valor más alto de todo el país, y cada año ingresan por allí 65 millones de kilos de mariscos.
Pero la caza de ballenas sigue estando presente en las calles de la ciudad. En la esquina de Union Street está la destilería Moby Dick Brewing Company, al lado del bar Whaler´s Tavern. En la paralela Johnny Cake Hill está lo que hasta 2006 fue una pensión para pescadores, Mariner´s Home, y pegado un templo dedicado a los marineros perdidos.
Para resguardarnos de la lluvia Fred Toomey, presidente de la Sociedad Portuaria de New Bedford, me llevó dentro del templo, señalando una serie de cenotafios de mármol montados en la pared. Escritos en letra negra, son mensajes de esperanza y desesperación por el destino de los balleneros que perecieron en el mar.
De modo taciturno, Toomey, recitó uno de los mensajes en voz alta y sus palabras resonaron a lo largo del púlpito.
"En memoria del capitán Wm Swain, maestro asociado del Christopher Mitchell de Nantucket", leyó Toomey. "Este hombre digno, tras abrocharse a una ballena fue llevado por la borda por la línea, y se ahogó el 19 de mayo de 1844...".
Los expertos en la novela "Moby Dick", de Herman Melville, quizás reconozcan este obituario, ya que fue una inspiración para el Capitán Ahab, el marinero monomaníaco que protagoniza el clásico literario de 1851.
Incluso al fondo del templo hay una placa escrita con tiza dedicada a Melville, quien visitó el lugar antes de abordar el barco ballenero Acushnet en enero de 1841.
Sin embargo, la odisea de New Bedford comenzó mucho antes que Moby Dick. El origen se remonta a 1765, cuando Joseph Rotch, un prominente comerciante de Nantucket, y sus dos hijos transfirieron sus considerables posesiones a la orilla del río Acushnet, atraídos por el trabajo y los recursos. Fue una decisión que alteraría para siempre el curso de la historia estadounidense.
Los Rotch revolucionaron la industria. Incorporaron todas las fases de la actividad dentro de una sola empresa, desde faenar ballenas y extraer y refinar el aceite, hasta distribuirlo utilizando sus propios barcos.
Construyeron y equiparon embarcaciones, poseyeron muelles y almacenes, fabricaron velas y vendieron aceite de ballena. En efecto, crearon la primera compañía petrolera multinacional del mundo, un sistema aún utilizado hoy por las corporaciones energéticas.
Visto en papel, la línea de tiempo del crecimiento de la industria es igual de laboriosa. El primer ballenero de New Bedford, El Dartmouth, se construyó en 1767, pero para 1818 el número de buques balleneros se había disparado a 20, y más que cuadruplicado para 1828.
En 1857, la flotilla alcanzó su punto máximo con 324 embarcaciones, con un rendimiento anual superior a los US$11 millones. Ese mismo año la ciudad recibió un acta constitutiva con el lema latino, "Lucem Diffundo" (Iluminamos al mundo).
A la vez, la costa de New Bedford se convirtió en un bullicioso puerto comercial. La riqueza se filtró desde los muelles hacia los bancos y las calles se llenaron de lujosas mansiones e hileras de casas patricias construidas en las laderas.
Una de esas mansiones, la Rotch-Jones-Duff House, de color amarillo mostaza, ha sido convertida en un museo y es un derroche de arquitectura renacentista griega, con balcones con balaustradas y jardines en terrazas. Incluso tiene un observatorio de vidrio para que su dueño pueda ver los barcos entrar sin tener que respirar el aire maloliente.
Para conocer más sobre este patrimonio cultural me reuní con el historiador Clifton Rice en el centenario Museo Ballenero de New Bedford, un archivo colosal que registra la historia de la ciudad con todo detalle.
Con curiosidades como la colección de marfil scrimshaw más grande del mundo -objetos hechos de cachalote, morsas, barbas y hueso esquelético-, así como otros 750.000 artículos, desde cuadernos y pinturas al óleo hasta manuscritos y mapas para la caza de ballenas, el museo es un tesoro de artefactos.
En una galería, puedes ver las barbas de ballena usadas para apuntalar un corsé o inspeccionar el trineo de un niño hecho de huesos. En otra, se muestran los ciclos de riqueza que permitieron a los balleneros acceder al mercado del Lejano Oriente.
"La caza de ballenas allanó el camino para la globalización", dice Rice, "incluso antes de que la palabra siquiera se acuñara".
Pero así de rápido como ocurrió el crecimiento de la industria, el declive fue aún más agudo. A mediados del siglo XIX, varios factores redujeron la demanda de aceite de esperma.
Se encontraron depósitos de petróleo en el suelo en Pensilvania. La fiebre del oro llegó desde California. Las primas de seguro para los buques se dispararon. El queroseno surgió como un sustituto barato. Llegó la Guerra Civil Americana. Y luego, el golpe final llegaría en 1879: Thomas Edison había inventado la bombilla eléctrica.
"No queremos que la gente olvide esta historia", afirma Rice. "Podemos aprender de ella. La esperanza para que continúe sobreviviendo la ballena radica en nuestro contacto con la naturaleza y nuestra capacidad de experimentar la maravilla y la magnificencia de estos animales".
De la caza a la preservación. La historia de New Bedford es la de personas que tuvieron una vida increíblemente dura, pero también proporciona un prisma único para examinar la historia de EE.UU.
Es la historia de miles de viajes, realizados por decenas de miles de hombres, que cazaron cientos de miles de ballenas, viajando millones de kilómetros para obtener millones de litros de petróleo, por una ganancia de cientos de millones de dólares. Eso, en pocas palabras, es la historia del nacimiento económico de EE.UU.
Para bien o para mal, es una historia que aún brilla intensamente hoy.
Este artículo forma parte de "Lugares que cambiaron al mundo", una serie de la BBC que analiza cómo un destino ha tenido un impacto significativo en todo el planeta.
Aquí puedes leer la historia original en inglés publicada por BBC Travel